sí tan solo supieras lo mucho que te extraño...

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Ay amor, no sabes los días difíciles a los que he tenido que sobrevivir últimamente. Desde que te fuiste, no he hecho más que vagar por la ciudad en busca de una respuesta, de una razón que me diga porque decidiste alejarte de mi vida. Lo eras y sigues siendo todo para mí, aunque no me creas. Acá en Bogotá, no sale el sol tan seguido, casi siempre está nublado, y mezclando eso con mi tristeza de estar solo contra el mundo me deprime aún más. Las nubes grises, las lloviznas, el aire frío que llena mis pulmones, el olor a cigarrillo, alcohol y a muerte en general, me avisan que es bastante probable que no te vuelva a ver porque estas en un lugar mejor sin mi presencia. Daría lo que fuera por recuperarte, de verdad, te lo puedo jurar por mi querida abuela que en paz descanse. Y eres consiente que esa promesa no es en vano, recuerda lo mucho que lloré su muerte.

Los vagabundos pasan a mi lado pidiéndome limosna, pero los ignoro. Me dicen que es para la comida. Ja, ¿es que no tienen una mejor excusa? Solo dicen eso para comprar su dosis diaria de cocaína, de marihuana, y no se cuantas drogas más. Aunque a pesar de mis críticas, me siento como ellos. Te necesito más que nada en este mundo. Desde que te fuiste, no me importa casi nada, la verdad. Hace poco renuncié a mi trabajo como periodista porque ya no le encontraba sentido alguno. Ahora vivo de mis ahorros, sin saber cuanto más me van a durar. ¿y sabes algo? Me da totalmente igual. Si tengo que convertirme en uno más del montón de gente que no tiene un lugar cómodo para dormir, que así sea, es lo que Dios quiere.

Sentado en una banca en el centro histórico de Bogotá, a media noche, miro el nublado cielo y pienso que estarás haciendo en este momento. ¿conociste a alguien mejor? ¿aprovechas tu talento musical para ser tan exitosa como Juanes, Shakira o Andrés Cepeda, que desde hace mucho son mis cantantes favoritos? No lo sé. Solo espero que disfrutes de lo que no pudiste a mi lado.

Unas gotas de agua caen sobre mi cabeza. Pronto va a llover, se sentía el olor a humedad, por lo que, sin pararme de la silla, me ajusté mi chaqueta impermeable y seguí perdido en mis pensamientos.

Se oyen disparos en la distancia. También se logra distinguir reggaetón a todo volumen y unos cuantos gritos de algarabía. Todos eran felices en sus respectivos mundos, mientras que yo me deprimía y veía en la muerte una salida fácil para esta vida tan jodida.

Aún tengo en mi memoria cuando mis padres me echaron de casa cuando les dije que quería estudiar periodismo y no medicina o alguna ingeniería como ellos deseaban. Sin saber que hacer o a donde ir, me perdí en lo más profundo de la ciudad. Caminé y caminé hasta que las piernas me fallaron y tuve que sentarme en una acera en el barrio de la candelaria. Me quedé dormido allí mismo, hasta que un policía me despertó unas horas después y me ordenó irme, con su porra apuntando a mi cara. Pensó que era un borrachito más y no lo culpé, en el fondo así quería serlo. Aquellas personas que consideraba como mi más grande apoyo emocional, me habían echado afuera como un perro piojoso.

Recordé entonces a mi abuela materna, la única mujer que jamás en mi vida podría odiar ni, aunque de eso dependiera mi vida. Fui a ella en busca de ayuda y me la concedió con los brazos abiertos. Le comenté lo que había pasado y con una mirada seria, fue donde mis padres y les regañó fuertemente, o es lo que ella me contó, pero ni se inmutaron. Parecía que ahora yo era un simple desconocido. Ella recogió mis pertenencias y desde ese día, se esforzó bastante por hacerme salir adelante y ahí fue donde te conocí, en segundo semestre de comunicación social y periodismo. Tu estudiabas música en la misma sede. Fue una conexión instantánea. En poco tiempo, nos llevábamos bastante bien y en 6 meses ya éramos novios. Luego mi abuela falleció y tuve que empezar a trabajar más duro para seguir adelante. Tu estuviste allí apoyándome emocionalmente, y si era necesario, económicamente, algo que rechacé varías veces porque sentía que me aprovechaba de ti, pero de todos modos tu seguías haciendo.

Nos graduamos, maduramos juntos, nos fuimos a vivir en un mismo apartamento y todo fue felicidad hasta que decidiste que ya no querías seguir a mi lado. Nunca me dijiste porque me dejabas, simplemente me terminaste y todo se fue al carajo en mi mundo.

Ahora estoy aquí, sin rumbo fijo, sin saber que hacer. Decido levantarme y caminar hacía mi apartamento. Sentía que una tormenta se acercaba y no quería que me diese un resfriado.

Tal vez era mejor coger un taxi, pero no quería estar acompañado. Necesitaba estar solo. Me conoces bien, sabes que soy alguien que se relaciona poco. Mis escasos amigos trataron de ayudarme a superar todo esto, sin lograr fruto alguno. Insistí en que me dejasen solo y así hicieron. Me llamaban de vez en cuando y eso lo agradecía desde lo más profundo de mi corazón, pero nada podían hacer, seguía inmerso en mi propia depresión.

Llegué a eso de la 1 de la mañana a mi hogar. Cogí mi llave y entré. Prendí la luz, cerré la puerta y dejando mis llaves en una pequeña mesa, me dirigí a mi dormitorio y allí estabas. Mis suplicas se habían echo realidad. Mis ojos se abnegaron en lagrimas y me puse de rodillas por la impresión. No podía creer lo que veía, eras tú, sentada con una sonrisa tierna de oreja a oreja. Estabas tan hermosa como el día en el que te enterramos, mi querida Camila. Sabía que pagarle esos 500.000 pesos al hombre de 2 metros con un perfume que olía a azufre funcionaría de algo.

la oscuridad detrás de la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora