Recuerdos de la cuarentena, la historia que casi nadie quiso contar Parte 2

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Un sábado casi a las 12:45 de la noche, Tom mandó un audio al grupo que por lo menos a mí, me preocupó bastante la primera vez que lo escuché. Su voz temblorosa (que aumentó mi preocupación porque era la primera vez que lo escuchaba de esa manera) comentaba que había visto al hombre de negro estar totalmente estático cerca de la entrada mientras hacía uno de sus rondas para revisar que todo estuviese bien. Menciona que era tal y como lo habían descrito, con su gabardina, sombrero, zapatos y pantalones de la misma tonalidad oscura, y su perro cuya raza no podía identificar. Tenía bastante miedo. Lo primero que hizo fue quedarse totalmente quieto por la impresión que tuvo en ese momento. Luego, llevando su mano izquierda hacía donde tenía el arma reglamentaria, preguntó si necesitaba algo, y que sí no era tal el caso, que se retirase si no quería que llamase a la policía. Un silencio totalmente espectral llenó el lugar por completo, no se oía ni siquiera los grillos que usualmente cantan a esas horas de la noche. Una neblina que le llegaba a los tobillos apareció dejando a Tom un poco en shock, y antes de que se diese cuenta (desvió la mirada al ver el cambio tan repentino de clima), estaba totalmente solo nuevamente. La neblina de un momento a otro dejo de aparecer, y lo que hizo enseguida fue ir corriendo a la caseta para mandarnos el audio contando lo que acababa de ocurrir.

Por su tono de voz supe que era imposible que estuviese mintiendo. Pensando en que debería responderle, me debatía en arriesgarme y salir para ayudarle o no hacerlo y llamarlo en ese mismo instante. Decidí irme mejor por la segunda opción, así que lo llamé, y al tercer tono me contestó. Hablaba de la misma manera que en el audio, con la voz temblorosa y asustada, tratando de ahogar todos sus miedos. El no es ningún cobarde, eso lo sabe hasta el dueño del local de comida china donde suelo ir a comer. Puedo poner la mano encima de una biblia y jurar por Dios que el no es alguien que se asuste tan fácilmente, sin embargo, parecía un niño que creyó ver una persona en la silla de su cuarto en medio de la madrugada cuando en verdad era un montón de ropa amontonada. Lo primero que me dijo era que le parecía bastante raro que estuviese tan nervioso y ansioso. La última vez que había estado así, fue hace casi 20 años cuando su mamá tuvo un accidente que la llevó al hospital, en donde tuvieron que operarle la cadera. Me contó que justo al verlo detalladamente, fue cuando su cuerpo empezó a fallarle y tuvo un ataque de pánico que apenas estaba controlando para poder enviar el audio. Tom mencionaba una y otra vez que algo tenía el hombre para hacerlo sentir de esa forma, a pesar de no haberle visto ni el rostro, ni ningún arma de fuego o blanca. Otro dato que me dejó algo perturbado, fue el que me hizo recordar a la primera victima de la ola de suicidios; su más fiel compañero, el perro. Al mandar el mensaje al grupo de WhatsApp, se le pasó por alto el comentar que parecía mas un tigre que un perro en sí, pero que al prestarle más atención al animal que al hombre por unos instantes, pudo ver como su cola se mecía de un lado a otro y su lengua estaba fuera de su mandíbula, por lo que pudo comprobar que en verdad era lo que se decía. Me ofrecí en dejar mi casa e ir a acompañarle, pero me convenció de que no saliese de mi casa de no ser necesario y no lo veía de esa forma, así que me agradeció por haber sido el primero en llamarle, hasta que se dio cuenta de que posiblemente era el único además de si mismo que aún seguía despierto, por lo que se burló de lo que acababa de decirme y lo retiró, para luego colgar. Fue la última vez que lo oí tan feliz.

A la mañana siguiente, supe que mis demás compañeros lo llamaron para ver que todo estaba bien, y el les comentó lo que ya te dije. De alguna manera, no hubo incredulidad al oír tal historia. A pesar de que era el único que lo vio cara a cara, se sentía como sí todos hubiésemos estado en su lugar en el momento exacto en el que ocurrió aquel suceso.

La mañana, tarde y noche del domingo transcurrió con total calma. Nada extraño, ni una llamada ni mensaje. Pensaba que se haría una excepción con Tom en el cambio de personalidad y demás síntomas, y que seguiría viviendo y contaría su historia entre risas cuando todo esto de la pandemia terminase y podamos volver a charlar entre nosotros. Pero nada de eso iba a ocurrir.

El lunes bien temprano, cuando Andrew se dirigía a la piscina para reemplazar en el turno a Tom, pudo notar que nuestro amigo no se encontraba por ningún lado, algo que era obviamente bastante extraño porque se supone que debemos estar en la caseta para recibir a quienes nos vayan a relevar y darles un informe de lo que sucedió durante la noche anterior. Estuvo buscando por todo el lugar unas tres veces sin resultado alguno. Luego, le llamó al celular e impresionado, se dio cuenta de que estaba en su maleta, misma que se encontraba en la silla frente al computador que tenía ocupado las grabaciones de todas las cámaras de seguridad puestas en todo el perímetro. Teníamos una regla en ese entonces, la cual era que si alguno de notros no estaba en ese momento o sí nos habíamos ido antes de tiempo, el que nos reemplazaba tenía que llamar obligatoriamente al jefe para poner una queja sin importar que tan amigos fuésemos, pero algo dentro de Andrew decía que aún no lo hiciera, porque tenía un gran sentimiento de que algo estaba mal, así que nos mandó un mensaje al grupo notificándonos de lo que sucedía.

Supe en ese instante de que algo malo estaba por ocurrir, o en su caso, ya estaba ocurriendo. Resumidamente sentía lo mismo que Andrew. Sebastián propuso que todos fuésemos y buscásemos entre los tres. Llevaríamos nuestras cartas de permiso para poder transportarnos por si la policía nos detenía, y así poder hacer algo para encontrar a Tom porque ya era bastante extraño que se hubiese ido sin avisar, mucho más sin sus pertenencias. A las 8:21 de la mañana, todos ya estábamos reunidos planeando que podríamos hacer. Llamar al celular iba a ser más que inútil, porque ya sabes que se encontraba en el bolso de Tom. Cada uno de nosotros 3 iba a ir por diferentes zonas, y sí encontrábamos algo fuera de lo normal, avisaríamos por la radio. Sí en 40 minutos no encontrábamos ninguna pista, Andrew ahí si llamaría al jefe mientras nosotros nos devolvíamos a nuestros hogares para evitar un regaño más grande. Pero si, por el contrario, encontrábamos a Tom, los que no estábamos de turno, nos encargaríamos de llevarlo a su casa donde vivía y quedarnos por un rato para revisar que todo estaba correctamente.

Andrew buscaría en los baños, Sebastián en la zona del pequeño restaurante, mientras que yo en la piscina y zona de juegos infantiles. Cada uno se fue por su lado, esperando poder encontrar algo que nos diese una pista del paradero de Tom. Hasta ahora me daba cuenta de que el hecho de no haber recibido ni una llamada ni mensaje de él desde la media moche de ayer era bastante anormal, y no le había tomado la suficiente importancia hasta ahora, por lo que lo comenté en el radio y mis compañeros reafirmaron eso, recalcando también que, de haber tenido algún problema, habría avisado. 

la oscuridad detrás de la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora