Experiencia paranormal

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Daniel no solía creer en los fantasmas o cualquier manifestación paranormal, pensaba que todo podría tener una explicación lógica hasta que, cómo se suele decir, tuvo su primera vez, en su propia casa, el único lugar dónde jamás creyó iba a ver algo fuera de lo común. Eran las 8:50 P.M. de una fría y oscura noche de invierno, cuando, subiendo las escaleras para ir al cuarto, escuchó como alguien corría rápidamente de un lugar a otro, por lo que se apresuró a revisar pensando que se podría tratar de un ladrón. Al llegar al segundo piso y mirar hacía la recamara, allí lo vio, parado y sin mover absolutamente un solo músculo, a Manuel, su hijo, quién había fallecido en un accidente automovilístico 8 meses atrás. Le miraba fijamente, sin expresión alguna, con la misma ropa con la que falleció y las mismas heridas en el rostro y en su pequeño cuerpito. No supo que decir o hacer, era imposible que él estuviera en frente suyo, sus restos mortales estaban en el cementerio central, a 5 kilómetros de allí. Fue entonces que, todavía sosteniendo miradas, sintiendo como se podría desmayar en cualquier instante, escuchó unos pasos subiendo rápidamente las escaleras; tratándose de Valentina, su esposa, quién al ver lo mismo, profirió un grito, pero no de miedo, sino de emoción...

- ¡Si funcionó! ¡Amor, nuestro hijo está de vuelta!

¿De qué estás hablando? – preguntó, tartamudeando, sin entender absolutamente nada. En vez de responderle, corrió hacía lo que se supone era su hijo y lo cargó en brazos, haciéndole ver que era absolutamente real y tangible. Lo llenó de besos y caricias, un gesto que por poco le provoca el vómito. Volvió a pensar en lo imposible que era esa situación, más si tenía en cuenta que su cuerpo había sido incinerado y sus cenizas ubicadas lejos de allí.

- Bebito lindo, no sabes cuánto te extrañé mi vida, de verdad que me hiciste mucha falta – exclamaba Valentina con una ternura totalmente natural, ignorando por completo lo turbio que era ver eso. -

- Valentina, por favor, dime que está pasando maldita sea. – dijo entonces Daniel, temblando de pies a cabeza y sin atreverse a acercarse por el miedo a lo que "su hijo" podría hacer.

Ella, todavía con Manuel en brazos, se acercó y se lo ofreció con una sonrisa de oreja a oreja y una mirada totalmente desquiciada, cuyos ojos brillantes por la felicidad le penetraban y parecían querer salirse de su lugar. Todo eso le recordaba al libro de Stephen King "cementerio de animales", pero eso no significaba que podría pasar en la vida real, no era más que una novela de terror publicada hace más de 30 años. Dudó en cargarlo, pero por la presión silenciosa que ejercía su esposa, lo hizo con un nudo en la garganta y el corazón a mil latidos por hora. Su pequeño hijo lo miraba fijamente y de una manera totalmente fría y anti natural. Su cuerpo magullado y herido no pesaba absolutamente nada, parecía estar cagando una almohada, además que no transmitía ningún olor en específico. El niño de pronto sonrió y colocó sus frías, dulces y pequeñas manos en su rostro, palpándolo con una curiosidad casi enfermiza, mientras que Valentina sonreía macabramente. Daniel proferiría sonidos guturales provenientes de su garganta, parecía querer decir algo, pero no lo lograba. Entre sus balbuceos inentendibles, pareció soltar la palabra "papá", por lo que Manuel sintió ganas de lanzarlo contra la pared y salir corriendo de allí. ¿Cómo era probable que Daniel, su hijo, haya regresado de la muerte? De pronto, detrás de sí, escuchó una voz familiar, una que lo sacaría del estado de shock en el que se encontraba:

Oye, ¿estás bien? Era de la voz de su esposa, lo cual era evidentemente imposible porque la tenía exactamente a 5 centímetros frente a él, pero llegando en ningún momento a abrir los labios, los cuales seguían congelados en la misma sonrisa de antes. Con las pocas agallas que tenía dentro de sí, empezó a voltear lentamente con el pequeño Daniel en brazos mientras seguía acariciando su rostro, palpando su nariz, labios, orejas, ojos y oídos con unos dedos pequeños y fríos, parecidos a unas larvas buscando el lugar perfecto para abrir una cavidad y empezar a comer. Fue entonces que vio a Valentina en el marco de la puerta, pálida, asustada y temblorosa, con una mirada que indicaba no solo terror, sino que también confusión. No supo que responderle, y esperó a escuchar sus gritos de horror al ver a Daniel en sus brazos o a su propia doble detrás de él, pero ninguna de las dos cosas ocurrió. Volteó a mirar a sus espaldas, pero además de ellos dos, no había nadie más. Sus brazos, que antes cargaban a Daniel, estaban vacíos y un tanto húmedos, sin señales de que su hijo hubiera estado allí. ¿Qué acaba de pasar? Se preguntó a sí mismo, sin poder responder la pregunta. -

- ¿Pasó algo amor? – preguntó, acercándose a él y colocando una mano en su hombro, gesto que le reconfortó bastante y le devolvió un poco la tranquilidad de antes. -

- Sí bebé, solo creí escuchar algo acá – mintió, no quería decirle lo que acababa de suceder, y mucho menos si se trataba de un tema tan sensible. -

- ¿Seguro Dani? Es que al llegar a casa te llamé varias veces y no me contestaste, por lo que pensé estabas fuera, hasta que te escuché gemir y vine corriendo, además estás muy pálido. -

- Sí mi vida, todo bien, y seguro es porque no he comido aún. Vamos, bajemos, pidamos una pizza. – comentó con una naturalidad fingida para no preocuparle.

Empezaron a bajar las escaleras con total normalidad mientras Daniel intentaba olvidar lo sucedido. No, olvidar no, superar, pero iba a ser totalmente imposible. Llegaron a la sala y encendieron la televisión al mismo tiempo que Valentina sacaba su celular y hacía la llamada a su pizzería favorita. Daniel fue a la cocina y se sirvió un vaso con agua, tenía una sed tremenda, cómo sí hubiese corrido una maratón de 10 kilómetros sin detenerse un solo segundo. Las manos le temblaban y todavía sentía escalofríos recorriéndole la espalda. ¿Cómo? ¿Por qué? Todo había sido tan irreal pero tan palpable al mismo tiempo. Había tenido a Manuel en sus brazos, sintió su respiración, escuchó claramente que los gritos de su "esposa" hacían eco por toda la casa... creía no iba a poder dormir en toda la noche. Un poco más tranquilo, fue a la sala a sentarse junto a Valentina cuando lo sintió, una pequeña mano fría acariciándole el cuello y un peso leve en su espalda, cómo si alguien se hubiera subido a sus hombros de un momento a otro. Se detuvo en seco en la puerta de la cocina sin saber cómo reaccionar, cuando escuchó pasos lentos viniendo hacía él. Era su esposa, pero no la que estaba en la sala viendo televisión (justamente en el canal de las noticias, una costumbre que por alguna u otra razón empezó a tomar desde la muerte de Manuel meses atrás, pero que la entretenía y la hacía olvidar del dolor con el que vivía constantemente), sino su doble, con la misma sonrisa tétrica y mirada perturbada. Se acercaba lentamente a él, con los brazos abiertos, esperando a recibir un cálido abrazo del amor de su vida. Sin apenas poder moverse, se dejó abrazar, sin poner ninguna clase de resistencia, esperando lo peor, hasta que, de un momento, sintiendo como las pequeñas manos de Manuel le acariciaban el pelo de una manera cariñosa y escuchando sus casi inentendibles balbuceos, todo se volvió oscuridad y perdió total noción del espacio tiempo. No supo cuánto tiempo tuvo que pasar hasta que despertó, totalmente nervioso y con la garganta reseca nuevamente. Todo estaba a oscuras, por lo que supuso estaba acostado en la cama de su cuarto. Escuchaba una respiración lenta y un tanto agitada, por lo que también creyó estar con su esposa y que todo se había tratado de una pesadilla totalmente realista de la que podría contar una historia para que todos quienes la escucharan rieran. Sin embargo, algo no estaba bien, definitivamente no podría estar bien del todo. Apenas se podía mover, intentó levantar la cabeza, pero se la golpeó con algo sólido que le hizo soltar un leve grito de dolor y miedo. Levantó sus manos en un intento por palpar el lugar en dónde estaba, pero terminaría sido un grave error, pues al hacerlo, y deseó desde lo más profundo de su corazón que no fuera así, pero sintió madera y, además, un leve olor a tierra mojada. "No, no puede ser, es imposible, no puedo haber sido enterrado vivo. Carajo ¡no! Tengo que salir de aquí, por Dios, debo pedir ayuda, pero ¡cómo!" Se dijo a sí mismo, en un estado total de pánico. Sus ojos no lograban adaptarse a la inmensa oscuridad, por lo que desesperadamente tocaba todo el lugar, buscando alguna salida, por más mínima que fuera, pero que le ayudase a escapar de su encierro. Gritó con todas sus fuerzas sin ser escuchado por nadie, e iba empezar a golpear el techo para intentar salir cuando lo escuchó; la voz de su hijo, llamándole desde la oscuridad, riéndose tal y como lo hacía en vida. Sintió como su pequeño cuerpo empezaba a reptar sobre el suyo, paralizado, sin poder reaccionar. La respiración del pequeño era lenta, pero que le causaba un pánico inenarrable, mucho más cuando llegó a su rostro, estaban cara a cara. Lo último que pudo ver, cuando sus ojos estaban ya acostumbrados a la oscuridad, fue el rostro de Manuel, con una extraña mueca de felicidad, sonriente, esperando poder pasar el resto de la eternidad con su padre, quién dejó que todo transcurriera sin oponerse, esperando poder recibir un último beso de su querido bebé.

la oscuridad detrás de la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora