el heladero

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La misma melodía inundaba el barrio entero, y todos los niños salían corriendo de sus lugares para pedir su sabor favorito de helado. Un hombre de unos 25 años de edad, vestido con un uniforme blanco impecable, les daba a los infantes lo que querían con una sonrisa en la cara y unos ojos llenos de felicidad al ver el entusiasmo de aquellos pequeños seres humanos llenos de vitalidad y con una larga vida por delante. Aunque nunca lo admitía, le recordaban a su infancia en su ciudad natal, cuando salía a jugar con sus amigos hasta bien entrada la noche sin tantas preocupaciones de inseguridad como lo había hoy en día.

Camilo era un niño de 12 años de edad quién, junto a su mejor amigo Manuel de 11, esperaban en la acera cada martes en la tarde a la llegada del camión con el heladero para saludarle y pedir lo mismo de siempre; una paleta de limón para Camilo, y una de sandía para Manuel. Hablaban sobre el mundial y lo emocionante que estaba siendo. Daban pronósticos sobre lo que restaba del torneo y recordaban los goles mas lindos que habían visto. Estaban de vacaciones, por lo que casi no tenían compromisos y podían quedarse afuera el tiempo que quisieran.

La reconocible melodía empezó a sonar a la distancia, y ambos con una sonrisa de felicidad dibujada en la cara se levantaron y esperaron a que se detuviese para ser los primeros clientes de esa calurosa tarde de verano.

Juan Esteban, como se llamaba el vendedor, detuvo el vehículo y con sonriendo de oreja a oreja saca sus paletas y se las da. Ya los conoce bien y no espera a que digan nada para saber qué es lo que quieren. Ambos chichos pagaron y esperaron felices las devueltas. Minutos después, disfrutaban del refrescante sabor sentados en el mismo lugar mientras hablaban de otras cosas que no fueran el fútbol.

Llegó la noche y aquellos dos amigos desaparecieron sin dejar rastro. Se fueron a casa a eso de las 7 p.m. y unas 3 horas después se fueron al cuarto para descansar. Al amanecer, ninguno estaba en su recamara y obviamente sus padres entraron en pánico. Buscaron por todas partes, hasta por debajo de las camas y dentro de los armarios, pero no llegaron a nada. Llamaron a la policía y ellos investigaron, interrogaron y se dieron noticias a nivel estatal y nacional sobre su desaparición, pero todas esas investigaciones fueron en vano. En ambos hogares no había señales de que hubiesen escapado ni que hubiesen sido secuestrados, por lo que nunca hubo ni sospechosos ni posibles razones. Parecía que la tierra se los había tragado.

El resto de adultos padres de familia consternados y paranoicos por el reciente incidente, hicieron una reunión y acordaron en que entrarían a sus hijos menores de 15 años a las 6:00 P.M. y harían vigilancia cada cierto tiempo durante la noche. Tenían en mente a un secuestrador lo bastante inteligente como para llevarse a alguien sin dejar ninguna señal.

Mientras tanto, el camionero seguía llegando a su cita con la felicidad infantil cada martes a la misma hora. Hubo un pequeño grupo de personas que sospecharon de él, pero no tenían pruebas de nada y parecía alguien bondadoso e incapaz de hacer algo así.

Una tarde tranquila, luego de que los familiares de los desaparecidos se mudaran por no poder estar en el lugar en el que perdieron a sus hijos, un pequeño grupo de 3 muchachos se encontraba en el parque sentados bajo un árbol escuchando rock pesado hablando de películas y series de terror. Todos rondaban los 14 y 16 años de edad. Al ver el camión, 3 de ellos se pararon rápidamente e hicieron que el conductor parase y pidieron cada uno algo diferente a lo que siempre tomaban, en esa ocasión querían variar. Volvieron al árbol y siguieron hablando como si no hubiese un mañana. A las 6:15 de la tarde, todos estaban dentro de casa. Pero en un parpadeo, varias patrullas de la policía estaban en el barrio porque los mismos chicos que habían pedido los helados en la tarde, ya no se encontraban en ningún lugar y aparecían.

la oscuridad detrás de la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora