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Anastacia S. Zambada — Medellín Colombia

¡Anastacia quédate quieta!—Ovidio me hablo mientras que lo golpeaba con una almohada por que no se quería levantar.—Chingada madre.

—¡A mi no me hablas así!—Me subí encima de el, mientras que vi como le cambiaba la cara, solté una risita y seguí golpeando su rostro con el almohada.

A cómo pudo, Ovidio elevó sus caderas y tomó la almohada y la aventó lejos, hizo presión sobre los muñecas y me dio la vuelta, ahora quedando el arriba de mi cuerpo.

—Ovidio.—Dije riéndome, mientras que ahora el me usaba como almohada, se acomodó sobre mi pecho y después cerró los ojos.—Recuerda que hoy tenemos que irnos a la nueva casa.

—Nuestra casa.—Murmuró el, mientras que acariciaba su cabello, me acomode mejor y mire como estaba con una sonrisa, como a estado desde que estuvimos juntos y desde que nos hicimos novios.

—Mañana tenemos una fiesta, amor.—Susurro abrazándome.—En la tarde vamos a el centro comercial a comprar ropa y ¿Ya tienes todos listo para irnos a la casa? Allá vamos a tener un cuarto juntos, y solo te pido que me dejes tantito espacio en el closet para mis camisas.

—¿Me estas diciendo que tengo mucha ropa?

Suspiro.—Si. Y a la otra levántame a besos mejor.

—¡Ovidio!—Pasó sus manos por abajo de mi espalda, y se acomodó mejor, haciendo que mis pechos chocaran con su cara, ya estuviéramos en otra cosa, pero traigo puesta una de sus camisas.

—Es lo que hacen los novios, bebé.—Dijo con una sonrisa inocente.—Y tú y yo somos novios.

—Amor.—Llame su atención.—¿Crees que mi papá tenga otras intenciones sobre nosotros? El quizo haces las pases conmigo aquel día en que te metieron un balazo.

—Lloraste un chingo, y todavía decías que no me querías más.—Levanto su vista, después bese su frente y seguí jugando con su cabellera pelinegra.—Ni tu te la creías zanahoria.

—Se suponía que estábamos separados, tonto, pero jamás dejé de lado mis sentimientos por este morro guapo, medio cabron, pero el amor de mi vida.

—Mi toxi.—Ovidio habló con una sonrisa, mientras que levantaba levemente mi blusa y observaba mi piel, en lo que yo seguía jugando con su pelo, veía como cada día que pasábamos, el cada vez era más alegre, los dos volvíamos a ser los niños que amaban estar juntos aunque se odiaban, como decíamos nosotros.—¿Recuerdas cuando te metí a la jaula de mis gallos cuando tenías ocho?

—Ni me lo recuerdes, Ovidio, que te mando a la chingada.—Hablé mientras que le daba un leve golpe en la mejilla.

—Recuerdo que andaba bien emocionado por que me abrazaste.—Dijo sincero con una sonrisa.—Y todavía decíamos que nos caíamos mal.

Odio Fingido | Ovidio Guzmán | TERMINADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora