Capítulo 28

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Me desperté con una sonrisa, pero tras lo sucedido ayer, lo raro hubiera sido despertarme cabreada. Ayer cuando Cata me despertó ni por un momento me hubiera imaginado que pasaríamos la tarde con Amelia. Qué curioso podía ser el destino, que me tenía preparado una tarde que ni en mis mejores sueños me hubiera imaginado. Me encantó ver como Amelia trataba a Cata, y a Cata anonadada por tener a Amelia jugando con ella. Me podía acostumbrar muy rápido a tener a Amelia así, tan cerca de mí, de mi familia, compartiendo momentos.

Cuando miré el móvil vi que llegaba tarde al bar y de un salto salí de la cama. Mientras me vestía miré un mensaje de Marina, diciéndome que luego se pasaría por el bar. Bajé de casa como alma que lleva el diablo, odiaba llegar tarde y mucho más al trabajo.

—Lo siento, lo siento —dije mientras entraba al bar.

—No te preocupes charrita, si no hay nadie —contestó mi abuelo riéndose.

—¡Ay, abuelo! Pensé que iba a estar ya con los desayunos, y ya sabe usted que odio llegar tarde.

—Al ser lunes hay poco movimiento a estas horas, relájate charrita. Que empezar un lunes con prisas puede ser muy malo.

—Tiene usted razón abuelo, como siempre.

Me relajé mientras me tomaba mi primer café de la mañana, antes de que el bar comenzase a coger su ritmo habitual.
A mitad de mañana, Marina apareció por el bar. Como yo estaba atendiendo a una mesa, se puso a hablar con mi abuelo.

—Tome abuelo. —Le di la comanda de la mesa que acababa de atender—. ¿Le importa servirla usted? Es que así almuerzo con Marina tranquilamente.

—Le prometo que no se la entretengo mucho, Pelayo —dijo Marina sonriendo.

—No os preocupéis y salid fuera, ahora os llevo unos cafés y unos churros.

Le di un beso a mi abuelo y, Marina y yo salimos a una de las mesas de la terraza. Elegí una de las más alejadas porque pasaba de ser la comidilla del barrio.

—Mira a ver Luisi, poco más y nos vamos al Cascabel a sentarnos.

—Es que no quiero que nadie nos escuche, además ahora mismo vendrá mi padre y ese con tal de poner la oreja en la conversación se pone en la puerta del bar a barrer o cualquier cosa que se invente.

—Uy Luisi, me estás asustando… ¿Ha pasado algo?

—No. Bueno, sí. No sé Marina… —Me tapé la cara con las manos.

—Si no sabes si ha pasado algo… Empezamos bien.

—¡Aquí tenéis! —dijo dejando los cafés y el plato de churros encima de la mesa. —Si queréis más, me lo decís.

—No se preocupe Pelayo. Tenemos que guardar la figura, así que con estos churros nos apañamos —contestó Marina mientras cogía un churro.

—¿Qué figura? ¡La vida hay que vivirla!

—Claro que sí, abuelo. Si nos faltan, no se preocupe que entro y los cojo.

Vi como mi abuelo se metía dentro del  bar y miré a Marina.

—Tengo un problema y muy gordo —dije muy seria.

—A ver, cuéntale a la tita Marina todas tus desgracias que las transformaré en anécdotas. —Empezó a reírse.

—Marina, que es una cosa muy seria.

—Venga, dispara —dijo mientras cogía otro churro.

—¿Puedes dejar de comer y escucharme? Me estás poniendo nerviosa.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora