Capítulo 49

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Los ruidos provocados por mis hermanos, hicieron que me despertase. Nada más abrir los ojos, me dio un fuerte pinchazo en la cabeza. El dormirse llorando tiene sus consecuencias.

No miré el móvil ni nada, cogí ropa y me fui directamente al baño, necesitaba ducharme. Antes de meterme bajo el agua, me miré al espejo y los estragos de las lágrimas derramadas anoche, se veían reflejados en mi cara.

Me metí a la ducha y me tomé mi tiempo. Necesitaba pensar. Quería recordar todos y cada uno de los momentos de la tarde anterior. Amelia cogiéndome de la mano, riéndonos por cada tontería, las fotos, las miradas, las caricias… Todo lo que había vivido ayer era maravilloso, algo que ni en mis mejores sueños hubiera experimentado. Fue real, tan auténtico, que acabó siendo como la vida. Dura.

La aparición de Carla, en ese momento, en el instante que Amelia me iba besar. Porque sí, nos íbamos a besar. Y no se parecía al beso de aquel día en el King’s, este era algo que las dos queríamos, deseábamos. Sí, yo vi como Amelia tomaba la iniciativa, le miré a los ojos y lo comprobé, quería hacerlo tanto como yo.

Salí de la ducha cuando mi madre tocó la puerta para decirme que se bajaba al bar. Tenía que salir a quedarme con mis hermanos pequeños, por lo menos con ellos no me daría tiempo a darle vueltas a la cabeza.

—Por cierto, Luisita, a ver si consigues que Cata se quite el gorro y se desenrede el pelo, porque de tenerlo toda la noche puesto, debe de tenerlo lleno de líos —gritó mi madre detrás de la puerta para que la escuchase.

El gorro, el maldito regalo de Amelia.

—Vale, mamá.

Fui directamente a la cocina a prepararme el desayuno. Mis hermanos, seguramente ya habrían desayunado, y por lo que escuché, estaban viendo la tele. Me preparé el café, una tostada y me lo llevé al salón para estar echándoles un ojo a Cata y a Ciriaco. Aunque ahora estuviesen en son de paz, eran capaces de armar una pelea en un segundo.

Cuando entré, vi como mi hermana se había vestido pero seguía llevando el gorro que ayer le regaló Amelia. Sonreí al mirarla, se veía tan bonita con él puesto.

—Buenos días.

Al ver que no me hacían caso, volví a insistir.

—¡Buenos días!

—Hola, Luisi.

—Buenos días, Luisi.

—Habéis desayunado, ¿no?

—Sí —dijeron al unísono.

—Vale. Por cierto, Cata, en desayunar, voy a ir a por el cepillo y te voy a quitar el gorro para peinarte.

—¡No!

—¿Cómo que no? —pregunté mientras la miraba.

—Le dije a Amelia que no me lo iba a quitar nunca jamás, y no lo voy a hacer. Además, ¿y mi foto? Quiero verla.

—No la tengo. Además, si no te cepillas el pelo no se la voy a pedir a Amelia —le dije antes de darle un sorbo al café.

—Vale —añadió con resignación.

Desayuné, le cepillé el pelo a Cata y nos pusimos a jugar al parchís los tres, ya que tras la insistencia de Ciriaco, no nos quedó otra.

—Luisi, te toca —me notificó Ciriaco mientras yo miraba la colección de libros que tenía mi abuelo en la estantería del salón.

—Vamos, Luisi, si tardas mucho, te saltamos el turno —se quejó Cata.

—Ya voy, perdón.

—Estás en las nubes —comentó Ciriaco mientras lanzaba el dado.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora