Capítulo 30

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Había dormido perfectamente, y aunque el despertador me sonase temprano para ir al Asturiano, no me importó. Lo apagué y de un salto salí de la cama para vestirme. Una vez preparada me bajé al bar, que ya estaba abierto porque mi padre había bajado antes para ir poniendo todo en marcha.

Comenzamos, mi padre y yo mano a mano a montar la terraza, hacía un frío que pelaba, pero ni el frío ni el madrugón me quitaban la sonrisa con la que me había levantado.

—Hija, estás muy sonriente para ser las horas que son. ¿Ha pasado algo?

—¡Qué va! Es solo que hace un día maravilloso y estoy aquí con mi padre la mar de a gusto.

—Luisita, si odias montar la terraza. A ti te ha pasado algo, que te conozco, otra cosa es que no lo quieras contar.

—Papá, no me ha pasado nada, me he levantado de buen humor y ya está.

¿Tan raro era verme de buen humor? Yo creo que no, pero también era verdad que después de la cena con Amelia, mi buen humor ha aumentado, pero vamos, lo normal.

Una vez montada la terraza comenzaron a llegar los primeros parroquianos, como los llamaba mi abuelo, y mi padre y yo nos pusimos manos a la obra. Mi abuelo bajaría más tarde al bar, aunque fuera muy cabezón, había entrado en razón en qué ya tenía una edad y debía descansar.

Estaba sirviendo un café cuando escuché el sonido de mi móvil. Miré la hora y me resultó extraño recibir algún mensaje tan temprano. Mi hermana María estaría durmiendo y Marina dudo que me escribiera, la curiosidad ganó a mi responsabilidad de no estar mirando el móvil mientras trabajaba y al ver de quién era el mensaje un sonrisa se  hizo dueña de mi cara.

Amelia
Buenos días!
Sigue en pie lo de prepararme un café para llevar?
Hoy va a ser un día duro… 😔

Yo
Buenos días Amelia!
Claro, cuando me digas te lo voy preparando.
Te voy a hacer un café especial!

Amelia
Qué alegría me has dado! Necesito café en vena.
En 5 minutos salgo de casa, lo que tarde en llegar.

Guardé el móvil, miré la hora y calculé más o menos lo que podría tardar, quería tener el café preparado para cuando llegase.

Seguía sirviendo desayunos cuando Amelia entró al bar.

—¡Buenos días, Luisita!

Si os digo que su alegría y su sonrisa inundaron de luz el bar, ¿suena creíble?

—¡Buenos días, Amelia!

—Dime que me has preparado ese café especial, porque lo necesito en vena.

—Sí, lo único que no sabía si te gustaba la canela, y no te he echado.

—¿Canela?

—Sí, el café con leche y un poquito de canela está espectacular, si quieres otro día lo pruebas. Este es normal, bueno, te lo he puesto doble de café, que lo vas a necesitar seguro.  —Sonreí y le dejé el vaso del café en la barra.

—Eso está hecho, otro día me lo preparas así. Muchas gracias, Luisita.

—Antes de que me digas nada, estás invitada, así que no pienses sacar dinero.

—¿Y eso por qué? —dijo frunciendo el ceño.

—Porque quiero. Además, anoche me invitaste a cenar, ¿te parece poco?

—Tengo prisa y no puedo discutir contigo, que sino…

—Si no nos daría aquí la noche, porque soy muy cabezona.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora