Capítulo 38

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Había comenzado la semana feliz, y tenía motivos para que este estado de alegría continuase. Si tenía que poner alguna pega era que no había visto a Amelia, pero sí  habíamos intercambiado varios mensajes tanto por el día como por la noche. La relación con ella había vuelto a nuestra normalidad después de eses pequeño bache. Digo pequeño ahora, porque si hace un par de días me preguntas, te hubiera dicho que el bache tenía más extensión que la propia tierra.

En esos intercambios de mensajes, Amelia me propuso vernos el miércoles por la tarde para darnos las entradas del teatro. Sabía perfectamente que no me iba a dejar pagárselas, así que pensé en invitarla a merendar. A Cata solo le dije que íbamos a quedar una tarde con ella, ya que quería verle la carita de ilusión cuando la morena le entregase sus ansiadas entradas. Me gusta ver a mi hermana con esa ilusión por ver a Amelia subida al escenario del teatro, para ser tan pequeña, no dejaba de hablar de su amiga actriz a toda persona con la que entablaba conversación. Hasta un día cuando fui a recogerla al cole, su maestra me dijo que le dijera el nombre de la obra de la amiga de Cata porque le había entrado ganas de verla, y eso que la pequeña aún no ha tenido la oportunidad de ir. Solo pienso en el día que vuelva al cole después de haber visto la obra y siento lástima por esa maestra, porque otra cosa no, pero a intensidad no le gana nadie a mi querida hermana.

Quitando la hora clave del desayuno, la mañana del martes estaba siendo de lo más tranquila. Incluso animé a mi abuelo a que se echase la partida al mus con los parroquianos, que yo me encargaba de los pocos clientes que habían en las mesas.

Mientras mi abuelo estaba con su partida, mi cabeza estaba dándole vueltas y pensando a qué sitio podía llevar a Amelia y a Cata mañana por la tarde, y no me di cuenta que mi hermana María hizo su aparición.

—¡Hola, Luisi! —Se acercó a la barra e intentó acercarse a mí para darme un beso a lo que yo me aparté.

—Hola, ¿qué quieres? —dije mientras la miraba con el semblante serio.

—¿Cómo que qué quiero? —preguntó María un poco extrañada con la pregunta y mi comportamiento.

—Sí. Un café, una manzanilla, un poleo, no sé, acabas de entrar en un bar, será para tomarte algo, ¿no?

—¿Me puedes explicar qué te pasa? Te has apartado cuando te he ido a saludar y ahora me sueltas ese rollo.

—No sé, dímelo tú.

Estaba un poco molesta con mi hermana María después de que Amelia me dijera que fue a hablar con ella para intentar mediar en nuestra discusión. Sabía que lo había hecho con toda su buena intención, pero qué menos que hacerme una llamada o mandarme un mensaje diciéndome «Luisi, he hablado con Amelia», no sé, informarme y así ahorrarme días de penurias.

—Es que no sé, Luisi, no estoy entendiendo nada.

—Pues mira, te voy a dar una pista, a ver si te refresca la memoria. —Me callé un segundo y en un tono serio le dije—. Amelia.

—¿Amelia? ¿Qué pasa con Amelia?

—María, no te hagas la tonta, me lo ha contado. ¡¿Tú te piensas que tengo quince años y tienes que ir de salvadora?! —pregunté alzando la voz, tanto que mi abuelo se giró y nos miró pero le hicimos un gesto para que no se preocupase.

—A ver, Luisi, antes de que te pongas hecha una fiera, todo tiene su explicación.

—Soy toda oídos, María.

—Fue a mí a la que llamaste llorando tras vuestra discusión, la que te recogió de su casa, la que te vio llorando, incluso a la que llamó mamá para decirle que ibas como un alma en pena por casa, que no te animabas ni jugando con los peques, que estaba preocupada por ti, porque no sabía qué te había pasado. ¿Qué querías que hiciera? Creo que hice lo que toda hermana preocupada hubiera hecho.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora