Capítulo 45

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Era lunes y estábamos de puente, lo que significaba que la gente se animaría a salir y desayunar fuera. Por ello, en el bar estábamos mi abuelo, mi padre y yo, y llevábamos una mañana de lo más ajetreada.

Cuando vi que la gente estaba más o menos atendida y el ritmo había bajado, cogí mi teléfono para escribirle a Amelia.

Yo
Buenos días Olaf!⛄
Cómo has pasado la noche?

Amelia
Buenos días
La noche? Fatal Luisita…
Con escalofríos, mucho frío, dolor de cabeza…

Yo
De verdad?
Pero tienes fiebre?

Amelia
No tengo termómetro, si yo nunca me pongo mala, pero ahora me duele todo el cuerpo.
Tengo cero ganas de levantarme.

Yo
Cómo que no tienes termómetro? 😓
Levántate, desayuna y tomate una pastilla.

Amelia
De verdad, que no puedo, mejor me quedo en la cama.

Guardé el móvil y me quedé pensando en Amelia.

—Charrita, ¿qué pasa? ¿Por qué tienes esa cara de preocupación?

—Es que acabo de hablar con Amelia, y me ha dicho que ha pasado la noche fatal, con escalofríos, dolor de cabeza. Le he dicho que se ponga el termómetro, pero no tiene, y que no se ha tomado nada porque está que no puede ni levantarse de la cama.

—Pues mira, hija, voy a meterme en la cocina y preparo sopa, así se la llevas y seguro que algo le hace. Que no es bueno estar sin tomar nada.

—¿Le importa que vaya mientras a la farmacia y así le compro un termómetro?

—Claro que no, corre y vete, que está tu padre también aquí para echar una mano.

—Gracias, abuelo. No tardo mucho, así mientras usted prepara la sopa, yo atiendo. Voy a decirle a Amelia que en un rato se la llevo.

—Venga, charrita, no te entretengas.

Dejé el mandil, cogí mi abrigo y salí dirección a la farmacia. ¿Quién no tenía un termómetro en casa? Por mucho que no te pongas malo, es algo básico para tener por los cajones, y más ahora con estos cambios de temperatura. Seguro que en el teatro hace mucho calor y cuando sale de ahí, no lo hace tan abrigada como debería y ha cogido un resfriado.

Una vez en el Asturiano, con el termómetro comprado, volví a ponerme el mandil para ayudar mientras mi abuelo hacía la sopa.

—Hija, tu hermana ha llamado porque se ve que te ha estado llamando a tu móvil y no se lo cogías, me ha dicho que en cuanto puedas, le devuelvas la llamada que es urgente —me comunicó mi padre.

—Vale, papá, voy a llamarla en servir esta comanda.

Terminé de servir la mesa, y salí fuera del bar para llamar a María.

—¡Ay, Luisi! Menos mal que me llamas.

—¿Qué pasa?

—¿Tienes a mano las llaves del King’s?

—Encima no, pero las tengo en casa y estoy aquí en el Asturiano, ¿por?

—¿Me podrías hacer un favor?

—Claro, dime.

—Es que me ha llamado un proveedor, para ir ahora a dejarme unas cajas de bebida que pedí, y yo ahora mismo no puedo moverme de casa porque estoy esperando al fontanero, que tiene que arreglarnos un grifo, ¿te importaría ir a ti?

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora