Capítulo 60

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Caminamos de la mano hasta su casa. Subimos, y ella me dio un beso antes de irse a preparar las infusiones; yo me quité la chaqueta y me senté en el sofá.

Pensaba en lo preciosa que era Amelia, y en lo afortunada que me sentía teniéndola en mi vida. Dicen que no hay nada imposible para el que sabe esperar, y quizá, sin saberlo, había estado toda mi vida esperándola a ella. Me había traído amor, complicidad, risas, cuidado, respeto…

—Te había dicho una manzanilla, pero es que he abierto la nevera y las he visto tan fresquitas que no me he podido resistir —explicó mientras salía de la cocina. —¿En qué piensas, cariño? —me preguntó al ofrecerme una cerveza.

—En nada. —Negué con la cabeza y bajé la mirada.

—Anda —dijo con suavidad. —Suéltalo, que no tienes cara de nada.

—¿Y qué cara tengo, señorita? —pregunté burlona.

—La cara que pones cuando esta cabecita va a mil por hora —reímos.

Me sorprendía como era capaz de saber cada cosa que me pasaba sin que yo le dijera nada. Nadie había sabido leerme de la manera en la que ella lo hacía.

—Estaba pensando… —Dudé si decírselo o no, pero no servía de nada ocultarlo—. En lo afortunada que soy teniéndote a mi lado —contesté.

Me regaló una enorme sonrisa y me dio un beso tierno.

—Yo también me siento así, ¿sabes? —confesó. —Es que cuando estoy contigo, el resto del mundo desaparece y no necesito nada más.

—No me digas eso que lloro —dije conteniendo las lágrimas.

—Me parece bonito si es de felicidad. —Acarició mi mejilla.

—Es que me dices esas cosas y yo…

—¿Tú, qué?

—Pues que me enamoro —solté sin pensar y ella se mordió la sonrisa.

—Me encantaría que lo hicieras —admitió y yo sentí un hormigueo en el estómago.

Dejó su cerveza en la mesa y cogió la mía para hacer lo mismo. Me acunó la cara con ambas manos y me besó.  Este fue precedido por otros muchos, cada vez más intensos.

El ritmo de nuestros besos aumentó, al mismo tiempo que los latidos de mi corazón, que galopaba salvaje como si se me fuera a salir del pecho y mi cuerpo se tensó durante un momento. Amelia, que lo notó, se detuvo.

—¿Qué pasa, cariño?

—Nada, es que estoy un poco nerviosa. Pero ya está. —Le acaricié la mano y ella me sujetó la barbilla para mirarme a los ojos.

—Luisi, si hay algo que te preocupa, quiero que me lo cuentes. ¿Estás bien?

—Lo estoy, de verdad. Es solo lo que te he dicho, que estoy un poco nerviosa. Estar así, contigo… —le confesé un poco avergonzada sin terminar la frase, pero ella lo entendió.

—Así… ¿cómo? —preguntó sugerente acercando su boca a la mía.

—Así, contigo, solas en tu casa. —No hacía falta explicar nada más para que ella supiera a que me refería.

—Luisita. —Me sujetó las mejillas y me dio un beso en los labios. —Te lo dije el otro día y te lo voy a repetir las veces que haga falta. No vamos a hacer nada que tú no quieras —dijo con sinceridad. —No quiero que hagamos algo que no te apetezca, solo porque se suponga que lo tienes que hacer, porque no es así.

Me quedé hipnotizada con su mirada y dejé de escuchar lo que estaba diciendo, porque sobraban las palabras cuando unos ojos te miran como los suyos me estaban mirando a mí.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora