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  Los días transcurrieron, las noches, y más días y noches.

  A los dos meses de su encierro, Victoria ya había logrado que Joshua le llevase agujas, hilo y unas telas para coserse alguna ropa. Al parecer, el viejo las tenía arrumbadas en algún lugar de su casa y no puso objeción en que ella las tuviera. Se hizo un feo vestido y un aún más espantoso pantalón con una tela en extremo burda. Lo peor era la ropa interior, solo tenía dos conjuntos, el que había llevado puesto en el ascenso más el que tenía en su mochila. ¡Por suerte le habían traído su mochila! También tenía allí tres pares de medias térmicas, un pantalón apto para bajísimas temperaturas que usaba para dormir más algunos cacharros que se habían sumado a la paupérrima vajilla que había en el galpón. Logró que Josh le consiguiera más jabón y algunos otros elementos de limpieza que le sacó a su padre, si a eso se le podía llamar padre, sin que se diera cuenta.

  Lavarse le llevaba horas ya que debía calentar agua en la cacerolita e higienizarse por partes. No podía extralimitarse en el uso de leños porque se morían de frío por la noche. Otra gran dificultad aparecía cuando tenía su período. Eso era una verdadera complicación desde todo punto de vista. Fue justo después del último que Josh había vuelto a venir muy lastimado. Al preguntarle sobre las causas de la golpiza, él se había mostrado evasivo.

  Pasó un mes más y otra paliza. Ninguna había sido tan grande como la primera pero representaba toda una noche de sufrimiento silencioso.

  Al día siguiente, era como si nada hubiera sucedido físicamente aunque no pasaba lo mismo con su ánimo que no se recuperaba hasta pasados cinco o seis días. Joshua quedaba como aletargado, como si hubiera hecho un gran esfuerzo y eso le insumiera por completo sus reservas de energía.

  Aquello era otro de los misterios a resolver.

  El 30 de enero, según el calendario que ella misma se había fabricado, estuvo todo el día ocupada en coserle a Joshua un pantalón nuevo con una gabardina color mostaza que él había sacado de un viejo mueble que estaba en el establo.

  Un establo que ella no conocía.

  Al ir al baño descubrió que otra vez tenía su regla. El corazón le latió con fuerza y un profundo temor la invadió. Una nueva paliza se avecinaba… pero ¿por qué…?

  Josh entró en ese momento. Venía sonriendo, con la comida, el agua y algo que había sacado de debajo de su suéter agujereado. Le hizo  una sonrisa tan resplandeciente e infantil que casi la hizo llorar.

-          Lo encontré en el mismo mueble de dónde saqué la tela… - lo ojeaba como un chico con un juguete nuevo-. Creo que tiene... ¡cuentos!

  Victoria se lo quedó mirando con todo el amor que había ido creciendo día tras días desde que se habían conocido. Joshua era irresistible. Sabía perfectamente que, frente a ella, se encontraba parado el ser más puro, dulce y bueno que ella hubiera soñado cruzarse en su vida.

  Él se dio cuenta que ella lo observaba intensamente y se sonrojó. Cuando eso sucedía, ella siempre lo abrazaba y le hablaba al oído:

-          ¡Sos un sol!- lo volvió a depositar sus ojos sobre él sabiendo que le sonreiría como un niñito de tres años y miraría hacia el piso. Era lo que hacía siempre-. ¿Me vas a leer un cuento esta noche Joshua? ¿Por eso me trajiste ese libro?

  Él se entristeció, su vergüenza fue evidente. Victoria  notó que algo había hecho mal.

-          ¿Qué pasa dulce? Te pusiste serio.

-          Nada, nada…

  Fue hacia la mesa y se sentó a comer. Ella le tomó la cara con las dos manos y no se lo permitió.

-          ¿Qué pasa bombón? Sabés que podés decirme cualquier cosa.

  Sus ojos azules se pusieron brillosos. No era común que eso sucediera. Joshua era muy tierno pero durísimo para quejarse por dolor o derramar una lágrima. Victoria pensaba que era debido a su soledad, que los castigos que había recibido durante toda su vida lo habían templado. ¿Para qué iba a llorar o quejarse si a nadie le importaba, nadie lo consolaba?

  Hasta ahora.

  Al fin confesó  tímidamente.

-          Yo no sé leer.

-          ¿No fuiste nunca... Tu... papá... ¿no te mandó nunca a la escuela?- Victoria sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

-          La escuela... no fui a una escuela... no sé qué es eso...

  Victoria lo estrechó en un abrazo desbordante de ternura. Luego le murmuró en el oído:

-          La escuela es un... - le costaba hablar sin llorar- la escuela es un lugar donde los chicos van a aprender cosas... por ejemplo a leer y a escribir.

  Joshua la miró sin comprender por eso, ella agregó enseguida con una sonrisa cargada de lágrimas.

No hay problema, yo te enseño. Tengo... mucho tiempo.

Entonces él le secó una lágrima y le preguntó, entre avergonzado y preocupado:

-          ¿Estás triste? ¿Es muy malo que no haya ido a esa escuela, que no sepa leer?

   Volvió a abrazarlo, lo apretó fuerte contra ella y ya no pudo detener su llanto. Le habló sin mirarlo. Los sentimientos que le generaba el ser que tenía entre sus brazos era tan pero tan profundo e intenso como jamás había sentido por otro ser humano.

  Le mintió dulcemente, sonriendo entre aquellas lágrimas que parecía, no dejarían nunca de fluir:

-          ¡No bombón! No es...malo... ¡para nada! ¿Querés que yo te enseñe?

-          Sí... quiero pero... lo que pasa es que…

-          ¿Qué pasa?- entonces lo miró secándose las lágrimas.

-          Pasa que yo… - se puso rojo hasta la médula- yo no puedo aprender… soy… yo soy raro dice mi papá…

  La furia interior que sintió Victoria fue lo más parecido a una erupción volcánica. Quiso escupirle a ese viejo hijo de mil putas que lo único “raro” por ahí era que fuera un “padre” tan desnaturalizado que usaba a su hijo comprado como burro de carga pero se tragó todo lo que pensaba.

  Sabía que Joshua no quería escucharlo, que le hacía mal, decir todo aquello era lastimarlo más que cuando era golpeado.

  Nuevamente le sonrió con ternura y comprensión:

-          No te preocupes por lo que dice tu…- se esforzó por pronunciar la palabra- ...papá. Yo te aseguro que vos vas a aprender a leer… por más raro que seas… ¡porque yo puedo ser una maestra maravillosa!

  La cara de Joshua se iluminó de tal modo que parecía que habían encendido un sol de noche. Una sonrisa ingenua, infantil, ocupó por completo su rostro.

  Comieron, rieron y, esa noche, hubo cuentos y más cuentos hasta que se quedó dormido con una sonrisa leve en los labios resecados por el viento frío al que había estado expuesto aquel día.

   Ella tardó en conciliar el sueño.

  En su interior, presentía que se avecinaba una nueva golpiza.

El enlazador de mundos ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora