8

39 10 0
                                    

  Entró al hospital, del mismo modo que había salido de la comisaría: corriendo como loca.

-       Mi hija, ¿ya está en el quirófano?

  La recepcionista le respondió consternada.

-       ¡Sí! La llevaron directo a cirugía. ¡Tranquila doctora Pappalardo! Todo va a estar bien.

  En la sala de espera estaban su yerno y sus consuegros. La desesperación era factor común en todos.

-       ¡No me dejaron entrar Graciela!- Armand, su yerno, tenía los ojos inflamados de tanto llorar. Su castellano fluía más afrancesado que de costumbre-. Tienes que hacer que me dejen entrar, emplea tus contactos, ¡cualquier cosa!

  Le habló con la mayor calma que pudo:

-       Tenés que tranquilizarte. En estos casos no dejan entrar al esposo. Tienen que intervenir, el tiempo es fundamental. ¿Cuánto pasó desde que empezó la hemorragia hasta que la entraron al quirófano?

-       No se… tres cuartos de hora, una hora tal vez… ¡No se bien! ¿Eso es muy importante?

  Graciela Pappalardo se tragó el miedo atroz que sentía y se esforzó por no preocupar más de lo que ya estaban a todos. No podía decirles que no más de veinte minutos era lo aconsejable, después...

-       Veré que puedo averiguar. Esperen acá. ¡Tranquilo Armand! ¡Dios nos va a ayudar!

  La madre del muchacho se santiguó y apretó fuerte el crucifijo que pendía de su cuello mientras que su marido abrazaba a su hijo conteniéndolo.

  Graciela entró al quirófano sin saber si le permitirían pasar. Las piernas le temblaban, el corazón parecía que se le iba a salir del pecho pero se obligó a ser fuerte. Debía estar junto a su hija.

  La enfermera de turno salió a su encuentro.

-       No debe quedarse acá en el pasillo doctora. Póngase la ropa adecuada y pase al quirófano, si usted lo desea…

  El obstetra apareció en aquel momento. Cuando Graciela le vio toda la ropa manchada de sangre por poco se desmaya.

-       No tendrías que haber entrado Graciela…

-       ¿Cómo está Mica, Alberto? ¡Decime lo que me tengas que decir!

-       La estabilizamos. Logramos detener la hemorragia. Sabés que las primeras veinticuatro horas son cruciales luego de una cesárea de urgencia. Va a terapia intensiva, por supuesto. En un rato los dejaremos entrar a su esposo y a vos, pero solo unos minutos. Está sedada.

-       El…- no le salían las palabras- el bebé…

-       El bebé está en estado crítico. Hubo sufrimiento fetal, anoxia. Sumado a que es sietemesino, no hace falta que te diga que el pronóstico no es muy alentador. Está en neonatología en estos momentos con asistencia respiratoria. Lo siento mucho. Voy a hablar con el padre.

  Mientras que el médico hablaba con su yerno, ella se sentía como ahogándose en un mar inconmensurable de dolor. La imagen de su única hija sonriendo y acariciando su vientre bello y redondeado, se le aparecía como si presenciara una vieja película muda dentro de su mente.

  Entonces, escuchó una voz, como si fuera un eco.

“Algo triste te va a suceder. Recordá, ella estará bien. Si me acerco lo suficiente a él, podré ayudarlo…”

  La voz era un murmullo dentro de su cabeza envuelto en una mirada azul extremadamente compasiva, bondadosa... inexplicablemente confiable.

  Levantó la vista y los descubrió a todos llorando a su alrededor. El obstetra ya no estaba. Graciela los observó a uno por uno con los ojos fuera de sí. Del mismo modo les habló, estaba como perdida en su dolor:

-       Me tengo que ir… a buscar a alguien…

  Sabían que la mujer estaba quebrada por dentro pero no entendieron qué les había querido decir.

  Fue el yerno el que se animó a hablarle:

-       Graciela, nos van a dejar verla ahora… en unos momentos…

-       El bebé me preocupa, Armand…- ella seguía como ida-. Yo sé... sé que Mica va a estar bien… yo lo sé… Él dijo: “puedo ayudarlo” Hablaba del bebé… de ÉL...

  Pensaron que había perdido la cordura y no era para menos. Su única hija se encontraba entre la vida y la muerte y su primer nieto…

   La vieron irse sin siquiera poder reaccionar. El dolor los mantenía apenas parados sobre las baldosas que pisaban. Las cartas estaban echadas y el destino no dependía en lo más mínimo de aquella madre desesperada.

  O eso es lo que ellos creyeron…

*

  Jonte la vio entrar  e inmediatamente se dio cuenta de que algo muy grave había sucedido.

-       Doctora…volvió pronto. ¿Qué es lo que pasa?

  Disimuló. Nunca creyó que fuera capaz de hacer una cosa semejante.

-       Tengo que llevarme al muchacho conmigo – mientras le hablaba, tomó del brazo a Jonte que se encontraba solo en aquel momento-. ¿Los demás?

-       Fueron a comer- la miró con desconfianza-. Que raro que la mandaron a usted y no vino alguien del juzgado.

-       No, lo que pasa es que…

  Se dio cuenta de que no podría salir de allí con el muchacho por lo que hizo algo increíble. Le sacó el arma a Jonte y lo apuntó.

-       ¡Lo siento José! Tengo que llevarme a ese chico ahora. Es un caso de vida o muerte. ¡Vamos!

-       ¿Estás loca doc? ¿Qué está pasando? ¿La vida o muerte de quién?

-       ¡Abrí la celda José! Se trata de mi nietito que recién termina de nacer y ya está a punto de morir. No tengo tiempo para más explicaciones. ¡No hagas que te tenga que dormir de un culatazo y abrirla yo misma!

-       Tu nieto… No entiendo para que querés a…

  Los otros presos miraron a Jonte y luego a Joshua. Ambos comprendieron perfectamente para qué lo quería la mujer, lo que no entendían era como ella sabía lo que aquel hombre era capaz de hacer.

  El único que estaba tranquilo era Joshua que le sonreía irradiando paz. Cuando él y Jonte intercambiaron lugares, el muchacho miró  el arma y luego a Graciela.

-       Ya podés dejar eso. No lo necesitaremos a donde vamos. Todo va a estar bien. La iluminó con una sonrisa que la calmó por completo. Ella tenía fe en él, como jamás la había sentido por nada ni nadie de este mundo.

  Antes de salir del recinto, Joshua giró para hablarle a Jonte.

-       Tenés que dejar este trabajo. No es bueno para vos. Lejos de acá, más allá de las fronteras de la tierra de tu patria, está tu verdadero destino.

    Salieron de la comisaría sin que, increíblemente, se cruzaran con nadie.

  Mientras manejaba, la mujer lloraba sin parar. Joshua recogió un par de lágrimas con sus dedos y se las llevó a la boca.

-       Saladas, igual que las mías y las de Victoria. ¡Qué curioso es el agua salada que brota de los ojos!

El enlazador de mundos ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora