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  Victoria no volvió a hacer preguntas. No estaba preparada para oír las respuestas ni tampoco para ver sufrir a Joshua por culpa de su curiosidad.

  Tampoco hubo grandes cambios en los cuatro meses siguientes. El invierno llegó y ahí pudo ella apreciar en toda su magnitud lo que era estar rodeada permanentemente de metros de nieve. Lo extraño fue que no sintió más frío que en verano, fluía en ella todo el tiempo un calor interno que hacía que su piel estuviera siempre tibia, aún en plena nevada sin tener puestos los guantes. No se atrevió siquiera a hacerle un solo comentario a Joshua sobre el tema. Desde que había quedado embarazada, sentía que una unión en extremo profunda la unía a él de un modo singular. Cuando aparecían estas sensaciones de “comunidad sobrenatural”, ella se esforzaba por desviar sus pensamientos y realizaba algún trabajo que requiriera mucha precisión para ocupar su mente.

  Funcionaba.

  Otro cambio fueron los baños termales. El viejo les permitía ir una vez por semana a unas cuevas en las que fluía agua caliente. Se bañaban allí, se amaban… eran, sin duda, los mejores momentos que  compartían en aquella monstruosa prisión helada.

  También podría decirse que se había transformado en una gran cocinera y costurera.

   Continuaron haciendo el amor. Y no solo en las termas, lo hacían siempre que podían. Era el momento en el que el horror del cautiverio, los maltratos, desaparecían y eran solo ellos tres en el universo… dándose amor. Después dormían, siempre luego de hacerlo, dormían más de lo normal…

  Joshua había aprendido mucho sobre el tema y, podría decirse ya que era un magnífico amante. Uno de sus mayores logros, con respecto a lo sensual y excitante del juego previo, lo había alcanzado en su forma de acariciar y besar cada milímetro de su cuerpo. Ya se había acostumbrado a que sus ojos cambiaran de un tono violeta tendientes al rojo en aquellos momentos. Nunca habían vuelto a llegar al carmesí de la primera vez pero, aquel cambio de tonalidad en sus irises, era algo que la asombraba verdaderamente. Lo más impactante era cuando le besaba la panza que ya estaba bastante abultada, allí casi hubiera jurado que se producían una especie de pequeñas descargas eléctricas y sus ojos se transformaban en un torbellino de colores que enmarcaban sus sonrisas serenas e infantiles de un modo arrollador.

  Lo amaba.

  Lo amaba tanto que, cada vez que el viejo le pegaba, a ella le dolía el cuerpo. Se daba cuenta que esto iba en aumento.

  Una semana antes de que empezara el invierno, ella había cocinado y había regresado al galpón. Estaba cosiendo una manta de piel de liebre nueva que reemplazara a la otra para poder lavarlas alternadamente. Se encontraba sentada junto al hogar, apoyada sobre la mesa cuando, de pronto, sintió un fortísimo dolor en la cintura. Se asustó pensando que se trataba de la beba y trató de buscar ayuda. Casi arrastrándose, llegó a mitad de camino entre la casa del viejo y el establo; terminó desplomándose en medio de la nieve.

  Al despertar, estaba acostada cerca del fuego, sobre su camastro. Joshua estaba a su lado, volando de fiebre. Lo revisó para ver a dónde habían sido los golpes esta vez y descubrió un moretón gigantesco arriba de la cintura que ya estaba pasando del morado al gris amarillento,  Parecía que, había sido más grande y llegado hasta los riñones.

  Aquella noche, Joshua se recuperó y su temperatura volvió a normalizarse.

-          No se cuantos días estuvimos así Josh. Él nos debe haber traído…

-          No, fui yo- le besó suavemente la frente.

   Victoria se mostró preocupada

-          La beba…- las lágrimas se le escaparon sin que ella pudiera hacer nada.

  Él la miró con sus ojos grises aún pero toda su expresión era dulce y luminosa, incluyendo su mejor sonrisa de chiquillo.

-          Tranquila… Kaban está muy bien- y sus ojos brillaron pícaros-. ¡Estuve con ella!

  Después de aquel día, el viejo empezó a golpear menos a Joshua. Más bien lo obligaba a hacer trabajos durísimos: hachar durante horas durante las nevadas, reparar la estructura de la casa y hasta pasar la noche fuera, ocupándose de los animales.    

 Fue por ese tiempo que ella lo decidió: en primavera huiría de allí a la primera oportunidad que tuviera.  

Para eso debía organizarse, prepararse. Un mañana en que el viejo estaba durmiendo aquejado de un fuerte estado gripal, tuvo la posibilidad de hurgar aquí y allá dentro de la casa. Fue ese el día en que encontró, dentro de un mueble destartalado, un mapa de la zona. Sacando algunos cálculos más tarde, escondida en el baño del galpón, se dio cuenta que debían estar a unos treinta o cuarenta kilómetros del refugio de montaña más cercano. Desde allí, a 9 kilómetros, había un camino de ripio.

  También la alentó que, a esta altura del embarazo, el vínculo con Joshua era tan potente que  conseguía percibir su energía vital  en forma permanente y sabía que, si se concentraba mucho, podía lograr que él se dirigiera al lugar donde ella estuviera.

  Lo comprobó una tarde que estaba cocinando una gran cacerola de locro, se desbordaba y debía moverla del fuego pero no tenía asas para sostenerla con seguridad.

  Había pensando:

“Si Josh estuviera acá…”

  Él apareció segundos después como por arte de magia, sonriendo como siempre y había ido directo al fuego y movido la olla sin que ella emitiera palabra. Otro día le había sucedido algo similar cuando se  bañaba en las termas, el jabón se le había caído al ir hacia las cuevas  sin que lo notara hasta estar ya sumergida en el agua caliente. Él había llegado unos momentos después con un jabón nuevo. Sucedía cuando el pensamiento era puntual y ella lo mantenía por unos cuantos minutos con toda la intención de comunicarse con él, ahí parecía percibirla. Por eso trataba de no pensar en su plan de escape, para no ser descubierta ni, a través de él, poner al tanto a nadie de lo que pensaba hacer. Debía lograr mantener el secreto hasta que el hecho estuviera consumado. No tenía duda alguna de que, si ella huía, él la seguiría.

  La oportunidad se presentó una fría mañana de fin de septiembre. El viejo había ido a buscar a Joshua al lugar  donde llevaba a pastar a los animales porque parte del techo de su cuartucho en la casa se había venido abajo. Se fue a escondidas para que ella no notara su ausencia, pero antes le gritó:

-          Quedate  dentro de la casa, hay un puma rondando.

  Victoria lo siguió a través de las ventanas primero, luego salió de la casa, lo buscó por los alrededores y nada. Inclusive había sacado su caballo por la parte trasera del establo, pero…

  Quedaba la yegua…

   Fue hacia el galpón y juntó las cosas que había estado preparando, se ajustó bien la mochila, se envolvió en la vieja piel de liebre y enrolló la nueva guardándola en el compartimiento bajo de la misma. Finalmente montó a la yegua y se dirigió hacia el sudeste, lugar contrario del que llevaban a pastar el ganado.

  Media hora después, le pareció que Joshua la llamaba pero no, él no se encontraba allí, aun no la había alcanzado.

 Cuando comenzó a anochecer estuvo segura: el viejo ya lo sabía. Sentía, en lo más profundo de su ser, que el padre de su hija ya las estaba buscando.

El enlazador de mundos ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora