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Diez días trascurrieron, todos casi iguales. La diferencia más importante fue que, al tercero, Victoria ya no tiró la comida por lo que Joshua no comió del piso. Ni comió nada. Ella vació el plato en minutos apenas. A esa altura estaba muerta de hambre ya que, aparte de la comida de la noche, en el día solo había para alimentarse trozos no muy grandes de pan y queso, al parecer, de cabra.

  Al sexto día, la muchacha ya se había dado cuenta que, lo que él le daba para comer a ella era “toda” la comida que había y decidió compartirla con su compañero de celda.

  Y esa era la lección  más importante que había aprendido en sus primeros días de cautiverio: “Alguien” cerraba la puerta desde afuera cuando Joshua entraba. Se había equivocado al pensar que aquel muchacho al que, aun después de diez días no le había visto el rostro, era su carcelero. 

   No. Había alguien más. Ese “alguien” los tenía prisioneros… a ambos. La única diferencia al parecer era que él tenía el privilegio de salir para trabajar, sin duda alguna.

   Se aprendió la rutina.

   Josh, había decidido acortar el nombre de su compañero sin rostro, salía muy temprano por la mañana, cuando aún no amanecía. “Alguien” le abría y, enseguida, volvía a cerrar la puerta. Por los ruidos exteriores, se ocupaba de los trabajos del lugar, no sabía cuales serían pero uno de ellos era tener provisión de leños junto a la puerta para cuando regresaba por la noche. Victoria lo escuchaba hacharlos cerca del galpón, luego los ponía en una carretilla que tenía sus ruedas muy poco aceitadas. Más tarde él se alejaba y parecía entrar en alguna casa cercana al galpón porque escuchaba una puerta que se cerraba con fuerza. Al amanecer, se oían sonidos de ovejas, cabras que parecían llevar a pastar a algún sitio porque luego, durante todo el día, el silencio se adueñaba del lugar. Ahí era cuando ella creía enloquecer, hasta que, otra vez, los balidos se escuchaban y las pisadas de hombres regresaban. Otra vez ruidos en la casa hasta el anochecer en que Joshua, “el hombre sin rostro”, su compañero de celda, regresaba a su lado. Él nunca hablaba. Desde que le había dicho su nombre no había vuelto a emitir ni un sonido. Por más que ella lo había interrogado de todas las formas, hecho comentarios, en todos los tonos de voz y formas posibles, desde la amabilidad hasta la furia, nunca había recibido respuesta alguna. Tampoco se escuchaban conversaciones cuando estaba afuera, con “Alguien”. Entre ellos tampoco hablaban.

   “Tal vez Alguien era mudo.

  Lo que no había vuelto a hacer es golpearlo. No hubiera podido. Recordaba la pasividad de aquel hombre frente a la brutal agresión recibida por ella y, solo aquel recuerdo, le hacía doler el estómago. De pronto, e inexplicablemente,  notaba que no podía tolerar siquiera pensar en cometer un acto de violencia.

 Victoria trataba de ocupar su mente intentando comprender esta nueva e increíble realidad en la que estaba inmersa: “Viva pero prisionera de un desconocido junto a otro desconocido y todo en un silencio atroz y helado.”

  El día número once, la muchacha lo esperó  decidida a  hacerlo tomar conciencia de la situación... nuevamente...

-           A mí me está buscando medio Santa Cruz. Mi madre debe estar inclusive con ellos... Ya sé que te dije todo esto mil veces, ya lo sé pero... realmente, ¡tenés que creerme! ¡Reaccioná Joshua! De un momento a otro van a llegar hasta acá- intentó ser más convincente que las otras veces-. Sería bueno que, cuando llegue el momento, me ayudes, digo… “nos” ayudes. Porque vos estás en la misma situación que yo. Eso es obvio.

  Él no le contestó pero, por la noche, cuando la escuchó llorar, se acercó y, por fin, le habló nuevamente. Lo hizo dulcemente mientras le acariciaba el cabello.

El enlazador de mundos ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora