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  Al día siguiente llegaron a las puertas de una estancia.

  Rodolfo Verdiner, ese era el nombre completo del viejo, no presentó objeciones sobre entrar al lugar. La voz en su cabeza, que parecía ser inexplicablemente la de la madre de Joshua, no le había advertido de peligro alguno.

  Cabalgaron hasta la casa principal. Allí salió a su encuentro un hombre fornido, de piel curtida y alegres modos. Se notaba que se trataba del dueño de aquellas tierras.

-          ¡Vaya, vaya! Es raro ver por estos lados a una familia completa montada a caballo- gritó mientras se les acercaba-. ¿Qué es lo que andan buscando?

  Verdiner les tomó la delantera. Indicándoles en voz baja.

-          Ustedes dos no digan ni una palabra, sobre todo vos Joshua- levantó la voz mientras se apeaba y caminaba hacia el estanciero-. La verdad amigo, andamos necesitando trabajo y casa. La familia se agrandó y tuvimos que irnos de nuestro antiguo hogar. Vivíamos arriba, en lo alto del cerro, y bueno, como comprenderá no es un buen lugar para criar una criatura que, le aseguro de todo corazón, nos ha llegado del cielo.

  Victoria no pudo evitar sonreír por el comentario tan “oportuno” con respecto al nacimiento de Alba.

  El viejo continuó:

-          Realmente nos arreglamos con poco y trabajamos bien duro mi hijo y yo. Es un muchacho fuerte y yo también, se lo aseguro.

  El dueño de la estancia consideró el ofrecimiento por unos segundos  y luego habló con indudable sinceridad:

-          No le miento cuando le digo que no ando tomando gente. El año pasado fue difícil y este año no augura ser mejor, pero… verlos con una muchachita tan joven y ya madre, un bebé…No tengo corazón para negarme. Le puedo ofrecer la vieja  vivienda del capataz, no está en muy buenas condiciones pero puedo darles los materiales para que la acondicionen. Sobre el trabajo, tenemos plantaciones de fruta fina y, en verano, siempre viene bien una mano extra para la cosecha y el procesado. La paga tal vez no sea la mejor pero…

-          No se haga ningún problema por eso, nos arreglaremos con lo que usted pueda darnos señor...-. Verdiner dio a entender que no sabían su nombre por lo que el hombre enseguida se presentó:

-          Tienen razón, ¡qué descortés! Soy Felipe Riega.

-          Rodolfo y Joshua Verdiner. Ella es Victoria, la esposa de Josh y… la pequeña Alba…

  Los hombres se dieron la mano y el acuerdo quedó cerrado. El estanciero agregó entonces:

-          Tal vez Victoria, cuando su pequeña se lo permita, quiera hacerle compañía a mi esposa.

  Todo se fue acomodando con naturalidad en aquel paraje alejado y no tan distinto del que ellos venían, solo que allí eran libres.

  Reacondicionaron la vieja casa del capataz. Joshua y Victoria tenían una habitación para ellos y su hija  con una cómoda cama matrimonial. Los dos hombres trabajaban durante el día pero, cada vez que podía, el viejo cubría a Joshua para que él fuera a verla a Victoria y a la beba.

  A su vez, la muchacha había entablado una linda relación con Estefanía, la esposa de Felipe Riega. La mujer, de unos sesenta años, se desvivía por la criatura que le alegraba los monótonos días sin sus propias hijas. Le  había comprado a la beba pañales descartables y ropa en una escapada al pueblo.  Cuando Victoria le puso aquellos pañales a Alba se sintió tan contenta que reía a carcajadas. A pesar de los precarios pedazos de trapo que había usado hasta aquel momento, la piel de la niña estaba como en el mismísimo momento de nacer. Al acariciarla parecía que tocaba seda. También su piel siempre había estado tibia, sin importar el frío del ambiente.

El enlazador de mundos ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora