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   Habían trasladado a la pequeña a pesar de las negativas de su madre. Padre e hija habían discutido hasta el hartazgo. Al final, el juez impuso su voluntad:

-       Dolores y vos vendrán conmigo, aunque tenga que llevarte atada.

  No la llevó atada, sí dopada hasta la coronilla.                                                                                  

  Todo ocurrió como lo acordaron con Graciela y Alejandro, de modo similar a la vez anterior. Faltaban solo quince días para el parto y no podían moverse y arriesgarse sin razón. No creían que Manic  pudiera nacer en territorio de los Guardianes de Ahau. Tal vez, La Orden tenía aquel sitio vigilado.

  Padre, hija y nieta, ayudados y conducidos por Alejandro, pasaron del auto del juez a la combi. La niña iba en una silla especial que la sostenía, en el asiento del auto, por el torso, los brazos y piernas para no caer. Al único que  le vendaron los ojos fue al Juez que iba en el asiento trasero junto a su hija. A ella no hizo falta ya que estaba totalmente sedada, con poca capacidad de reacción.

 Alejandro conversó con la niña que viajaba en el asiento de adelante, junto a él, durante todo el camino hacia las cabañas. La chiquilla miraba al mismo tiempo por la ventanilla.

-       Tu mamá está un poco dormida.

-       Pues sí- contestó algo triste, con su acento madrileño-. Desde el accidente, duerme mucho. Es por las píldoras que toma.

  Alejandro quedó encantado, tanto por aquella manera de hablar como por su espíritu valiente y alegre.

-       Mi abuelo dice que me llevan con alguien que me va a curar, ¿es cierto o solo me lo dijo porque me quiere mucho?

  Al juez se le escaparon algunas lágrimas debajo de la venda pero nadie se dio cuenta.

  Alejandro respondió alegremente:

-       Yo creo que la respuesta es sí a ambas cosas. Sí, hay alguien que va a sanarte y sí, definitivamente, tu abuelo te quiere mucho.

-       ¿Y cómo es el que va a sanarme? Mi abuelo insiste que es un muchacho muy hermoso y muy bueno.

-       También es cierto. Tu abuelo, pequeña charlatana, es un hombre muy sabio.

-       Él dice…- su voz ahora fue temerosa por la respuesta que podría oír- que ese muchacho puede ayudar a mí madre también.

-       ¡Sí, que lo hará! Al sanarte ya tendrá una buena parte de la cura de tu madre. Igual… creo que, por ser la mamá de una nena tan bonita e inteligente, la ayudará con algo más.

  Lola sonrió y sus ojos casi negros indicaron que estaba pensando en otra cosa.

-       Las madres aman mucho a sus hijos. Son capaces de hacer cualquier cosa por ellos. Cuando yo tenga un hijo- lo miró y le sonrió pícara-, que sé será varón, voy a enseñarle a mirar bien, a estar atento a lo que sucede a su alrededor. Si mi papá y yo hubiéramos prestado más atención, nos habríamos dado cuenta que el carro que explotó estaba mal estacionado, en el medio de una calle… No estuvimos atentos, no lo vimos… - se entristeció- y mi papá se murió. Mi hijo, cuando yo lo tenga, será muy cuidadoso, le va a prestar atención a cada detalle…

  Alejandro no pudo ocultar su admiración. Empezaba a comprender por qué sería la madre de uno de los veintiuno. Tenía el temple y el valor. Allí sentada, toda atada a una silla para no desparramarse por el piso del auto, con solo su cabeza moviéndose, ¡y tenía planes, proyectos para su futuro!

El enlazador de mundos ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora