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     El lugar que había visto Alejandro en su sueño resultó llamarse “Pozo Verde” y estaba ubicado a unos 15 kilómetros al sud-oeste de Pozo del Tigre en la provincia de Formosa. Allí había un manantial de gran profundidad que, aún en las secas más largas, se mantenía con agua y siempre estaba cubierto por un manto de plantas increíblemente verdes oscuras.

  A mediados de agosto, el vientre de Victoria estaba ya bastante abultado. Ella y Joshua se ocupaban de cuidar de una vaca, que les proveía de leche todos los días y de seis gallinas. Con la leche, Joshua hacía un queso riquísimo, le había enseñado ciertos secretos un granjero que vivía junto a la pequeña chacra que habían alquilado. Graciela se había asegurado que se tratara de un hombre fuerte y sano antes de permitir que el muchacho se relacionara con él.

  La amistad había resultado de mil maravillas. Fausto, ese era su nombre, siempre había vivido solo y era muy alegre, le gustaba conversar largo y tendido sobre la vida y sus misterios mientras tocaba bellos temas folclóricos en su guitarra. También le había enseñado a Joshua a tocarla.

   Victoria dormía largas siestas bajo estricta vigilancia de su madre o Alejandro que jamás la dejaban sola. Alba, por su parte, andaba de acá para allá también siempre bajo rigurosa compañía, hasta que su padre se la llevaba a cabalgar por los alrededores. Era en estos momentos en los que Rosalía se quedaba con Victoria y Alejandro seguía a Joshua discretamente para que, padre e hija, disfrutaran aquellos momentos de intimidad. Fue en una  de esas salidas que los perdió de vista por unos momentos. Luego de buscarlos sin no poca desesperación los había encontrado bajo la sombra de un frondoso árbol. Joshua  estaba recostado en la hierba y tenía a su pequeña hija frente a él. Las miradas de ambos estaban unidas en una vorágine de colores y destellos. Joshua le sonreía y hablaba en el idioma que tantas veces había oído en los labios de Caniaiesh. Entendió a la perfección el tema tratado: Paradish. La pequeña le sonreía como entendiéndolo todo a la perfección mientras que se colgaba de las mechas rubias oscuras que pendían por sobre las orejas de su padre. Alejandro se acomodó debajo de un árbol no muy alejado y, desde allí los vio brillar. Primero fue un suave tono celeste el que los envolvió hasta que al final, quedaron totalmente cubiertos por una luz translúcida y cegadora. De principio a fin, el proceso había durado unos veinte minutos.

  Se sorprendió cuando una mano lo sacudió. Joshua estaba parado junto a él con Alba dormida entre sus brazos. Le sonreía con picardía e inocencia a la vez.

-       ¿Quién cuida a quién?- y levantó las cejas en medio de una sonrisa arrolladora.

-       ¿Cómo pude… dormirme así?- se puso de pie muy rápido y se mareó un poco.

-       Sin dormir no hubieras podido participar.

-       ¿Yo participé?

-       ¿No entendiste todo?

-       Sí pero…

-       Si yo te hablara en paradishiano ahora no comprenderías ni una palabra.

-       Creo… que es cierto…

-       Solo en sueños podés entender nuestro idioma  porque vibrás como Akbal íntegramente.

  Reunieron a los caballos y emprendieron el regreso conversando como buenos amigos.

-       ¿Cómo llegaron a saber los mayas sobre ustedes?

-       Heredaron el conocimiento de sus antepasados. En tiempo de la plenitud  maya, los paradishianos hacía miles de años que habían partido. Solo quedaba una airush bayinhin.

El enlazador de mundos ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora