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Lo vio estacionar su flamante aunque no tan ostentoso auto en la puerta del restaurante. Él, a su vez, la divisó a través del ventanal rodeado de flores y fue directo hacia ella.

-       Hola doctora Pappalardo, ¿cómo está?

  Aceptando la ironía que realmente se merecía, contestó:

-       Yo estoy muy bien. ¿Vos?

  La estudió durante unos segundos. Ella se dio cuenta que algo le estaba pasando a aquel hombre al que conocía tan bien pero lo atribuyó al tema que los reunía.

  El mozo los interrumpió:

-       ¿Qué va a tomar señora?

-       Un cortado doble, por favor, y un tostado.

  Cuando se retiró, el juez preguntó como al pasar:

-       ¿Y cómo están los demás? Ya sé que Berger está muerto…

-       Sí. Algo lamentable. Creo que, al final, trató de hacer las cosas bien.

-       Al final…claro…

  Ella lo observó también intentando adivinar qué sabía ese hombre y qué no. Era obvio que, cuando los ayudó a escapar, no estaba al tanto de nada. ¿Pero ahora? ¿Sería parte de los que los perseguían? La realidad es que aún ninguno de sus enemigos tenía rostro por lo que podía tratarse de cualquiera, incluyendo a su amigo, o ex amigo según el caso, el juez Lombardero que estaba frente a ella. Solo tenía cara el asesino del alemán y aquel rubio que se había dejado ver por Alejandro en Viedma, simples empleados.

  Lombardero interpretó perfectamente el silencio de su amiga de tantos años y lo interrumpió:

-       Sé que estás evaluando de qué lado estoy, así que voy a allanarte el camino: como te dije hace diez meses en mi despacho, estoy del lado del bien o sea, creo, que del tuyo.

-       El problema es que no se trata “de mí” todo esto.

-       Lo sé.

  El mozo trajo el pedido y ambos callaron. Cuando se retiró a una distancia prudencial, el juez continuó:

-       Sé que no se trata de vos. Averigüé algunas cosas…

-       ¿Qué cosas? ¿Y de quién obtuviste información?

-       Preguntás más vos que yo, y resulta ser, que yo soy el juez acá. Los psiquiatras escuchan a sus pacientes y los jueces, bueno…hacemos preguntas.

  La mujer sonrió ante el acertado comentario y completó la frase:

-       …a los acusados. Los jueces hacen preguntas a los acusados. ¿Estoy acusada de algo tal vez?

  Lombardero le sonrió con un dejo de tristeza que ella no comprendió en aquel momento.

-       Ya sé, ya sé que a mí ser juez no me servirá de nada en este caso pero, quizás a ustedes sí les sea útil alguien como yo.

-       ¿Por qué creés que podrías sernos útil y, si fuera así,  qué pretendés a cambio?

  El juez entrecerró los ojos y le respondió:

-       Quiero la verdad ante todo.

-       La “verdad” tal vez sea demasiado grande y pesada, hasta para un Juez.

-       No te creas- mordió su tostado y le sonrió con calma-. Sé quiénes los persiguen. Tal vez podamos intercambiar información.

  Graciela se reacomodó en su silla. La incomodidad fue evidente pero no dijo nada, esperó que su viejo amigo continuara.

El enlazador de mundos ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora