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  En El Duraznito, un pueblo  a pocos kilómetros al norte de San Miguel de Tucumán, rentaron habitaciones en una casa de familia. Alejandro y Rosalía fueron hasta la capital y vendieron la camioneta para dirigirse hacia Alderetes donde compraron otra camioneta, más moderna y cómoda. Los miles de dólares que les había dejado el alemán los ayudarían mucho de ahí en más. La cargaron con provisiones y regresaron a buscar al resto del grupo.

  El 8 de abril partieron rumbo al este y pararon esta vez en Nueva Esperanza, al norte  de Santiago del Estero. Allí rentaron una casita pobre a la entrada del pueblo cuyos antiguos habitantes habían emigrado a Buenos Aires a causa de las repetidas inundaciones que azotaban la región. Todos se dedicaron  a acondicionar el lugar de la mejor manera posible. Graciela ayudó a algunas personas que tenían problemas de salud ya que allí, no contaban con recursos suficientes para ocuparse de los más pobres, que eran demasiados. Joshua ayudó solo un poco y nunca en contacto directo con las personas. Graciela lo mantenía apartado de los habitantes, sobre todo de los más enfermos. Sabía perfectamente que él no podría detenerse en el momento de prestarse a ayudar a quién sufría. Si no se hubiera negado rotundamente, en un par de meses, la mitad de los pobladores hubieran tenido los ojos muy azules. Por eso los enviaba a él, aVictoria y la beba con la excusa de que disfrutaran solos y en familia, a navegar en un botecito por el río Horcones ya que la época de crecida había finalizado y era una manera de tenerlos aislados de la gente que miraba curiosa a tan deslumbrante familia.

   Hacia fines de mayo, luego de festejar un nuevo aniversario de la formación del Primer Gobierno Patrio, decidieron marcharse. Muchas personas fueron a despedirlos aquella mañana un tanto calurosa de mayo, toda gente humilde. Antes de subirse a la camioneta, Joshua se había escapado de la protección de Graciela y había apoyado su mano brevemente sobre la cabecita de un bebé. Le habló a su madre que no podía desprenderse del embrujo hipnótico que generaba la mirada azul del muchacho.

-       ¿Cuál es su nombre?

-       Estanislao.

-       Estanislao…Volveré por él y, en él, todo el espíritu de tu gente perdurará.

  Alejandro se lo había llevado a la rastra y lo había obligado a subir a la camioneta. Se despidieron al fin con emoción mientras Joshua los observaba con la nariz pegada al vidrio de la luneta trasera.

  Por tercera vez, Victoria vio llorar a Joshua. Alba también lo hacía con gran angustia mientras ella los abrazaba a ambos intentando consolarlos.

-       ¡Cuánto dolor! ¡Sufren tanto! ¿Cómo es que nadie hace nada para ayudar a estas personas? ¿Nadie siente el dolor de sus espíritus atrapados dentro de los cuerpos que sufren? ¿Nadie los ve?

  Las palabras del muchacho brotaron desbordadas de angustia, tenía los dedos de ambas manos clavadas en la butaca.

  Graciela, temiendo que saltase del auto y se arrojara sobre aquellas personas desvalidas que se habían acercado a la ruta para decirles adiós, habló con la mayor sabiduría de la que fue capaz:

-       El mundo está repleto de personas como estas, es imposible que puedas ayudarlas a todas. Los hombres que gobiernan los países de la Tierra no quieren verlos, solo se preocupan por sí mismos. A la mayoría ni siquiera les importa, aunque te parezca imposible, lo que les pueda pasar.

  Alejandro, que iba al volante, la miró y le hizo un gesto demostrando que era inútil cualquier cosa que dijera.

-       Todos lo sabemos. Él lo sabe. No es su misión rescatar lo que no puede ser rescatado. Tampoco salvar a aquellos que siempre estuvieron a salvo…

El enlazador de mundos ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora