Compulsivos, iracundos, desafiantes y efusivos.
Bandos totalmente distintos: Un líder sangriento de la mafia italiana y una joven destinada a ser la heredera de la mafia china. Son enemigos en todas sus letras, la tríada y la mafia italiana nunca h...
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Sostengo ese vestido blanco y lo sacudo con fuerza para sacar el polvo. Al ponerme el vestido, la tela baila en mi cuerpo delgado, mis pezones se ponen erguidos por la brisa que ingresa por los espacios abiertos de la ventana. Mi sujetador está un poco destrozado por el medio y no sujeta bien el broche. Si Adriano Greco hubiese ejercido más fuerza; lo hubiese roto.
Salgo con cuidado y a diferencia de la puerta rechinadora, esta abre con facilidad. Me paro afuera del cuarto del baño y veo a Adriano. Él intenta acecharme y llegar a mí, con sus pasos rápidos, pero lo esquivo con facilidad.
—No intentes jugar conmigo. —contesto.
—No estás en posición de ponerte malcriada. —responde con un tono más elevado.
Oigo el rechinar de sus dientes, su mandíbula se marca y sus ojos me observan con detenimiento.
Me aterra pensar que pueda caer ante sus encantos. Es sumamente ridículo.
Estoy siendo invadida por los pensamientos pecaminosos en estos jodidos momentos y eso no es nada saludable para nadie.
"Ahora no Maylin, estás en contra de tu voluntad encerrada en este lugar"
"No piensas con claridad, mantente fuerte, orgullosa y con tu dignidad en pique"
Su mano se posa en mi cuello y me atrae hacia él. Me jala con fuerza y reprime mis intentos de patearlo.
Los dedos de Adriano descienden con lentitud hacia mi cuello, su respiración roza con piel. Ese leve aliento sobre mi cuello, provoca un escozor y un escalofrío que se esparce con rapidez a cada de mi cuerpo.
—¡Hijo de p...! —ni siquiera puedo terminar de decirlo. Adriano encierra sus dedos en mi cuello con fuerza, la cual corta mi respiración.
—¡Silencio!
Su agarre se hace débil y eso me otorga nuevamente el aliento.
Siento una leve incomodidad sobre mi cuello, intento llevar los dedos a esa parte y quitarme la cosa que me irrita, pero Adriano hace presión sobre mis muñecas.
—Imbécil. —digo y trato de mover su mano, pero su agarre se hace aún más fuerte.
Me voltea y hace que dé pasos demasiado rápidos hacia la esquina de su habitación en la cual tiene un gran espejo.
—¡No soy tu perra, para que me pongas un collar! —lo digo en voz alta he intento sacarme el objeto que está en mi cuello y veo como la sonrisa de Adriano se agranda.
—Tiene hasta tu nombre en chino, cachorrita. —dice en tono de burla.
Mis pulgares me duelen al intentar desabrochar el maldito collar. Detengo todo tipo de acción y lo veo a través del espejo.
Los pensamientos más absurdos aterrizan con rapidez. Todo se remota en una sola situación. Mis palabras salen con un paso acelerado.
—Si accedo a ser tu maldita esclava, ¿Qué tipo de beneficios tendré? —trago saliva y este se muestra sorprendido ante tal respuesta mía.