Capítulo 7

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Cogí la llave de la casa de mi bolso y la introduje en la cerradura.

Toda mi infancia y adolescencia había transcurrido en este mismo lugar que ahora había estado abandonado por tantos meses. ¿Quién hubiese dicho que yo sería la que quedaría a cargo de este hogar a mis veintitrés años sin ninguno de mis padres con vida?

Decidí ponerle fin -o comienzo, dependiendo de cómo se lo viera- al asunto y me adentré. Alargué mi mano hacia el botón para encender la luz y, como era de esperarse, no había energía.

Alguien no pagó por los servicios...

Maldición. Sin luz y sin móvil para iluminar, supongo que tendría que recordar si teníamos alguna linterna o, en todo caso, vivir a la antigua; a base de velas.

Caminé a paso ciego, intentando no darme contra nada y, al llegar a la cocina, el olor de putrefacción me invadió.

Introduje mi mano en uno de los cajones y, afortunadamente, había dado con las velas y los fósforos. Encendí varias para iluminar la habitación y, una vez que me fue posible ver, observé a mi alrededor. Nada de todo lo que estaba viendo había sido movido de su lugar en meses; los trastos aún estaban sucios y todo en el refrigerador debía estar en estado de descomposición.

Puede que ahora luciera como una casa abandonada, pero yo me encargaría de volverla tan acogedora como solía ser.

Cogí una bolsa de basura y comencé a arrojar allí todo lo que estaba preparado para desaparecerse de mi vista... O de mi olfato. Limpié todo aquello que se encontraba sucio y me dirigí hacia la sala de estar.

Al cabo de lo que habrán sido treinta minutos, todo se veía más limpio, aunque sabía que tendría que hacer una limpieza profunda de este lugar o, más bien, contratar a alguien para que lo hiciera por mí.

Pese a haber hecho un buen trabajo, su habitación y la mía habían sido los dos únicos lugares en los que no había sido capaz de adentrarme. Sabía que la suya olería completamente a él y sentía que, al abrir la puerta, aquel particular aroma se esfumaría. Por el otro lado, mi habitación no hacía más que recordarme a mis tiempos en KEK no siendo más que una ilusa.

Sin duda alguna, tendría que deshacerme de mi departamento ya que planeaba quedarme con esta casa que mis padres habían comprado con tanto esfuerzo. Lo cierto es que era algo grande para mí, pero no podía dejarla en manos de otras personas.

Mañana me esperaba un largo día con una larga lista de cosas por hacer pero estaba feliz de, finalmente, encontrarme en mi hogar.

*

Los golpes en la puerta me hicieron despertar de un salto del sillón hacia el suelo. Abrí mis ojos con gran esfuerzo y los rayos de sol se adentraban por las ventanas; ya había amanecido. Me incorporé somnolienta y caminé hacia ella a paso dudoso.

Pese a que mi cansancio era monumental, era muy temprano para estar tocando la puerta.

—¿Quién es? —pregunté sin abrirla, haciendo el intento de despertarme por completo.

—Paquete para Valdine Jensen —habló una voz masculina desde el otro lado de la puerta.

Hasta no estar segura que no era algún tipo de asesino en serie o alguien de KEK, no la abriría.

—¿Código? —reclamé saber.

—Celia.

Al oír la respuesta correcta, la abrí con rapidez y un hombre un tanto mayor se encontraba frente a mí.

—¿Usted es Valdine Jensen? —asentí tan pronto hizo la pregunta y me entregó una ficha para que firmara para confirmar que había recibido aquel paquete.

CODICIA [+18] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora