Capítulo 26

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Una noche más en la que casi no había descansado. Mientras Anya dormía muy plácidamente a mi lado, mi cabeza no se detenía ni por un segundo.

Wolf... ¿Qué demonios me había hecho?

<<¿En verdad te lo preguntas?>> atacó mi consciencia. <<Lo tuyo nunca es sexo y ya. Involucrarte sentimentalmente con quien se mete entre tus bragas parece ser más tu estilo, Jensen>>

Resoplé en aquel silencio, rabiosa conmigo misma. Por si no me había sido suficiente enamorarme del suicida que esperaba que aún continuara amarrado a la silla, ahora también comenzaba a sentir cosas por el suicida que arriesgaba su vida por mí.

Me removí en mi lugar un tanto exasperada y clavé mi mirada en aquel techo que tantas veces me había acompañado durante mis pensamientos entre crisis y crisis con Jayce.

Había perdido la puta cabeza. En este momento, Irene era la menor de mis preocupaciones. Aquellos dos hombres serían los encargados de... ¿Volverme loca? ¿Hacerme gozar? ¿Perderme entre sus...?

¡Joder, no! ¡Nada de pollas, ni sexo o mierdas! Todos sabían lo poco que me convenía meterme con alguno de ellos... Sin importar que ya lo hubiera hecho con ambos.

Sin duda alguna, tendría que haberle hecho caso a mi madre y nunca haber pisado este lugar embrujado.

Los sollozos por parte de Anya me llevaron a un estado de alerta y me volteé hacia ella. Estaba teniendo una pesadilla. Una de aquellas que te ahogaba, que te quitaba el aire de los pulmones y que incluso se te dificultaba llorar.

Acerqué mi mano con cuidado a su mejilla y la acaricié.

—Anya, tranquila... —susurré.

Su estado parecía sólo estar empeorando, notando cómo las lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas mientras su cuerpo atravesaba lo que parecían ser como convulsiones.

—Despierta —hablé, intentando sonar calmada pero entrando en desesperación. Me monté sobre ella, intentando controlar sus movimientos un poco pero, ante la inutilidad por mi parte, grité —. ¡Despierta!

Sus grandes ojos marrones llenos de lágrimas y luciendo abatidos se clavaron en mí mientras que el aire parecía volver a dar lugar para adentrarse en sus pulmones. La estreché contra mi pecho y la rodeé con mis brazos.

—Estoy aquí, Anya —hablé por lo bajo —, estás bien...

Aún sabiendo que aquello último no era verdad, esperaba que la tranquilizara de alguna forma. Así como odiaba cuando me preguntaban si me encontraba bien o incluso lo confirmaban, estaba al tanto de la efectividad de su uso. Que no funcionara conmigo no significaba que no lo hiciera con otras personas.

El silencio volvía a instalarse en el lugar, sólo su respiración algo agitada mientras que yo aún no la soltaba.

—Ya no puedo, Val... —su suave voz provocó el efecto contrario a la calma; aquel no había hecho más que acojonarme —. Me duele todo.

Ella estaba rindiéndose.

—Me duele el cuerpo, la cabeza, el pecho... —habló con un hilo de voz, a punto de quebrarse —. Me duelen los recuerdos y cada maldita pesadilla. Ya no puedo tolerarlo.

—¿Qué piensas hacer? —me aparté de ella lo suficiente como para clavar mi mirada en ella —¿En verdad piensas abandonarme? ¿No tendrás en cuenta todo el esfuerzo que has hecho todos estos meses?

Cogí su rostro entre mis manos con delicadeza pero firmeza.

—Tú y Broc son lo único que quiero de este lugar de porquería y no pienso llevarme ningún cadáver de aquí. —Anya cerró sus ojos como si cada una de mis palabras la hirieran —. Tanto tú como él saldrán con vida, y ya veremos qué desafíos nos depara la vida una vez pisemos suelo externo, pero lo enfrentaremos juntos como siempre lo hemos hecho.

CODICIA [+18] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora