Capítulo 50

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Contrario a tantas otras veces, no me había refugiado en mi habitación por días. Como si nada hubiera sucedido, o porque mis amigos ya habían descubierto la verdad y no querían recordármelo, nadie había hablado sobre aquello.

En tanto nadie me hiciera acordar sobre lo ocurrido, permanecer ignorante rn cuanto a aquel tema era mejor para mí. Sin embargo, los murmullos en los pasillos no tardaban en aparecerse cada vez que me veían.

"Ha perdido a su hijo. Por segunda vez."

"Nadie sabe de quién era el niño."

"Es una lástima... que siendo tan bonita sea tan zorra."

"El karma la ha atacado con fiereza."

"¿Un pequeño Wolf o Vaughan? ¿Por cuál apuestan?"

Aquellos sólo habían sido algunos de los fragmentos que recordaba haber oído tan sólo un día después de haber sufrido el aborto. Sus intentos de hablar por lo bajo para que no los oyera habían sido un tanto inútiles, debía decir.

Me observé frente al espejo, esperando verme como si expresara lo que quería; seguridad, respeto y, por sobre todas las cosas, fortaleza. En cuanto menos demostrara lo mucho que me había afectado lo sucedido, mejor sería.

Acabé por marcharme de la habitación una vez estuve conforme con mi apariencia, y me encaminé hacia la cafetería.

Si de algo me había servido estar embarazada, era no continuar salteándome comidas. Cada momento del día, sin importar qué, llevaba comida a mi boca cuando mi cuerpo me lo pedía. No sólo eso, sino que también me había dotado de una valentía un tanto escalofriante... Casi como la de Cailan al arriesgar su vida para adentrarse a KEK. Sí, muy similar a aquella.

Mi móvil vibró y, esperando que estuviera relacionado con mi acto de mujer valiente o suicida, dependiendo de quién lo mirara, sólo había sido una notificación absurda. Lo regresé al bolsillo de mi pantalón y me adentré a la cafetería.

El nuevo silencio junto con las miradas que ahora se posaban sobre mí no podrían importarme menos. Yo había tenido las agallas de criar a un niño, pero ellos sólo tenían las agallas para hablar por lo bajo y a mis espaldas. Eso decía más de lo que yo podría explicar.

Cogí la bandeja de comida y empecé a llenarla de no sólo cosas que me gustaran, pero que también fueran saludables. Si Florence llegaba a encontrarme aquí luego de haberle prohibido que continuara estudiándome, supongo que no se vería tan enfadada si, al menos, me veía alimentándome con propiedad.

—Mírala —oí a alguien susurrar no muy lejos de mí y, como si ya me hubiera acostumbrado, mis orejas se alzaron como animal de presa al escuchar el más minúsculo sonido amenazante —, aún parece que come por dos.

Si sólo hubiese oído aquello, tan sólo lo habría ignorado. Lo había hecho millones de veces, no era algo diferente, pero sus risas burlonas y cómplices fueron lo que me hicieron abandonar mi nido de paz para aventurarme a una nueva guerra.

Cogí uno de los platos blancos de cerámica que estaban cerca de mí y lo arrojé a sus pies, maldiciendo por no haberles dado con él. Aquel se hizo pedazos y sus ojos alarmados se clavaron en mí como si los hubiera tomado por sorpresa... Como si no hubieran estado escupiendo porquerías sobre mí.

—¡Qué demonios! —gritaron ambos en el afán por ser salvados por alguien —¿Has perdido la puta cabeza?

Uno de los dos contuvo su risa y se acercó a su amigo para soltar: —, No ha perdido la cabeza. Ha perdido un embarazo.

Me tomó unos segundos asimilar que lo había dicho en voz alta. Que había tenido el atrevimiento y descaro de hablar sobre aquello frente a mí como si se tratara de un reloj al que acababa de olvidar en la playa.

CODICIA [+18] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora