Capítulo 42

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Con sus ojos inexpresivos clavados en mí, aún negándose a beber, caminé lejos de todos hasta adentrarme en un pequeño pasillo. Acabé sumergiéndome en la última puerta que apareció, rogando para que así les fuera más difícil encontrarme.

La cocina no era el mejor lugar, pero peor era estar allí fuera.

Se veía tal y como la de un lujoso hotel de cuatro estrellas y media, lo cual me hacía cuestionar por qué la de la cafetería no se veía así.

¿Acaso estaríamos manteniendo a salvo al vicepresidente aquí y no lo sabía? ¿O es que un agente con excelentes dotes culinarias se encontraba entre nosotros y era merecedor de este lugar?

Sin pensarlo demasiado, me paseé por las mesas de cocina hasta llegar a la nevera. Más que hambrienta estaba aburrida, pero no había nada que la comida no pudiera solucionar.

Abrí la puerta, siendo invadida por un desagradable olor de inmediato, y cogí el trozo de pastel con cubierta morada que alcancé a ver mientras tapaba mi nariz con mis dedos como si fueran pinzas.

¡Demonios! ¡Es que algo parecía estar muriéndose allí dentro!

Volví a respirar con normalidad tras dejarla sobre la mesa y me monté en ella para tomar asiento. La frustración se hizo notoria en mi suspiro y le di una probada al pastel.

Su sabor y mi estado de humor no coincidían; maravilloso y una mierda.

¿Cómo era posible que le hubiese dado tanto poder sobre mí como para sentir que estaba jodiéndome la vida? En eso sí no le echaría la culpa. Yo había sido la idiota que, a pesar de las advertencias y las constantes banderas rojas, había decidido otorgarle aquel poder.

Lo que mis padres habían querido evitar por años, había sucedido en su ausencia. ¡Qué espléndido!

La fuerte música comenzó a escucharse de fondo nuevamente, lo cual significaba que el juego ya había llegado a su fin y la fiesta volvía al ruedo.

Reí y llevé otro bocado a mi boca.

Si estas eran las sabias decisiones que mi padre había confiado en que tomaría, entonces nos llevaría a todos por el camino de la muerte. Branko ya no me necesitaría, podría encargarse de todo esto por su cuenta y yo me regalaría un merecido viaje a Las Bahamas.

Clavé el tenedor en mi querido acompañante azucarado y llevé otro gran pedazo a mi boca, siéndome posible respirar sólo por la nariz.

—¿Está sabroso?

Su simple voz fue suficiente como para hacerme dar un brinco en mi lugar y acabar con los pies en el suelo, a duras penas. Casi que acababa siendo mi rostro, pero logré controlar la situación con dignidad.

—¿Qué... —hice algo de lugar en mi boca para hablar —demonios haces aquí?

Evité verlo. Y él reír.

—Es tu cumpleaños.

Mi plan por no ser encontrada no había servido. Me preguntaba si Florence había decidido dejar el rastreador en mi tobillo para que él me encontrara con tanta facilidad.

Pasé el pastel con algo de dificultad y, pese al olor que me pudriría hasta el alma, volví a guardar el plato en la nevera.

—No es mi maldito cumpleaños, Cailan —di un giro en mi lugar para darle una mirada distante —. Tú estando aquí no hace más que recordarme aquel día, y me pediste que te olvidara.

—No quiero que lo hagas —soltó.

Reí en su rostro, furiosa ante su indecisión junto con sus ganas de continuar jugando conmigo.

CODICIA [+18] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora