Capítulo 13

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Mi mejor amiga observaba con detenimiento cada uno de mis movimientos mientras me vestía para la misión. Como siempre, se encontraba sobre mi cama y llevaba una expresión de temor en su rostro que sólo me provocaba querer acercarme a ella y convencerla de que nada me sucedería, que todo estaría bien.

Me observé frente al espejo por última vez mientras esperaba la llegada de Branko. Llevaba puesto un vestido largo negro con un corte que iba desde encima de mi rodilla hasta el final, junto a unos zapatos de aguja del mismo color. En una pequeña cartera de mano llevaba sólo mi móvil y las pastillas de Broc y Mitch para cuando regresáramos. Mi cabello castaño oscuro caía por mis hombros sin intención de arreglarlo más de lo necesario y el maquillaje era tan simple que casi parecía no estar utilizando nada en mi rostro.

Por primera vez desde que había regresado a KEK, volvería a ver a Cailan en un lugar con gente. ¿Cómo se suponía que debía controlarme? ¿Cómo esperaba no hacer nada cuando la vez de la fiesta de disfraces casi acabábamos follando en pleno pasillo de no haber sido interrumpidos por Jayce?

Joder. Él siempre estaba interrumpiendo todo lo bueno...

—Val... —su voz se oyó suave y me volteé hacia Anya. Sus ojos ya no se encontraban posados sobre mí y caminé hacia ella hasta tomar asiento a su lado —, ¿cómo... superaste los traumas de la tortura tan pronto?

La tortura que en realidad no había sufrido... Mierda. Debía pensar una buena respuesta o descubriría la verdad.

—No fue mi culpa, Anya —comencé a decir —. Me tocó pagar los platos rotos de aquellos que no supieron solucionar sus problemas con palabras —hacía una clara referencia a Irene pese a que sonaba que lo hacía a Gwendolyn —. Supongo que sólo acepté lo que sucedió, ¿sabes? Tengo las cicatrices de guerra que no temo mostrar y acabaré con aquel que imponga una amenaza para mí.

Sus ojos se humedecieron y, por primera vez en mucho tiempo, la vi llorar. Las lágrimas caían por sus mejillas con cierta pesadez y parte de mí no comprendía la razón. No podía imaginar cómo sería estar en el lugar de aquellos que me querían y habían recibido la noticia de que yo estaba siendo torturada. De hecho, no tenía que imaginarlo; lo había vivido con Broc.

Odiaba ver a mi amiga llorar por algo que no era más que una mentira, por lo que me acerqué a ella y la rodeé con mis brazos. Me sentía culpable. Sentía que no había estado con ella lo suficiente y había permitido que algo en ella se rompiera.

En cuanto correspondió a mi abrazo, rompió en llanto. Los sollozos habían invadido el antiguo silencio de la habitación y no sabía qué hacer con exactitud. Anya era... Anya. Ella siempre era la muchacha que paseaba una gran sonrisa en su rostro y, casi siempre, era ella quien debía consolarme a mí.

—No vayas, Val... —su voz se oyó entrecortada a causa del llanto y se apartó un poco de mí para clavar aquellas bolas marrones sobre mí. Ella pareció querer decir algo pero acabó arrepintiéndose a último momento. Tragó sus palabras y cargó sus pulmones de aire —. Irene no es lo que parece. Ella... No lo es.

De repente, me encontré inmóvil en mi lugar, preguntándome cómo demonios lo sabía. Ahora mi respiración también se volvía entrecortada pero a causa del terror. ¿Y si ella le había hecho algo? ¿Y si Anya se encontraba en el estado en el que se encontraba por su culpa?

La puerta de la habitación fue golpeada pero hice oídos sordos. Me había quedado con la duda con Broc, pero no lo haría con ella.

—¿Qué dices? —pregunté tras casi ahogarme con mi propia saliva. Ella bajó su mirada pero cogí su rostro entre mis manos, obligándola a verme —Responde, Anya.

CODICIA [+18] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora