Capítulo 43

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Silas llevaba su vista puesta en ella, cargando con lo que parecía ser culpa. Pero, ¿qué había hecho este tonto?

Caminé deprisa hacia mi amiga y cogí sus húmedas mejillas entre mis manos, levantando su rostro y obligándola a verme. Sus hermanos se apartaron de ella, viéndome intranquilos y estupefactos ante lo que había sucedido.

—Estoy aquí, Anya —le aseguré y abrió sus ojos cargados de terror, clavándolos en mí como si fuera su bote salvavidas en aquellas aguas oscuras y profundas —. Tranquila, nada te sucederá.

Su cuerpo se aferró al mío y alcé mi mirada hacia Jayden y Harvey.

—Yo me encargo de ella —les informé y, a pesar de notar que no les había agradado demasiado, de ninguna forma aceptaría que se opusieran.

La recogí del suelo con suavidad y nos echamos a caminar para salir de allí con todas las miradas puestas en ella.

Habíamos abandonado el tenso silencio de aquel lugar, pero la tensión también viajaba con nosotras ahora al tenerla a ella conmigo.

Tras adentrarnos a mi habitación, la posé sobre mi cama y la cubrí con las cobijas, acurrucándola como una madre a su hijo. Cogí lugar a su lado y su cabeza se escondió en mi pecho mientras su respiración iba normalizándose poco a poco.

—¿Qué sucedió? —no tardé en preguntar, pero ella sí en responder.

Una larga pausa siguió a mi pregunta hasta que logró hablar.

—Una vez te fuiste, el juego se dio por finalizado y la música volvió a sonar —comenzó a explicar con una notable angustia en su tono de voz —. Silas y yo estábamos hablando y... —se detuvo. Lo asesinaré —un muchacho se acercó a mí, no haciendo más que querer sacarme a bailar. Mientras yo me negaba, tu amigo le decía que no era buena idea, pero aquel muchacho insistía y no desistía.

Respiré algo aliviada, aunque no demasiado.

—Cogió de mis manos, poniéndome de pie y... —La vi limpiar sus mejillas con ellas —. Silas quiso ayudarme, pero se aferró a mis muñecas para hacerme salir de su agarre —su dulce voz se quebró —. Fue entonces que los recuerdos se aparecieron rápidamente como si me hubiesen dado una golpiza y no pude hacer otra cosa más que gritar.

La atraje más a mi cuerpo, rodeándola entre mis brazos y sintiendo las lágrimas brotar sobre mis mejillas.

—Grité con todas las fuerzas y todos me oyeron, pero aquel día nadie lo hizo —añadió con cierta rabia —. Nadie se apareció para ayudarme cuando él hizo lo que hizo conmigo.

Tampoco yo podía hacerlo ahora mismo sin importar cuánto quisiera. Sólo podía brindarle un lugar seguro entre mis brazos hasta que se calmara y ya mañana sería otro día.

—Gracias por haber confiado en mí tan pronto —acaricié su cabeza —. Eres más fuerte de lo que crees, Anya.

Ella volvió a acurrucarse en mi pecho y, con el pasar de los minutos, mi mente se fue desconectando poco a poco. No pensaba en nada. Mis ojos iban perdidos en la pared mientras la respiración calma de mi amiga acompañaba el lugar.

Por primera vez, aquel se sentía como un momento cercano a la paz. Todo se encontraba en calma, ni un mínimo ruido interrumpía el silencio actual y tenía a mi lado a una de las mejores compañías que podía pedir.

De pronto, oí el ruido de una hoja de papel deslizarse por el suelo y me volteé en mi lugar con cuidado.

Allí estaba. La habían pasado por debajo de la puerta. Fruncí mi ceño un tanto confundida y no lo pensé demasiado. Me puse de pie, siendo extremadamente cautelosa de no despertarla, y me acerqué a la nota del suelo para recogerla.

CODICIA [+18] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora