Capítulo 45

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Cailan no era de los que no insistían pero, por alguna razón, sus golpeteos en la puerta no habían continuado por mucho tiempo más. Al encontrarme invadida por el silencio, tomé asiento en la cama y mi mirada se perdió en algún punto de la habitación.

Nada de lo que sentía por él había cambiado, pero todo lo había estado haciendo dentro de mí y ni siquiera lo había notado.

Había tenido algunos síntomas muy claros que fueron adjudicados a los sucesos de mis desgracias. Y así fue como los ignoré por completo. Esta vez, mí cuerpo sí me había informado sobre el embarazo pero lo pasé por alto.

Me dejé caer pesadamente sobre la cama y aquellas gotas saladas no tardaron en caer por mis mejillas como si una cañería se hubiese roto.

¿Qué demonios podía hacer yo con un niño? ¡No quería ser madre! ¡Y mucho menos deseaba que un bebé continuara con la maldición de mi apellido!

Sin embargo, una sensación agridulce me invadía al pensar que esto era algo mío y de Cailan... Algo nuestro, de ambos. Jamás creí que acabaría compartiendo algo con él. Bueno, una cama, tal vez, pero no un hijo. Y, mucho menos, porque hasta ayer creía que mis sentimientos seguían sin ser correspondidos.

Imaginé a Mitch darme aquella mirada de regaño que mi padre no podía darme, pero también brindándome su apoyo, lo cual él tampoco podía hacer.

Reí con abundantes lágrimas en los ojos.

Él le había pedido a Cailan que me cuidara y, en su lugar, me había embarazado. A veces, algunas muestras de amor podían salirse de control.

Las horas pasaron, pero sólo me di cuenta de aquello por el sol que se iba ocultando en mi pequeña ventana. La luz se iba apagando y la oscuridad me iba consumiendo.

Mi cabeza no estaba presente, tenía todo tipo de pensamientos invadiéndola, taladrándola y sofocándola. No estaba segura de cuánto tiempo era el que me había pasado echada sobre la cama, pero sí sabía que tomar una decisión se me estaba haciendo más difícil de lo que había creído.

Mi estómago rugió, dándome un golpe de realidad. Debía alimentarm... Alimentarnos. Sin importar cuál acabará siendo mi decisión final, ya no podía continuar siendo tan irresponsable en cuanto a mi alimentación.

Arrastré mis pies fuera de la cama y me puse de pie, encendiendo la luz de la habitación y observando el reflejo de mi nefasto estado en el espejo. Llevaba los ojos un tanto hinchados junto con unas marcadas ojeras, la piel se me veía algo pálida, así como también les faltaba algo de color a mis labios.

No podía salir de la habitación luciendo así o la pregunta que tanto odiaba no tardaría en impactarme como proyectiles. Por fortuna, no había nada que algo de maquillaje no pudiera arreglar.

Al abandonar mi cueva, mi paso aún inseguro comenzó a andar. No estaba preparada para enfrentar a nadie, en especial a él, pero sabía que era inevitable. Jugar a estar enferma y que me trajeran la comida a la habitación no me había dado muy buenos resultados las veces anteriores.

—Puedes hacerlo, Valdine —me animé a mí misma entre susurros antes de adentrarme a la cafetería —. Haz atravesado cosas mucho peores. Es sólo un pequeño... gran secreto.

Que podía llegar a ser un enorme gran secreto en ocho meses.

La sensación de pánico volvió a invadirme, por lo que preferí adentrarme antes que continuar permitiendo que mi propia consciencia me jugara una muy mala pasada.

Con la mirada fija en los pies inquietos que empezaban a moverse sobre el suelo del lugar, evité hacer contacto con quien fuera que se me cruzara en mi campo visual.

CODICIA [+18] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora