Mis ojos descansaban sobre el paquete que sobresalía de la caja que Mitch me había dejado. Bufé. Nunca sería un buen momento para leer lo que había dentro. Al menos, no hasta dentro de ocho meses.
¿Qué podía ser peor que el secreto que me había mantenido oculto por tantos años sobre su familia? ¿O que la enfermedad con la que había cargado por meses sin decirle a nadie? El terror que me invadía por tener que abrirlo era tan grande como mis ganas por hacerlo.
Por fortuna, y antes de que cometiera un error del cual sabía luego me arrepentiría, la puerta sonó y me puse de pie deprisa para abrirla. Su expresión no era la mejor, por lo que no pude hacer más que permitir que se adentrara y cogiera lugar en mi cama.
—Silas... —hablé con cuidado, acercándome a él —, ¿qué sucedió?
Acabé por tomar asiento a su lado sin quitarle la mirada. Ya habían pasado algunas horas desde lo de Anya, pero no sabía si estaría así por ella o por otro motivo.
—¿Cómo ha podido hacerle eso? —murmuró y lo comprendí al instante —¿Por qué lo ha hecho?
Me había pasado más noches de las debidas haciéndome las mismas preguntas, pero no había sido capaz de obtener alguna respuesta lógica.
—Las mentes enfermas no pueden entenderse —dije.
Sus ojos húmedos me tomaron por sorpresa, enfrentándome.
—Mentes enfermas como la suya deberían estar en prisión —escupió, echando furia por donde le era posible —. Ella es tan... —su voz se volvió entrecortada —, y él...
No podía hablar. No podía soltar las palabras que quería decir, lo cual era totalmente normal. La maldad era algo tan difícil de entender que, muchas veces, acababa dejándonos mudos.
KEK era una prisión en su máximo esplendor. Algunos agentes eran prisioneros condenados por sus propios delitos mientras que otros habían sido condenados injustamente. Eran la minoría, pero me compadecía por ellos.
Acerqué mi palma a su espalda y comencé a sobarla.
—Lo has hecho muy bien en la cafetería —intenté animarlo —. Has logrado calmarla muy rápido.
Con lágrimas cayendo por sus mejillas mientras me echaba una mirada, me regaló una pequeña sonrisa de lado.
—Es un ser adorable... —suspiró —Al que, a veces, parezco no agradarle.
Deslicé mis dedos por sus mejillas para secar el rastro de aquellas gotas saladas.
—No es eso, Silas. Es sólo que ella... no tiene demasiada experiencia lidiando con los hombres —revelé.
Sus ojos me observaron con una incredulidad difícil de describir. Aquellos se paseaban sobre mí como una pelota de ping pong, como si no creyera lo que acababa de oír.
—¿A qué te refieres con exactitud?
—A que Anya no ha sido lo suficientemente tonta como para acabar con el primer hombre que le juró amor —expresé —. La gran mayoría sólo busca follar y saciar su deseo sexual.
—Como Cailan.
Reí y me señalé a mí misma con el dedo índice.
—Aquí tienes a la tonta de la que te hablaba. —Él tampoco pudo evitar soltar una risa por lo bajo —. Aunque él fue el único en no jurarme amor y mira cómo he acabado.
Embarazada y, con algo de suerte, acompañada por él.
—No tiene que declararse para que lo creas, Val —dijo, acomodándose en su lugar para verme de frente —. Cuando fue por ti a KEK, me enfurecí demasiado y no tuve intención de ocultarlo. Me parecía un acto egoísta porque ambos sabíamos lo que sentías por él y, si algo llegaba a sucederle, tú te quedarías sufriendo en este mundo y Cailan sólo se habría marchado.
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CODICIA [+18] ©
RomanceTRILOGÍA TENTADORA PERDICIÓN - Libro II (En proceso) Vengar el asesinato de su padre ya no es el único deseo que tiene Valdine Jensen. Las palabras que había oído en los pasillos de JBG no habían sido más que verdades; adentrarse en la lujuriosa y...