Capítulo 8

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Al llegar a la central, caminé con prisa hacia mi habitación para encontrarme con Anya sentada en mi cama. La bandeja aún estaba llena de la comida que le había traído la noche anterior y cerré la puerta detrás de mí.

Tal vez, salir de este tóxico lugar le haría bien. Mi departamento siempre había sido nuestro lugar de encuentro fuera de la central si no era su casa, pero sabía que mi hogar de la infancia sería mejor que continuar estando aquí dentro.

Me aproximé a ella para acabar tomando asiento a su lado. Cogí el pudin y una cuchara, y lo acerqué el contenido a su boca.

—Debes alimentarte, Anya —le dije —. Te encuentras demasiado delgada.

Ella giró su rostro hacia un lado, negándose a alimentarse. ¿Acaso estaría en algún tipo de huelga de hambre y silencio? Es que no lo comprendía...

Inspeccioné sus delgados bracitos con los que tantas veces me había rodeado para brindarme calma y protección.

Volví a hacer el intento de alimentarla pero fue en vano; ella parecía querer morir de hambre y lo estaba logrando... Lenta y dolorosamente.

—Sí sabes que cuentas conmigo para lo que sea, ¿verdad? —necesitaba que lo supiera. Sin importar por lo que estuviera atravesando, ella era una de mis prioridades aquí dentro y sólo quería ayudarla... Quería a la antigua Anya de vuelta.

Nuevamente, volvió a ignorarme y suspiré.

Nuestra conversación, aunque era más bien MI conversación al tratarse de una unilateral, no nos estaba llevando a ningún lado. Era absurdo esperar una respuesta de su parte y es por eso que tendría que descubrir qué estaba sucediendo a través de una pequeña camarita. ¿Cabía la posibilidad de que no encontrara la respuesta que buscaba? Era muy probable, ya que Anya no iba contando sus problemas a los cuatro vientos, pero debía intentarlo.

Me puse de pie y regresé el maldito pudin a la bandeja. Había estado tan enfocada en los demás que ya ni recordaba cuándo era que me había alimentado por última vez.

—Ten cuidado —su suave voz resonó en la pequeña habitación y me volteé a verla como si lo hubiera imaginado. ¿Lo habría hecho? ¿Estaría ya alucinando al querer oír su voz con tal desesperación?

Su mirada continuaba posada sobre la nada misma como si nada hubiera sucedido.

Me posicioné frente a ella con cuidado y clavé mis ojos en su mirada perdida.

—¿Tener cuidado con quién? —intenté que mi tono ansioso no se diera a relucir, pero había sido inútil.

¡Por supuesto que sabía que debía tener cuidado! Me había pasado los últimos tres meses teniéndolo al estar encerrada en JBG, pero mi exposición aquí dentro era abismal; incluso lo más pequeño podía destruirme.

—Anya, ¿de quiénes debo tener cuidado? —insistí, pero ella volvió a optar por guardar silencio. Su tranquila respiración era lo único que podía oír y mi yo interna se encontraba gritando y maldiciendo como una desquiciada.

Desearía poder leer su mente. Incluso al intentar mi método Vaughan -leer su mirada tras no serle posible expresarse con palabras- había fallado. La de mi mejor amiga se veía... Vacía. No existía ni una gota de sentimiento o expresión alguna en ella.

—Cuando descubrí lo de mi padre, tú fuiste quien me ayudó —hablé —. Es decir, no físicamente, pero la pulsera que me diste me recordaba a ti cada segundo y me motivaba a seguir con vida. Yo sólo quería volver a verte...

Noté que mis palabras surgieron efecto en ella al realizar un leve movimiento en su lugar; ella parecía estar incómoda, inquieta o conmovida por lo que le había dicho. No me importaba cuál de las tres había sido, pero me alegraba que aún fuera capaz de sentir algo.

CODICIA [+18] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora