Capítulo 1 (Parte 2)

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  • Dedicado a A Kao, por todo lo que hace a diario
                                    

Lejos de allí, en una céntrica calle de la capital española, el sonido del tañer de unas cuerdas de guitarra le arrancaron de su plácido sueño. Palpó con la mano sobre la mesilla en busca de su teléfono móvil para poder ver la hora. Las diez de la mañana. El día anterior habían tenido la presentación de su último disco en unos grandes almacenes y al final la celebración se había alargado hasta bien entrada la madrugada. ¿Cómo podía Joel estar tocando ya a aquellas horas? Dejó escapar un suspiro y cerró los ojos. Quizá si volvía a coger el sueño…

—¿Ya te despertaste, culito bonito? —El ronroneo de Rina en su oído le hizo abrir de nuevo un ojo y girar el rostro hacia ella. Como casi siempre que se iban de fiesta había decidido acostarse con aquella insaciable jovencita quien, pese a ser a veces un poco cargante cuando se pasaba de celosa, resultaba una delicia como compañera de juegos en la cama.

—¿Quién va a poder dormir con Joel tocando? —Se estiró largamente. Si Rina también estaba despierta iba a serle difícil coger de nuevo el sueño. Sintió la mano de la muchacha acariciar su desnudo pecho, perfilando sus músculos con las yemas de sus dedos, y sonrió enarcando una ceja cuando adivinó sus intenciones. La piel se le erizó y sintió la excitación mañanera alcanzar rápidamente su máximo apogeo. Aquella morenita de mechas azules sabía dónde, cuándo y cómo tocarle para sacar su lado más juguetón—. ¿Qué pasa? ¿Qué tienes ganas de más?

—¿Cuándo no las tengo contigo, Ed? —Giró para quedar sobre ella, dejando que su oscuro cabello, un poco más largo de lo habitual, acariciara tímidamente las mejillas de su compañera. Rozó su nariz con la de Rina mientras tomaba sus muñecas, apresándolas sobre su cabeza de manera posesiva. La risa nerviosa de la muchacha, su respiración agitada, su tibio aliento casi suplicando que la besara le excitaban enormemente. Se reclinó del todo sobre ella, sintiendo su cálida piel contra la suya a la par que atrapaba aquellos rosados labios entre los suyos, uniéndose en un apasionado beso. Al menos, pensó, aquella mañana la comenzaría totalmente relajado.

Una vez hubo saciado su pasión con su compañera de trabajo se metió en el baño para darse una ducha. Sentir el agua caliente sobre su cuerpo tras haber descargado toda aquella pasión era el colofón final para comenzar el día de buen humor. Tenía que reconocer que el día anterior había sido mucho más divertido y a la vez abrumador de lo que había pensado. Si tres años atrás le hubieran dicho que iba a llegar a estar en los primeros puestos de ventas musicales junto con sus compañeros se habría reído de buena gana. Y sin embargo ahí estaban, con cada vez más seguidores a sus espaldas y una gira por Europa contratada para ese mismo verano. La vida le sonreía y, aunque echaba de menos su trabajo de cocinero, no podía quejarse lo más mínimo. Se enjabonó todo el cuerpo, retirando los restos de sudor y el olor a sexo de su piel. Tenía que darse prisa antes de que…

—¡Joder, me meo! —Dejó escapar un resoplido cuando escuchó la puerta del baño abrirse de golpe. A través de la mampara pudo distinguir una mancha rojiza que delató, además de su voz, a aquella que había osado interrumpir su baño. Carraspeó ligeramente, intentando hacerse notar—. Ostia, ¿eres tú, Ed?

—Sí. ¿No sabes llamar antes de entrar? —Se llevaba bien con sus compañeros, y normalmente la convivencia era bastante llevadera, pero las confianzas que se tomaban con algunas cosas llegaban a crisparle. Sobre todo si aquello violaba su poca intimidad.

—Joder, es que Tony está metido en el otro y me meaba. ¡Si no voy a ver nada que no le vea cada noche al grandullón! —Sus carcajadas se entremezclaron con el sonido de la cadena unos instantes antes de que la puerta corredera de la mampara se abriera para su sorpresa. Se tapó rápidamente con una toalla que tenía ya preparada mientras fruncía el ceño.

—¡Joder, gilipollas! ¡¿Qué haces?!

—¿Qué pasa? ¿Qué te da vergüenza que te vea? —La pelirroja sonrió, observándole de arriba abajo, analizándole minuciosamente, lo que hizo que Ed se sintiera mucho más incómodo. Jacqueline era la novia de Tony, ambos miembros de la banda, y aunque tenía que reconocer que era todo un bombón, las novias de los amigos eran totalmente sagradas para él—. Si estás muy bueno, niño. A ver, a mí ya sabes que me ponen más grandotes, que me puedan aupar y esas cosas, pero tú no estás nada mal. No es lista la Katy ni nada.

—Vete a la mierda un rato.

—Anda, no te pongas así, que solo intento pincharte un poco. —Cuando sintió las manos de la pelirroja en sus mejillas y sus labios rozar brevemente los suyos sonrió. Jacky, aunque un poco molesta, solía ser una chica de lo más cariñosa con todos, llegando a extremos poco comunes menos con su novio. Alzó la mano para rozar los labios de la pelirroja con el pulgar antes de devolverle el beso del mismo modo.

—¡¿Dónde has metido mis pantalones, vieja de tetas caídas?! —El rugido mañanero de Tony rompió aquella burbuja de momentánea tranquilidad, provocando que el apacible rostro de su compañera tornara de serio a rabioso en una milésima de segundo. Sus ojos azules brillaron con un leve tono violáceo a la vez que se le hinchaba la vena de las sienes.

—¡¿Y a mí qué me cuentas, gorila sin cerebro?! —Sin decirle nada más y gritando improperios al aire, aquella apasionada pelirroja salió del baño dispuesta a entablar una discusión con su pareja. Aunque les había costado darse cuenta de ello, así era como aquellos dos demostraban su mutuo amor: a gritos. Y tenía que reconocer que conocía pocas parejas que se quisieran más que ellos.

—Al final me levantarán dolor de cabeza… —susurró Edward, saliendo del plato de ducha tras anudarse bien la toalla a la cintura. Se peinó el pelo hacia atrás, ayudándose de la humedad para dejar totalmente despejada su frente, y se puso las gafas que reposaban sobre el lavabo. Tras cerrar la puerta del baño de nuevo y con la discusión de sus compañeros de fondo, limpió el espejo con la mano para poder observarse en él. Era obvio por qué era tan popular entre las jovencitas (y las no tan jovencitas) que iban a sus conciertos: su cuerpo era fibroso pero sin llegar a ser exagerado, su mirada color miel desprendía seguridad y picardía por partes iguales y su sonrisa, normalmente irónica, era capaz de provocar el histérico chillido de las chicas. Era una buena carta de presentación para el grupo, aunque tenía que admitir que Joel también era un caballo ganador pese a haberse hecho público hacía varios meses que el guitarrista compartía su vida amorosa con una jovencita leonesa.

—Ed —dijo la voz de Joel al otro lado, sacándole de sus pensamientos—. Ha llamado Carlos. Creo que quiere hablar de los próximos conciertos, las sesiones de fotos y las entrevistas. ¿Sales?

—Sí, dame un minuto y estoy con vosotros. —Finalmente su día comenzaba más temprano de lo habitual. Al menos, pensó, no perdería horas sentado mirando a la nada.

The Black RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora