Salir de la calle donde vivía Sheila para ir a su casa no era especialmente complicado. Además León era muy tranquilo en cuanto a tráfico comparado con la capital, por lo que conducir por el centro no era algo que evitar en días normales. Pero sí había algo que le rondaba la cabeza y le hacía estar un poco más tenso de lo habitual. La había besado en plena calle y sin mirar a los lados, in saber si realmente alguien les podía ver. Ya no tanto por lo que dijeran de él, que estaba acostumbrado que la prensa se metiera en su vida como no lo hacían ni sus padres, sino por ella. Siempre era muy cuidadoso con aquellos asuntos, y sin embargo aquel beso se lo dio sin pensar. Dejó escapar un suspiro, mirándola de reojo, y sin querer se le escapó una sonrisa. Aquello era algo nuevo, casi desconocido. Claro que la había besado sin pensar, y volvería a hacerlo. Sheila tenía algo que no había visto antes en ninguna otra mujer, algo que hacía que cuando sus azules ojos lo miraban, todo a su alrededor desaparecía, quedando solo ella. La primera vez que la vio en aquel bar le pareció una mujer interesante y muy atractiva, una de esas mujeres que llenan la sala tan solo con su presencia ─un rasgo que le había recordado a su amiga Jacqueline─. La noche a su lado había sido divertida, apasionada, y sintió que habían conectado de un modo muy íntimo. Para él el sexo era algo normal, algo que había compartido con muchas mujeres, más de las que podía recordar, y sin embargo jamás había conectado a aquel nivel. Ni siquiera cuando creyó estar colgado de Jacky. Y aquello, en cierto modo, le incomodaba.
─¿Todo bien, Ed? ─La voz de la policía le saco de su ensimismamiento y asintió, esbozando una sonrisa.
─Sí, claro, solo estaba pensando. ¿Sabes que el otro día no solo salvaste a Jacky? ─La mujer arqueó una ceja y aquello le hizo reír por lo bajo. Le gustaba aquel gesto en ella─. Nos ha dicho esta mañana que está embarazada. Por lo visto lo sabe desde hace unos días ya, pero quería esperar a darnos la noticia.
─¡¿Qué Jacky está embarazada?! ¡Ala, qué fuerte! ─exclamó Anne en el asiento trasero, apoyando cada mano en el respaldo de uno de los asientos delanteros y colando la cabeza entre ellos para mirarlos intermitentemente─. ¿Y es de Toni?
─Claro que sí. ¿De quién si no? ─preguntó Ed curioso.
─Ay, no sé, pregunto ─contestó ella, volviendo a sentarse bien en su sitio cuando su madre le dio un pequeño capón─. Pues como salga tan grande como él le va a doler el chichi un mes.
─¡¡Anne!! ─exclamó Sheila, lanzándole una fulminante mirada a su hija a través del espejo, pero Ed se echó a reír a carcajada limpia, aprovechando el semáforo para poner la mano y que la chica la chocara, cosa que hizo gustosa.
─¡Pensé lo mismo cuando nos lo dijeron!
─Vaya par de dos ─dijo Sheila, suspirando a la vez que negaba, pero sin poder reprimir una sonrisilla.
─Aunque Toni también me da mucha pena, ¿eh? Jacky ya come de normal por dos. Imagina ahora que tiene un mini Toni dentro. O peor, una mini Jacky. Va a pasarse el día engullendo. ─Anne no paraba de reír y eso le hacía gracia. Sheila tenía mucha energía, lo había comprobado de primera mano, pero no dejaba que la gente de su alrededor lo viera. Sin embargo aquella muchacha tan alegre era como una campanilla: no paraba de hacer ruido.
─Eso, dile más cosas, verás tú la que os lía en casa ─dijo la mujer, negando pero sin perder la sonrisa. Él posó la mano en su muslo, apretándolo suavemente antes de volver a coger la palanca de marchas para continuar el camino al abrirse el semáforo.
─Tranquila, si de los cinco yo soy el más normal.
No tardaron mucho en llegar al chalet donde vivía el grupo. Anne había reducido la cantidad de palabras por minuto que decía mientras el temblor de sus piernas aumentaba paulatinamente. Sheila no recordaba haberla visto tan nerviosa en la vida, y aquello le pareció encantador. Su hija iba a vivir un gran momento en su vida ─ya hubiera querido ella conocer a los componentes de los grupos que la hacían vibrar a aquella edad─ y podía imaginar la cantidad de pensamientos que se agolpaban en su cabeza. Cuando el motor se paró, Sheila y Ed salieron del coche casi a la vez, mientras que Anne se tomó unos segundos para coger aire. Le temblaban las piernas y no sabía si iba a ser capaz de andar sin tropezarse. Cuando Ed abrió la puerta para ella, no tuvo más remedio que salir, poniéndose roja como un tomate cuando él pasó su brazo alrededor de sus hombros, no solo dándole así un apoyo por si flaqueaba, sino acercándola a su cuerpo. ¡No podía creerse que el cantante de The Black Rose estuviera sujetándola!
─Vamos, que están todos deseando conocerte ─dijo él, caminando hacia la casa con ella. Su madre iba detrás, podía oír sin problemas sus pasos. Aunque no lo dijera, siempre había admirado a su madre y algún día querría ser como ella, andar con aquella seguridad, como si no tuviera mido de nada.
─¿Y si no les caigo bien? ─preguntó, casi con miedo, aunque cuando se dio cuenta de lo infantil que sonaba aquello, se puso aún más roja.
─No pienses en eso. Piensa que vas a comer con unos colegas con los que te vas a reír un buen rato. Porque es lo que haremos.
Se detuvieron delante de la puerta del chalet. Ed abrió la puerta con tranquilidad, empujando un poco a Anne para que entrara delante de él, pero sin soltarla. Podía sentir cómo temblaba. ¿De verdad podían provocar eso en las personas? ¿Todas sus fans se sentían así cuando iban a verles o tenían la oportunidad de tocarles? Por un lado no lo comprendía, él se veía tan normal como cuando estudiaba cocina. Le seguían gustando las mismas cosas, seguía siendo demasiado exigente con los ingredientes que compraban y no dejaba que nadie tocara su cocina si no era de confianza. Tenía mal despertar y seguía yendo de flor en flor sin asentar la cabeza. Y sin embargo aquella chiquilla le tenía idealizado. Solo esperaba que al conocer al resto del grupo no se sintiera decepcionada. No quería ver apagarse aquella luz de sus ojos.
─¡Ey, capullos, que ya hemos llegado! ─gritó desde la puerta, esperando a que Sheila pasara también antes de cerrar. Joel fue el primero en aparecer, acercándose a ellos con una encantadora sonrisa. ¿De verdad a las jovencitas les gustaba ese aire de mojigato que tenía? La respuesta a aquella pregunta la tenía justo ante sus ojos.
─¡Anda, qué pronto! ─exclamó el guitarrista, acercándose hacia Anne─. ¡Bienvenida a nuestra casa! Espero que Ed no haya venido a todo trapo, que a veces se pasa.
─¿Tú que sabrás, damisela en apuros? ─contestó Ed, de mala gana, mientras que Anne se mantenía quieta, mirando anonadada a Joel, como si estuviera ante un espejismo. Sin perder la sonrisa y pasando del comentario de su compañero, Joel posó una mano sobre el hombro de la muchacha, reclinándose un poco.
─Tú ni caso. ¿Te apetece...? ─Joel no pudo terminar la frase. Aquella chiquilla, sin saber por qué, había comenzado a llorar mientras le miraba.
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The Black Rose
RomanceAVISO: Esta historia es para mayores de 18 años. La historia puede contener escenas de sexo explícito en algunas de sus partes. A sus 35 años Sheila es una mujer feliz, una gran policía, una mujer independiente y madre de una enérgica adolescente. D...