Capítulo 3 (Parte 3)

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-Es la primera vez que se dirigen a mí de un modo tan curioso -bromeó, esbozando una sonrisa. Le gustó aquella exclamación. Había conseguido impactarla, y eso le hacía ganar puntos. Con suerte el fin de aquella noche sería apoteósico-. Suelen llamarme Ed. -Se acercó un par de pasos, al igual que ella, de modo que quedaron a pocos centímetro el uno del otro. Era alta, casi tanto como él, aunque posiblemente se debía a los tacones. Sus azules ojos reflejaban la luz de la sala potenciando aquella picardía con la que le miraba, acompañando el gesto con una traviesa sonrisa.

-Perdón si fui un poco descarada, pero de cerca ganas mucho. -La sonrisa de la muchacha se ensanchó, y la suya lo hizo también. Le gustaba su desparpajo-. Yo soy Sheila y...

-¡Oye! ¿Eres Edward? ¿El cantante de The Black Rose? -Dos jovencitas se habían colado entre ellos, obligándolos a retroceder unos pasos para dejarles espacio suficiente. Con un leve suspiro asintió, cambiando la atención de la mujer a sus dos fans, las cuales le miraban casi con devoción.

-Sí, soy yo.

-¡Ay tía qué fuerte! -gritó una de ellas-. ¿Podemos hacernos una foto contigo?

-¡La Susy no se lo va a creer! -dijo la otra, tecleando en su teléfono móvil rápidamente. Por un instante se le ocurrió alzar la mirada y, de pronto, todo el local tenía la atención puesta en ellos. Algunos solo miraban, otros también toqueteaban sus móviles, lanzando fotografías, llamando... Aquello era malo. Si el rumor se extendía, aquel local acabaría lleno de jóvenes y él no podría ni tomarse una copa tranquilo.

-Va, tía, haz la foto ya. -Sin darse cuenta, las dos muchachas se habían agarrado a su cuerpo y estaban alzando el móvil para la que parecía ser la primera de un gran número de fotografías. El flash le cegó durante unos segundos y tuvo que restregarse los ojos con los dedos-. ¡Ay, muchas gracias! Espero poder ir a vuestro próximo concierto.

-¿No ha venido Joel contigo? ¡Ay, seguro que viene ahora! -exclamó la otra, agarrándose a su brazo como si le conociera de toda la vida. No se acostumbraba a aquello, a la cercanía de la gente, a aquellas personas que le hablaban con la familiaridad con la que lo hace cualquier amigo íntimo. Se sentía violento en aquellas ocasiones. Fue a abrir la boca cuando, de repente, otro cuerpo se interpuso entre las chicas y él, obligándolas ahora a ellas a retirarse.

-A ver, bonitas, se acabó el espectáculo. -Sheila, aquella desconocida tan atractiva, se había puesto seria. Pudo ver cómo la puerta del local se abría, dejando pasar a un buen número de personas que, por lo que parecía, se habían enterado de su presencia en el bar.

-¡Mira, zorra, estábamos nosotras antes! -exclamó una, echando el pecho hacia delante, como si con aquello pudiera amedrentar a la morena.

-¡Tía, que es verdad! -exclamaron desde la puerta-. ¡Que está aquí el cantante!

-Sígueme. -La morena aprovechó el despiste que generaron los gritos de fanatismo de la puerta, que fueron unos cuantos, para cogerle de la mano y correr hacia la portezuela que daba acceso a la barra, por donde se colaron. Allí, el camarero al que Sheila había llamado Ramón les había abierto una portezuela que daba a unas escaleras que subían hacia una de las calles paralelas a la entrada del local, mucho más pequeña y menos transitada.

-La próxima vez que te vea, reina, me pagas las copas, ¿eh? -dijo el camarero, entre risas, una vez hubieron salido de allí. Ed fue a sacar la cartera, pero Sheila le detuvo, golpeándole la mano como una madre que regaña a su hijo por coger algo que no debe.

-Mañana viene Nico a celebrar la despedida de soltero, que me he enterado, así que se las cobras y le dices que me las tomé a su salud.

-¡Pero qué morro le echas a la vida! -Se carcajeó el hombre, asintiendo.

-¿No me encasquetó él las birras de sus colegas hace dos semanas? Pues mira, que agradezca que lo mío ha sido menos, ¿eh?

-Perdón por el jaleo que vas a tener ahora. -Para él aquello era lo peor de su trabajo. Cada vez que salía por algún lado y le reconocían, se montaban verdaderos follones. Agradeció la rapidez de reacción de la mujer en aquel momento. Posiblemente así la cosa no iría a peor.

-¡Ni lo menciones, hombre! Las jovencitas vienen con las hormonas por las nubes, y claro, te ven a ti, que eres un bombón, y todas quieren llevarte para su cama. -Soltó una risotada al escuchar al camarero, risotada que se cortó cuando sintió unos brazos rodear el suyo y unos pechos apretarse contra él. Cuando giró el rostro vio a Sheila bien agarrada, con cara de niña traviesa, mirando al camarero.

-Pues esta noche me lo llevo yo.


Ramón había sido muy amable con ella, como siempre, y era algo de agradecer. Era cierto que había actuado un poco por instinto, pero ver la cara de agobio del muchacho ante lo que podía avecinarse hizo que actuara sin casi pensar. Por un momento, al verle, le dio pena. ¿Era su vida siempre así? ¿No podía salir de casa sin que un montón de personas le siguiera por la calle? ¿Sin que se expusiera a que una horda de jovencitas en celo se lanzase encima de él? Tenía que ser una vida bastante difícil.

-Oye, gracias por sacarme de allí tan rápido. -Había decidido llevarle hasta su coche, el cual había dejado al lado de casa, y luego llevarle hasta el hotel donde se alojara. Gracias a conocerse la ciudad como la palma de su mano, había evitado las zonas más concurridas y el paseo estaba haciéndose bastante tranquilo.

-No hay que agradecerlo. Me apena que un comienzo de noche tan prometedor acabara así. -Le miró y ambos se sonrieron. De cerca, al natural, era mucho más guapo, con unos preciosos ojos color miel que parecían querer escrutar en su mente, conocer cada detalle de sus pensamientos. El muchacho esbozó una traviesa sonrisa y ella, coqueta, se agarró a su brazo.

-Vaya, ¿ya ha acabado para ti? -No pudo evitar reír un poco ante aquella pregunta. Aunque parecía inocente, su tono y su mirada confirmaban que no lo era. Y por alguna razón que no llegaba a comprender, le gustaba. Alguna que otra vez había coqueteado con hombres en el bar, y en contadísimas ocasiones había acabado pasando un buen rato con ellos en la parte trasera de sus coches. Pero aquel muchacho, aquellos ojos...

-No me conoces de nada -susurró. Casi sin querer le había llevado hasta el portal de su casa. Era una locura, una auténtica locura. Pero quería que subiera, quería ver hasta dónde llegaba de verdad aquel yogurín que se le había presentado delante. Aquellos ojos... No podía dejar de mirarlos.

-Tú a mí tampoco. -La arrinconó contra la puerta con su propio cuerpo. Podía sentir su calor. No era tan musculoso como su ex marido, pero tocar su torso le hizo saber que bajo aquella ropa se escondía un cuerpo para pecar.

-Puedo ser una loca. -Miró sus labios, mordiéndose el propio. Su cautivadora sonrisa la tenía contra las cuerdas. Por un instante, embragada por su aroma, por su calor y por sus propios deseos quiso morderlos hasta hacerle gemir.

-¿De veras? -Ed posó las manos sobre sus caderas y la apretó contra su cuerpo, haciéndola partícipe de lo que ya suponía. Había algo especial entre ellos. La chispa que había nacido con una simple mirada en el concierto les había llevado hasta allí. Y ya llegados a aquel punto, no iba a desperdiciarlo-. Te voy a enseñar lo que es la verdadera locura. -Y antes de poder decir nada más, aquel jovencito sinvergüenza se lanzó hacia sus labios como si fueran su presa, atrapándolos con pasión y arrancándole el primer suspiro de toda aquella larga y apasionada noche.

The Black RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora