Capítulo 10 (Parte 3)

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La noche de guardia en el hospital se había hecho más larga de lo que pensaba. La perspectiva de poder desayunar con Patricia y Sheila, pese al cansancio, le gustaba. Hacía poco que conocía a la policía, pero se habían encariñado mucho la una con la otra, hasta el punto de necesitar hablar con ella cada vez que se sentía mal. Era como tener una hermana mayor ─o bueno, al menos tener una lo suficientemente empática como para comprenderla─. Su hermana Farah era una chica muy inteligente, con un corazón enorme, pero que carecía de empatía y no comprendía bien cómo su hermana pequeña podía darle tantas vueltas a determinadas cosas. Y aunque Leah la quería con toda su alma, sabía que no podía contar con ella cuando se sentía triste o mal por asuntos del corazón o por cómo la trataban en el trabajo. Por suerte, para esos casos, tenía a Patricia y ahora a Sheila.

Cuando llegó la hora de salir, fue directa hacia su taquilla con una sonrisa dibujada en sus labios. Los días parecían ser más cálidos a esas alturas del mes, pero las mañanas aún refrescaban, así que se había llevado una camiseta limpia con el logotipo de una de sus series referidas, un jersey en tonos beige de punto y unos vaqueros azul oscuro de tela elástica que le eran muy cómodos. Feliz por poder salir ya del trabajo, abrió la taquilla, congelándosele la sonrisa en los labios cuando vio que dentro tan solo tenía el bolso. No había rastro ni de su ropa ni de sus botas de invierno. Extrañada miró a su alrededor, pero no había nadie más allí. Levantó el bolso, apretando los labios para no soltar ningún improperio al aire, y al hacerlo vio caer al suelo un papel doblado. Con el corazón a mil, se agachó para cogerlo y abrirlo, leyendo su contenido.

"Esto te pasa por zorra. Sin tus modelitos no eres nada y algún día se dará cuenta. Esto no ha hecho más que empezar."

Se quedó helada. No sabía si tomárselo a risa o como una amenaza real. Le habían quitado la ropa como en una película americana de instituto y le habían dejado una nota amenazadora en la taquilla, como las quinceañeras que se peleaban porque el capitán del equipo de rugbi no las miraba a ellas. ¿De verdad se creían que haciendo esas cosas iban a conseguir que Joel la dejara? O mejor dicho, ¿de verdad se creían mujeres maduras haciendo ese tipo de tonterías? Dejó escapar un largo suspiro y rompió la nota, tirándola a la papelera. Tendría que volver a casa con el uniforme y las zapatillas y lavarlas antes de si siguiente guardia. Era un engorro porque precisamente esa noche lo había llevado limpio, pero no tenía más remedio. Lo único que le molestaba era que la camiseta que le habían quitado era de sus favoritas y no la había vuelto a ver en la tienda donde la compró.

─Al menos ─se dijo a sí misma─ no me han quitado el bolso con mis cosas. ─Por si acaso lo abrió y miró dentro de él, asegurándose de que al menos las llaves del coche, de su casa y su cartera con sus tarjetas estaban allí. No parecía que hubieran tocado nada. Guardó el lector de libros dentro, cerró el bolso, se lo echó al hombro y salió de allí, cruzándose, de camino, con "Toñi y su pandilla", como solía llamarlas, que la miraron de manera burlona.

─¿Qué, Leah, se te ha olvidado la ropita en casa? ─Ella y su cuadrilla se rieron, como si la pregunta encerrara mucho más que lo que sus labios habían pronunciado. Si no habían sido ellas, estaba segura de que sabían quién lo había hecho ─. Llevar el pijama de enfermera por la calle no es muy estiloso. ─Por un momento se preguntó qué contestaría Sheila a algo como eso y, armándose de valor, se giró hacia ella sonriendo de manera encantadora.

─Es lo bueno de tener estilo, que no hacen falta falsos halagos para sentirse bien con una misma. ─El rostro de Toñi se contrajo en una mueca de rabia. Se había sentido mal por el comentario, pero ¿qué esperaba? ¿Qué suplicara por su ropa? No iba a darle esa satisfacción.

─¿Qué sabrás tú, niñata? Te crees mucho por ser novia de quien eres.

─Si tanta envidia te da, te invito a que intentes ligártelo. A ver si así me dejas en paz. ─Sheila habría sido mucho más borde, estaba segura, pero ella no era así. Quizá tendría que aprender a defenderse mejor con palabras, o a cerrar la boca a gente como ella. Estaba segura de que esas pullas en el trabajo eran solo el comienzo.

─Mira niñata ─dijo Toñi, ya cabreada, dando un par de pasos hacia ella para intentar agarrarla de la camiseta del uniforme. Ella no se movió, a la espera de que lo hiciera, pero justo cuando sus manos parecían a punto de agarrarla, una voz se alzó tras ella.

─¿Se puede saber qué está pasando aquí? ─Rosa, la jefa de enfermeras, acababa de llegar para comenzar su turno. Toñi se apartó enseguida, esbozando una de sus falsas sonrisas.

─¡Buenos días Rosa! Qué pena que...

─No estoy para tonterías ─cortó la mujer. Leah se giró hacia ella, apretando con fuerza las asas de su bolso. Rosa era una mujer no muy alta, ya entrada en los cincuenta, de cabello caoba con mechas rubias. Tenía unos dulces ojos castaños y unas pequeñas gafas de pasta azul que los enmarcaban. Por un momento la jefa de enfermeras y ella se miraron, como si la mujer buscara leer en su rostro lo que estaba sucediendo. Finalmente miró hacia Toñi y sus compañeras─. A vosotras os quiero esta tarde en mi despacho antes de que empecéis el turno. Y a ti, Leah ─dijo, volviendo la mirada de nuevo hacia ella─ te espero mañana a primera hora. Y no quiero ni un solo pero. ─Autoritaria, pasó entre el grupo de enfermeras directa a la sala para cambiarse, momento que Leah aprovechó para salir de allí. No tenía ganas de volver a escuchar a Toñi.

The Black RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora