La comida fue muy divertida. Patricia, la amiga de Leah, no paró de hacer chistes y de hablar con aquella naturalidad que la caracterizaba, poniendo en aprietos a más de uno y provocando que, ya tomando el postre, casi todos sufrieran dolor de estómago por las carcajadas. Además, unir a Patricia con Anne, que era toda una deslenguada, había sido lo mejor que se les había ocurrido. O al menos eso habían afirmado Leah y Jacky entre carcajadas. Pero pese a ello, a Sheila no le habían pasado desapercibidas las marcadas ojeras que la enfermera tenía bajo sus preciosos ojos. Se había maquillado a conciencia, pero no podía disimularlas del todo. Supuso que tan solo había dormido mal, o que había tenido una guardia muy larga, pero desde ese día estaría atenta por si acaso se volvía algo habitual. Sabía que desde que su relación con Joel había salido a la luz, las redes sociales habían ardido, los periodistas no la dejaban casi ni respirar y muchos de sus compañeros habían decidido boicotear su relación lanzando falsos rumores sobre la morena. Aun así, ella intentaba llevarlo todo con naturalidad y evitaba meterse en problemas.
Cuando Jacky y Joel se pusieron a tocar una de sus canciones, dejando que Anne y patricia, totalmente emocionadas, la cantaran como si fueran las vocalistas ─desafinando bastante, todo hay que decirlo─, Sheila aprovechó para ir a la cocina a por una cerveza fresquita, ya que Jacky y Ed habían insistido en que se sintiera como en su casa. Cuando se giró, tras coger la cerveza, se dio de lleno con Ed, quien cogiéndola de las muñecas, la apretó con su propio cuerpo contra el frigorífico, esbozando una traviesa sonrisa.
─¿Iba a alguna parte, agente? ─susurró de manera ronca, mirándola intensamente con aquellos ojos que la volvían totalmente loca. Era increíble como su mirada podía pasar de la indiferencia al puro deseo en cuestión de segundos. Un cosquilleo se asentó en su estómago, uno que hacía años creyó haber perdido y que, sin embargo, había vuelto a aparecer.
─Tan solo a por algo de beber, yogurín. ¿Me he ganado algún tipo de multa? ─susurró ella. Ed se terminó de acercar, apretando u cuerpo contra el de ella, haciéndola partícipe de su estado de excitación, lo que hizo que se riera por lo bajo. Gracias a los tacones no le quedaba muy alto, así que tan solo alzó un poco el rostro para rozar su nariz con la del cantante y dejar que sus alientos se entrelazaran en una provocación.
─No, pero aún tienes que pagarme, y con intereses, unas cuantas cosas. ─Sentir su pulso acelerado, el olor a vino de sus labios entremezclado con el de su perfume, y el provocativo roce de sus labios la estaban volviendo totalmente loca. Pero pese a ello era consciente de que aquel no era el mejor lugar, ni el mejor momento, para dejarse llevar con sus más bajos instintos.
─Lo sé, yogurín, pero creo que por el momento vas a tener que conformarte con una ducha de agua fría. ¿Qué crees que pensarían si de repente desaparecemos?
─¿Te crees que me importa lo que piensen? ─preguntó él, soltando sus muñecas para, de improviso, tomarla de los muslos y levantarla en brazos, estrechando hasta el extremo lo que les separaba. Sheila dejó escapar un suspiro. Si continuaba así, no iba a poder negarse.
─Estás totalmente loco, Ed ─susurró, echándole hacia atrás el pelo para poder mirarle bien a los ojos. Por un instante, se sintió la mujer más afortunada del mundo.
─¿Yo loco? No, preciosa, pero tú sí. ¿Quién no desearía tener al talentoso vocalista de The Black Rose en esta posición? ¡Y tú estás rechazándome! ─Sheila se echó a reír a carcajadas al escucharle, dándole un mordisco en la mejilla que le hizo reír también.
─Tú no tienes abuela, ¿eh?
─Sí la tengo, pero siempre que voy a verla me dice que estoy muy delgado, que tengo que comer más. ¡Au! ─exclamó cuando ella volvió a morderle, entre risas.
─Eres un idiota.
─Ya, pero te encanta.
─Me vuelve loca ─susurró ella, mirándole nuevamente a los ojos.
─Pues deja volverte más loca aún. Deja que te haga desfallecer entre mis brazos, Sheila. Llevo días deseando volver a tenerte, y no pienso dejar que te largues de aquí sin haberte probado aunque sea una última vez. ─No pudo responder a aquello. No iba a ser la última vez, de eso estaba más que segura, pero tampoco quería esperar más. Rodeó su cuello con los brazos y tiró de ella hacia él. Sus labios se juntaron en un apasionado beso, lento, cálido, pero cargado de deseo. La atracción que sentían el uno por el otro se había intensificado con cada encuentro, cada mirada había despertado algo en el otro, y cada beso era capaz de transportarlos a un lugar donde nada más existía: solo ellos dos.
Cuando Sheila le abrazó la cadera con sus piernas, Ed aprovechó para recorrer sus curvas con las manos, levantando su camiseta al hacerlo, descubriendo poco a poco su piel, aquella que ya había recorrido antes y que había grabado a fuego en su mente. La camiseta pronto ocupó su sitio en el suelo junto con la de él, de modo que sus pieles podían tocarse, reconocerse y dejar de echarse de menos. Los escalofríos que se provocaban entre sí era la droga a la que se habían vuelto adictos.
Ed apoyó la frente sobre la de ella, mirándose ambos a los ojos, con las respiraciones trastocadas. Era imposible parar aquello que habían comenzado, pero ambos sabían que la cocina, con la casa llena de gente, no era el mejor lugar para dar rienda suelta a sus deseos.
─¿Quieres que te enseñe mi cuarto?
─Tardabas en hacerlo, yogurín. ─Entre risas, volvieron a fundirse en un apasionado beso, sin percatarse que durante aquellos ardientes minutos Rina les había estado observando, había fotografiado su escarceo y aquellas fotos, ahora, coparían las portadas de más de una revista. En tan solo dos segundos la vida de la policía iba a volverse todo un caos.
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The Black Rose
RomanceAVISO: Esta historia es para mayores de 18 años. La historia puede contener escenas de sexo explícito en algunas de sus partes. A sus 35 años Sheila es una mujer feliz, una gran policía, una mujer independiente y madre de una enérgica adolescente. D...