Sheila consiguió abrir la puerta entre risas y besos, pasando al interior del oscuro piso, dejando que Ed pasara detrás de ella. Y a traición, sin que él se lo esperara, tiró de su brazo, acercándolo a su cuerpo y volviendo a besar sus labios mientras le empujaba contra la puerta para cerrarla. Sus lenguas danzaban frenéticamente en la pista que conformaban sus bocas, y sus manos, ahora libres en la intimidad de aquellas paredes, comenzaron a volar por encima de ambos cuerpos. La morena pudo apreciar la trabajada musculatura del muchacho mientras que él se encargó de agarrar sus nalgas con firmeza y apretarla de nuevo contra su virilidad. Sheila soltó una risita, mordiendo el labio del cantante, momento que él aprovechó para volver a retomar el control y alzarla en brazos, caminando directamente hacia la mesa del amplio salón, donde la dejó sentada. Quería decirle que aquella era la locura más excitante que había cometido nunca, pero sentir sus labios en su cuello consiguió enmudecerla. Ed se coló entre sus piernas con un hábil movimiento, presionando con su cadera sobre su pubis, haciéndola partícipe de su más que avanzado estado de excitación. Y aquello aumentó el calor de su cuerpo. Deseaba mordisquear cada resquicio de piel de aquel chico travieso, hacerle estremecer con sus labios y acabar sintiéndole en su interior.
Una nueva embestida del muchacho, aún con las ropas puestas, hizo que gimiera, descubriendo su garganta para él, la cual no dudó en besar y mordisquear mientras se las apañaba para desnudarla. Pronto el corsé cayó al suelo, dejando a la vista el sujetador de encaje que cubría sus abultados pechos. Se miraron a los ojos con lujuria y Ed, sin apartar la mirada, mordió su pezón por encima de la ropa, provocando que un excitante escalofrío recorriera su cuerpo y que de sus labios brotara un nuevo suspiro. Repitió la acción con el otro pecho a la vez que sus manos buscaban la manera de deshacerse de aquella prenda.
—Te noto ansioso —susurró ella, picona, obligándole a alzar el rostro para poder besarle de nuevo, algo que él aceptó sin rechistar mientras agarraba los pechos de la policía con sus manos. Ed mordió el labio de ella y tiró suavemente de él, mirándola a los ojos cuando sintió que ella, en un arranque pasional, tiraba de la camiseta para quitársela cuanto antes y descubrir aquel cuerpo para pecar.
—¿Y me lo dices tú, preciosa? —Sheila gruño con deseo, rodeó las caderas del muchacho con sus piernas y tiró de él, con fuerza, para sentir su dureza apretándose contra ella. Ambos gimieron, con los labios entreabiertos, las respiraciones aceleradas y las miradas fijas el uno en el otro.
—Me estoy controlando para no asustarte.
—No sé yo si aguantarás mi ritmo. —Embistió de nuevo contra ella. A ambos les sobraba ya la ropa, pero aquel juego de dominación, de seducción y de provocación les estaba llevando a la locura. Cuantos más segundos pasaban provocándose, más calor sentían.
—Te voy a dejar seco, yogurín. —Tras decir eso Sheila le empujó lo suficiente como para poder bajar de la mesa. Él la besó con pasión, bajando las manos de sus pechos hacia los pantalones de la policía para desabrocharlos mientras ella le empujaba hacia el cuarto. Abrió la puerta de golpe, aprovechando ella de nuevo para arrinconarle contra la pared. Se deshizo de su agarre, con los pantalones ya desabrochados, y comenzó ella a desabrochar los suyos mientras besaba su cuerpo. Recorrió sus músculos con sus labios, besando y lamiendo cada resquicio de piel. Pasó la lengua lentamente por un tatuaje en forma de rosa negra que llevaba a un lado del pubis, casi rozando la zona que se unía con la pierna. Ed la miró intensamente y soltó un gruñido cuando la mujer le despojó de la ropa, bajando sus pantalones hasta descubrir su excitación. Y cuando sintió su cálida lengua rozarla agarró su melena con la mano para evitar que aquella diosa se apartara de él. Había algo en sus movimientos, en su ansia de mandar y en su mirada felina que despertaba sus más bajos instintos. Ella era puro fuego, y él no quería quedarse atrás.
Apenas saboreó el placer de aquellos labios sobre su miembro unos segundos. No quería acabar tan rápido. Ya habría tiempo para probarlos con más detenimiento. La noche era suya y aún quedaban muchas horas hasta la salida del sol. Tiró de su melena hacia arriba, obligándola a levantarse del suelo, cosa que ella hizo sin rechistar.
—Chica mala —susurró en su oído suavemente, haciéndola temblar, antes de cambiar las tornas de nuevo. Esa vez la aprisionó a ella contra la pared, dándole a él la espalda. Besó su espalda lentamente, soltando su negra melena para poder bajar sus pantalones y sus braguitas. A medida que deslizaba la tela por su piel, sus besos iban bajando también, acercándose cada vez más al centro de su placer. Quería beber de ella, y ella parecía dispuesta a dejarle hacer. Le bajó la ropa hasta los gemelos, obligándola a abrir las piernas menos de lo que seguramente ella querría. Se acuclilló detrás y, tras darle un pequeño azote en una de sus redondas y apetecibles nalgas, lamió su sexo desde atrás, provocando que la mujer llenara sus oídos con un sensual gemido que avivó más su deseo. Su humedad, el olor de su pasión estaban despertando a la bestia dormida, y podía sentir cómo la de ella también despertaba, reclamándole. Saboreó sus labios durante unos intensos segundos, haciéndose de rogar.
—Ed, por dios, házmelo ya —gruñó ella. Las palabras mágicas, aquellas que tanto deseaba oír. Se incorporó, sin preocuparse de terminar de quitarle la ropa ni de despojarse de la suya, poniéndose un preservativo que llevaba en el bolsillo para evitar sustos. Agarró nuevamente la melena de la mujer con una mano, tirando de ella dominante para poder mirar aquellos ojos que le estaban volviendo loco, antes de dirigir su inhiesto miembro hacia la mujer. Y con un solo embiste entró en su interior. Sus gemidos se entremezclaron y, por un segundo, ninguno se movió. Pero ella le reclamó enseguida moviendo la cadera, traviesa, lo que hizo que él la azotara suavemente de nuevo antes de comenzar un lento pero fluido movimiento, entrando y saliendo se su interior apasionadamente, Cada embestida, cada penetración, era un gemido que ambos compartían. Aquella postura era de lo más erótica, y a ella parecía gustarle tanto como a él, ya que le invitaba a aumentar la marcha moviendo la cadera. Acercó sus labios a ella y la besó con pasión a la vez que sus embestidas se volvían más frenéticas, ahogando los gemidos el uno en el otro. Sheila estaba disfrutando del sexo como nunca antes, y Edward estaba experimentando lo que era la pasión en su estado más primitivo. El sexo con Rina era bueno, pero aquello lo superaba con creces.
Tras unos largos minutos en los que ambos disfrutaron del sexo más animal, explotaron en sendos orgasmos. Sheila se agarró a la pared, apoyando en ella la frente, mientras él se reclinó, soltando la melena de la mujer y acariciando sus costados. Besó su espalda y, con cuidado, salió de su interior.
—Joder... ha sido impresionante —susurró él, echándose hacia atrás el pelo. Sheila se giró una vez fue liberada del agarre, agarrando al cantante de las mejillas y tirando de él para besarle con pasión.
—Recupera el aliento, guapo, porque la noche no ha hecho más que empezar.
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The Black Rose
RomanceAVISO: Esta historia es para mayores de 18 años. La historia puede contener escenas de sexo explícito en algunas de sus partes. A sus 35 años Sheila es una mujer feliz, una gran policía, una mujer independiente y madre de una enérgica adolescente. D...