El fin de semana pasó rápido para todos. Ed regresó el sábado por la tarde a casa y las bromas y cuchicheos no cesaron en varias horas. Pero cada vez que preguntaban o divagaban sobre lo que había hecho aquella noche, él se limitaba a sonreír y a alzar una ceja de manera burlona, lo cual a Rina no le sentaba especialmente bien. Los único que no se unieron a aquel interrogatorio fueron Leah y Joel, quienes aprovecharon el fin de semana para pasarlo juntos, salir por ahí a cenar, siempre a sitios discretos y en los alrededores de la ciudad. Ya que pasaban tiempo juntos, querían hacerlo sin molestias.
El lunes amaneció frío y Leah tenía guardia a primera hora, así que tras darse una buena ducha, recoger un poco la cocina y vestirse, salió de su casa rumbo al hospital. Estaba más que feliz. Cuando empezó a salir con Joel un par de años atrás, antes de que el grupo se hiciera tan conocido, los dos vivían en la misma ciudad y podían verse a menudo, pero cuando ella tuvo que irse a León a trabajar, y él empezó con las giras, sus encuentros eran cuanto menos escasos. Hablaban por teléfono a diario, Joel siempre tenía al menos cinco minutos para hablar con ella y cantarle alguna de sus composiciones, esas que nadie conocía y que tan solo hacía para ella. Pero la ausencia le dolía, extrañaban pasear con él de la mano, comer helados sentados en un banco o ir juntos al cine como cualquier pareja. Era cierto que todo aquello ya no podían hacerlo debido a lo famoso que se había vuelto él, pero el simple hecho de poder salir de trabajar y acercarse a verle si le daba tiempo, conseguía sacarle una sonrisa. Por fin tenía a su novio con ella de nuevo.
Se montó en el coche, se puso la radio y arrancó, saliendo de la urbanización donde vivía. Aunque le gustaba el rock alternativo, y siempre que podía escuchaba The Black Rose y otros grupos similares, no dejaba de lado el resto de cantantes que solía tener en su reproductor. En cuanto la música de Jessie J empezó a sonar, comenzó a cantar alegremente sin quitar la vista de la carretera.
Everybody look to their left (yeah)
Everybody look to their right (ha)
Can you feel that (yeah)
Well pay them with love tonight...
It's not about the money, money, money
We don't need your money, money, money
We just wanna make the world dance,
Forget about the Price Tag
Se sentía alegre, no podía dejar de sonreír. Había sido un gran fin de semana y tenía la sensación de que aquella racha continuaría durante mucho tiempo.
Una vez aparcó el coche en su plaza, salió del vehículo, cerrando y comprobando que no se dejaba nada abierto ni dentro del coche antes de rebuscar en su bolso. Había oído el aviso del whatsapp, pero no había querido mirarlo hasta haber aparcado.
"¡Ey morena! Te recuerdo que me debes un café. Tengo turno hasta la noche, pero al medio día puedo escaparme un rato. ¿Me paso por el hospital y me invitas?"
Rio alegremente al leer el mensaje, caminando hacia la entrada del hospital mientras tecleaba sobre su pantalla táctil, contestando a la mujer.
"¡No seas mala! Me lo debes tú a mí =P. Vente al medio día y comemos juntas. La comida de la cafetería no es tan mala. ¡Un besito!"
Las puertas automáticas de la entrada se abrieron en cuanto estuvo a pocos centímetros, pasando al hall de entrada del hospital. A aquellas horas había ya bastante gente paseando por allí: familiares que bajaban a desayunar tras pasar la noche en las habitaciones, otros que llegaban de buena mañana para visitar a sus seres queridos, etc. En cuanto se acercó a la recepción, las dos mujeres, que hablan muy rápido por lo bajo, se quedaron calladas, como dos niñas que acababan de ser pilladas planeando alguna travesura. Pese a superar las dos ya los cuarenta años, todo el mundo sabía que cualquier cotilleo que hubiera, pasaba por aquellas dos señoras. Leah sonrió ampliamente, como siempre, sin darle importancia al detalle.
─Buenos días Lucía, Mari Paz. ¿Viene cargadita la mañana? ─preguntó, amable. Las mujeres se miraron entre sí, sonriéndose, antes de contestar.
─Como siempre, hija, como siempre. Tu fin de semana bien, por lo que veo ─dijo Mari Paz, una mujer bajita y rechoncha, con el castaño pelo, teñido debido a la cantidad de canas que ya tenía, recogido en un sencillo moño.
─Como para no, Mari ─se burló Luci. Todo el mundo decía que aquella mujer, más que cercana a los cincuenta, no quería aceptar su edad y por ello seguía vistiendo como una treintañera y maquillándose como una puerta. Leah ladeó la cabeza, parpadeando un poco. No comprendía a qué venía aquello, pero decidió sonreír y asentir.
─Muy bueno, sí. Voy a cambiarme y subo a planta, que mi turno empieza en diez minutos.
─Venga, hija. Y ya nos contarás, ¿eh? ─apuntó Luci de nuevo. Leah volvió a sonreír de nuevo, esa vez de manera forzada. Dejó escapar un suspiro y caminó hacia el ascensor para subir a la sala de enfermeras y poder cambiarse allí, no sin antes mirar el móvil, donde ya tenía la confirmación de Sheila para la comida.
Una vez se hubo vestido y hubo guardado las cosas en su taquilla, subió a su planta para comenzar con la ronda. Eran las ocho de la mañana y el pasillo ya tenía actividad. En cuanto salió del ascensor se encontró con José Luis, un hombre de ochenta años que llevaba allí ingresado casi una semana por una angina de pecho. Aquella bata que le ponían a los enfermos siempre le había parecido que les daba un aspecto más famélico aún, lo cual unido a la delgadez de aquel hombre hacía que pareciera más débil de lo que posiblemente estaba. Caminaba tranquilamente con su pecha y su gotero de suero a su lado. En cuanto le vio, esbozó una amplia y cálida sonrisa, la cual el hombre le devolvió.
─¡Buenos días, señor Rodríguez! ¿Ya tan temprano de paseo? ─Posó la mano sobre el brazo del hombre, con ternura.
─¡Buenos días, guapa! Ya ves, tampoco hay mucho más que hacer aquí salvo ver la televisión. Y para lo que echan...
─Pues mañana le traigo yo un buen libro para que esté entretenido usted. ─Ambos rieron, cómplices─. No tarde mucho en entrar que tengo que ir a ver cómo tiene hoy el azúcar antes de que le den el desayuno.
─Enseguida voy. Doy la vuelta ahí donde el ascensor y te espero con mis mejores galas. ─Rieron de nuevo. Tratar con pacientes con tan buen humor como él siempre era una delicia para Leah. Por suerte no solía tener problemas con ellos, pero siempre llegaba alguno, de vez en cuando, que con sus modales y sus quejas no hacía más que imposibilitar el trabajo de todo el personal. Se despidió de José Luis y cogió el carrito de su sitio, comenzando, por fin, lo que sería una mañana digna de ser olvidada.
———
¡Arriba os dejo esa estupendísima canción de Jessie J! ¡Feliz lectura!
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The Black Rose
RomanceAVISO: Esta historia es para mayores de 18 años. La historia puede contener escenas de sexo explícito en algunas de sus partes. A sus 35 años Sheila es una mujer feliz, una gran policía, una mujer independiente y madre de una enérgica adolescente. D...