Capítulo 1 (Parte 3)

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  • Dedicado a A Kao, porque son nuestros bebus
                                    

Carlos Sancho, su representante, les descubrió cuando aún tocaban de bar en bar y enseguida descubrió el potencial que tenían. Desde aquel instante había estado con ellos y había caminado paso a paso al lado de aquellos cinco curiosos chicos. En cuanto llegó al céntrico apartamento donde, por el momento, convivía el grupo, los sentó alrededor de la mesa del salón para poder hablar de los temas que les ocupaba aquella semana. Ed, al igual que sus compañero, escuchaba atentamente las palabras del hombre, apuntando en una pequeña agenda los compromisos del aquel próximo mes para estar al tanto de los viajes, las entrevistas y las sesiones fotográficas que debían hacer. Pese a que aún no habían empezado ni con la grabación de su tercer álbum, apenas tenían un día libre a la semana.

—Joder, ya estamos así y eso que aún no empieza la gira… —se quejó Tony, tamborileando con sus grandes dedos sobre la mesa del salón.

—Solo serán tres semanas de entrevistas y fotografías aquí en Madrid y podréis tomaros un descanso para buscar piso. He visto algunos aquí, en la Capital, que podrían ajustarse bien a vuestras exigencias —dijo Carlos, rebuscando en su maletín todos aquellos datos que había conseguido reunir. Ed sintió entonces la mirada casi suplicante de Joel, quien era demasiado bueno como para adelantarse a pedir nada, y suspiró mientras se recolocaba las gafas.

—Carlos, no queremos un piso en Madrid. —Los claros ojos de su representante se fijaron directamente en el vocalista. Carlos era un hombre amable y comprensivo que a sus ya cincuenta años había visto y vivido de todo en el mundo de la música. Lo que más le gustaba a Ed de él era que siempre escuchaba y era capaz de empatizar con ellos y comprender sus situaciones. Por eso, pensaron, aquella petición no le parecería en absoluto descabellada pese a suponer un esfuerzo para todos—. Vivir en la Capital nos facilita los viajes para las giras, y nos ce que toda la promoción con los medios sea mucho más sencilla, pero de cara a la vida diaria es un coñazo. Cada vez que Joel o yo salimos a la calle, un ejército de jovencitas nos persigue. Y no digamos cuando Jacky posa un pie en cualquier lado. Agradecemos tener tantos fans, pero a la hora de hacer vida normal la capital es una putada.

—En verdad lo es cualquier ciudad grande —añadió la pelirroja, llevándose a la boca una fresa de un bol que ella misma se había preparado.

—¿Y qué proponéis entonces?

—Coger el piso en León. —La sonrisa de Carlos y cómo le miró arqueando la ceja le hizo ver que, por muchas excusas que le pusiera, sabía el verdadero motivo de aquella petición—. Sabemos que para muchos viajes tendríamos que venir antes a Madrid y luego viajar a donde necesitáramos, pero es una ciudad más pequeña y más tranquila que Madrid. Y sí, podríamos haber elegido otra, pero Leah está allí y Joel se pasa la vida lejos de ella.

—Yo mientras pueda tocar la batería sin que los vecinos me gruñan, me la sopla donde vivamos —añadió Tony. Por un momento Carlos les miró uno por uno, en silencio, como si estuviera balanceando los pros y los contras de aquella propuesta. Unos pros y unos contras que ellos ya habían analizado bien.

—¿Estáis totalmente seguros? —Los cinco asintieron a la vez y el manager no pudo más que sonreír, encogiéndose de hombros. No había más que hablar—. Está bien, el mes que viene, después de todas las promociones y el trabajo que tenéis en Madrid, iremos a León a buscaros un piso. Pero más os vale cumplir con vuestras obligaciones. Si no lo hacéis, os traigo de vuelta a todos de la oreja.

***

Aquel jueves había sido mucho más duro de lo que esperaba. Tras detener casi a última hora a un grupo de jóvenes que se habían dedicado a prender fuego a varios contenedores, había tenido que quedarse rellenando los papeles antes de irse a casa, lo que hizo que su hora de salida se retrasara. Había escrito a Anne avisándola para que no se preocupara y pidiéndole que llamara al restaurante chino de la esquina para que les subieran algo de cenar, pero aun así detestaba que le robaran aquellas horas. Tras cambiarse de ropa y despedirse de sus compañeros salió a la calle, mirando el reloj. Eran más de las diez de la noche. Se cerró bien el abrigo, se puso la bufanda y caminó tranquilamente por las iluminadas calles de León hacia su casa. Las calles estaban prácticamente desiertas a aquellas horas y, salvo algún bar o algún restaurante, todo estaba cerrado. Saludó a un par de vecinos que paseaban a sus perros y torció la esquina hacia su casa. Tenía ganas de llegar, quitarse los zapatos y pasar un rato con su hija.

Cuando por fin abrió la puerta, las risas y el olor a carne recién hecha salieron a recibirla, lo cual la dejó ligeramente descolocada. Anne salió de la cocina nada más oírla y se lanzó a sus brazos, con una sonrisa de oreja a oreja dibujada en sus labios.

—¡Mira quién ha venido, ma! —Besó la frente de su pequeña con amor antes de mirar hacia la puerta de la cocina, por la cual salía su ex marido limpiándose las manos en un trapo. Estaba tan guapo como siempre, con aquel porte regio al que cualquier ropa le sentaba bien, sobre todo un uniforme. Su torso, de músculos definidos, se adivinaba perfectamente bajo la sencilla camisa oscura que se había puesto, Se había afeitado, como era costumbre en él, y llevaba el castaño pelo un poco más largo y desordenado de lo que era habitual. Se mordió el labio mientras, durante unos segundos, sus miradas se sostuvieron. Era una pena, pensó, que no hubieran sentido aquella misma sensación de alegría cuando aún estaban casados.

—¡George! ¡No te esperaba hasta mañana! —Soltó a su hija y se acercó, tras cerrar la puerta de un taconazo, a abrazar al marine, quien la atrapó entre sus brazos con firmeza, aupándola un poco incluso. Aspiró su aroma, dejando que la envolviera, mientras depositaba un cariñoso beso en su mejilla.

—Yo tampoco esperaba venir hoy, pero acabamos antes las maniobras y nos dijeron que nos tomáramos el día libre, así que cogí el coche y me vine a León. —Cuando la hubo depositado en el suelo la hizo girar sobre sí misma, regalándole después una de aquellas sonrisas que en su juventud la enamoraron. Seguía siendo el mismo—. Estás preciosa.

—Eres un embustero, pero te acepto el piropo. —Rio, soltándose de él para poder quitarse el abrigo y dejarlo a un lado. —¿Habéis traído cena?

—¡Papá ha cocinado! —exclamó Anne, la cual se subió encima de su padre de un salto, el cual la cogió como si de una muñeca se tratara, echándosela al hombro para comenzar a hacerle cosquillas. La ´muchacha reía a carcajadas mientras ella, desde el perchero, les observaba con un regusto entre feliz y melancólico. ¿Por qué no había sido así antes? Dejó escapar un suspiro y, tras cruzar una mirada con George, se encogió de hombros.

—Bien, pues a poner la mesa y a cenar.

The Black RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora