Capítulo 11 (Parte 4)

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Cuando por fin llegaron al portal donde vivía Sheila, los tres suspiraron aliviados al ver que no había ningún periodista por allí. Ed sabía que ese puñetazo podría traerle problemas, pero no se arrepentía en absoluto. ¿Cómo se le pudo ocurrir a ese gilipollas agarrar así a una persona que, obviamente, caminaba dolorida? A veces tenía la sensación de que daban el título de periodista a los más estúpidos y a los más creativos, porque había que ver también las mentiras que a veces llegaban a inventarse. ¿Es que no se sentían ni siquiera un poquito mal cuando lo hacían? Cada día que pasaba dentro del mundo del famoseo ─como la gente lo llamaba─, más se daba cuenta de que era un mundo muy tóxico y que a veces era muy difícil no acabar dándose a la bebida para olvidar toda esa mierda. Bueno, a la bebida y a cosas peores. Por suerte, pensó entonces, él tenía un grupo de compañeros que habían sabido apoyarse los unos a los otros en las peores situaciones y, en esos momentos, también tenía a Sheila, que había resultado ser un viento fresco en su vida, una luz que había conseguido iluminar la oscura soledad de su ajetreada vida.

Con cuidado, ayudó a Sheila a salir del coche para que no hiciera mucho esfuerzo y, tras cerrar la puerta del copiloto y echar el seguro del coche, se dirigió con ella hacia el portal, el cual Anne ya tenía abierto para que pudieran pasar.

─Vale que me duela, pero no soy una inválida, Ed ─dijo Sheila mientras caminaban, manteniendo agarrado el costado. Le dolía bastante y estaba segura de que iban a ser unos días muy largos, pero no quería que la viera como una mujer débil. No era muy buena enferma.

─¿Quieres dejar que por una vez cuidemos de ti?

─Pero si puedo...

─Mamá, Ed tiene razón ─dijo Anne en cuanto la alcanzaron, apartándose lo suficiente para poder mantener la puerta abierta y que su madre y Ed pasaran─. Si no te cuidas puede ser peor y yo no quiero que estés malita.

─Cariño, si estoy bien, solo me duele un poquito. Puedo seguir...

─Sheila, no insistas. ─Por primera vez el vocalista se puso serio. Durante esas pocas semanas en las que había compartido tiempo e intimidad con ella, había logrado conocerla un poco y sabía que era una mujer fuerte e independiente, que le gustaba salir adelante por sus propios medios. Y la admiraba por ello. Sin embargo, aunque su orgullo no terminara de aceptarlo, tenía que dar su brazo a torcer y dejarse ayudar─. Mientras pueda, me quedaré aquí a echarte una mano. Y cuando tenga que irme, estoy seguro de que tanto Anne como Sheila o tu ex marido te ayudarán. Tienes que descansar y recuperarte cuanto antes, ¿de acuerdo?

Hubo un pequeño silencio entre los tres, un silencio que solo se rompió cundo Anne sacó las llaves del piso y abrió la puerta. Casi con resignación, la policía resopló y asintió mientras atravesaba el umbral, yendo directamente hacia el sofá, donde se sentó dejando a la vista, casi sin querer, que cada movimiento que hacía le dolía horrores.

─Está bien ─dijo por fin─. Pero no quiero que todo esto afecte a tu trabajo ni a los estudios de Anne, ¿de acuerdo? Si tienes que irte a hacer una entrevista, a un concierto o a lo que sea, vas. Sin peros y sin excusas. Y lo mismo va para ti, jovencita: que yo esté de baja y necesite un poco de ayuda no significa que puedas suspender. Y sabes que si suspendes inglés de nuevo, estarás castigada un mes.

─Vaaaaaaale ─dijo la jovencita entre risas, acercándose a su madre y sentándose a su lado─. Estudiaré inglés y no me pasaré las clases pasándome notitas con Sara.

─¡Anne! ─la regañó su madre, pero ella rio por lo bajo.

─¡Es broma, es broma! Jo, ma, como te lo tomas todo. Te prometo que no me quedaré mirando las musarañas y sacaré buena nota esta vez, ¿vale? ─Sheila sonrió, girándose hacia su hija para darle un par de besos en la mejilla. Aunque estaba en una época difícil, tenía que agradecer que Anne hubiera salido tan dulce e infantil. No sabría cómo lidiar con ella si se hubiera parecido mínimamente a ella en su juventud.

─Venga, anda, ve a hacer tus tareas que hoy toca noche de pelis ─dijo la policía, sonriendo.

─¡Vale! ¿Toca pedir pizzas y hacer palomitas a mogollón?

─Exacto, así que venga, tirando. ─La muchacha, tras asentir, se levantó del sofá, abrazó a Ed efusivamente, y corrió hacia su habitación. Sí, desde luego había tenido mucha suerte con Anne.

─Nada de pedir pizzas ─dijo Ed una vez la muchacha se fue, esbozando una sonrisa─. ¿Para qué pedirlas si puedo hacerlas yo?

─Ed, no tengo ingredientes para hacerlas, ¿eh? No me ha dado tiempo ni a ir a comprar. ¿Por qué te crees que hay noche de pelis? ─El vocalista sonrió, reclinándose hacia la policía tras acercarse y robándole un lento y dulce beso que a ella le supo a gloria.

─¿Y para qué me tienes aquí? ─susurró sobre sus labios─. Yo bajaré a comprar, subiré lo necesario para hacerlas y comeréis las mejores pizzas del mundo. ¿Te parece?

─¿Sabes que eres demasiado bueno para ser real? ─bromeó ella, incorporándose un poco para robarse un nuevo beso, aunque el tirón de las costillas la hizo sisear en cuanto se apartó.

─No hagas esfuerzos innecesarios, Sheila. ─Tras darle un nuevo beso se incorporó, cogió las llaves de la policía una vez esta le dijo dónde estaban y, tras sonreír y guiñarle el ojo, se puso las gafas de sol y salió de la casa tranquilamente.

Allí, sentada en el sofá, se quedó un instante mirando el techo. Tenía que reconocer que su vida había dado un giro muy grande en poco tiempo. Había pasado de ser una madre divorciada con un trabajo bastante peligroso ─porque el día que se presentó a las pruebas ya sabía a lo que se atenía al ser policía─ a tener en su vida a un muchacho más joven que ella, que era una delicia en la cama y que había trastocado su vida de muchas maneras. Tenía que reconocer que el tema del beso en las redes le había hecho más mal que bien, ya que su superior le había sugerido pocos días antes del incidente que se planteara tomarse unas pequeñas vacaciones hasta que el escándalo pasara. Y estaba segura de que en cuanto saliera a la luz lo del puñetazo al periodista sería peor. Sin embargo eso le daba igual, lo que pensara la gente no le importaba siempre y cuando su hija estuviera bien y ella pudiera seguir disfrutando de aquella pícara sonrisa que, aunque no lo dijera en voz alta, había robado su corazón.

The Black RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora