Salió del chalet como alma que lleva el diablo, llegando al lugar donde había quedado con Anne apenas veinte minutos después de su llamada. Se maldijo por vivir tan lejos del centro. Se detuvo en segunda fila, poniendo los intermitentes para avisar a los coches que llegaran detrás de que no tardaría en salir y se reclinó hacia la ventanilla del copiloto para ver si Anne había llegado. La vio parada en la acera, no muy lejos de donde había aparcado el coche, y hablaba animadamente con un muchacho que llevaba el uniforme de su misma escuela. Era un poco más alto que ella, de cabellos rubios y muy bien peinados y sonrisa encantadora. Conocía a ese tipo de chicos. Él había sido uno de ellos. Casi de manera inconsciente frunció el ceño y, tras bajar un poco la ventanilla, dio un par de bocinazos para avisar a la morena. Anne se giró y, en cuanto reconoció el coche, se despidió del muchacho con un inocente movimiento de mano, y corrió hacia el vehículo, abriendo la puerta del copiloto. Tenía las mejillas sonrosadas y una sonrisa radiante en los labios. Eso no le gustó mucho. ¡Sabía cómo eran los chicos a esas edades!
─Gracias por venir a buscarme ─dijo ella en cuanto cerró la puerta, acercándose a besar su mejilla antes de ponerse el cinturón de seguridad.
─¿Sabes cómo está tu madre? ─Arrancó el coche de nuevo en cuanto ella se puso el cinturón. Dejó pasar a un par de coches y enseguida se reincorporó a la circulación.
─Nicolás me ha dicho que está bien ─contestó ella. La observó por el rabillo del ojo y pudo ver como Anne parecía distraída. Al menos, pensó, eso dejaba claro que Sheila estaba fuera de peligro.
─¿Sabes cómo ha sido? ─insistió.
─No me ha dicho mucho, solo que estaba en el hospital porque la habían disparado. ¡Ah! Y que llevaba el chaleco puesto ─asintió a continuación. Eso terminó de relajar a Ed. Si su compañero había matizado que llevaba el chaleco, era porque había conseguido detener el disparo. Aun así estaba ansioso por llegar y poder abrazarla.
Durante un par de minutos ninguno dijo nada. Él permanecía atento al coche y Anne parecía distraída. Cuando se pararon en un semáforo se giró hacia ella y, arqueando una ceja, se atrevió por fin a preguntar.
─¿Quién era ese chico de antes? ─Anne dio un respingo y enseguida sus mejillas se pusieron tan rojas como el semáforo. <<Mala señal>> pensó él.
─Se llama Dani y es de mi clase. Es el que mejores notas saca ─dijo casi tímidamente, mirándose las manos─. También juega al fútbol, ¿sabes? Y es el delegado de clase. Y es muy simpático. ─La miró arqueando una ceja. Así que la pequeña Anne, la misma chiquilla que se había echado a llorar semanas antes al conocer a Joel, bebía los vientos por ese rubito de sonrisa perfecta.
─Bueno ─dijo por fin, arrancando el coche en cuanto la luz se puso verde─, al menos no es el malote de la clase.
Cuando llegaron al hospital, y pese a la gente que lo paró en el corto recorrido del aparcamiento a la puerta principal, no tardaron demasiado en llegar a la recepción donde dos mujeres, ya entradas en años, charlaban animadamente sobre las últimas noticias de sus ansiadas revistas del corazón. Como vio que, pese a esar delante de la ventanilla, no hacían mucho caso, Ed carraspeó para llamar su atención, lo que hizo que ambas, al reconocerlo, se quedaran mudas de la impresión.
─Disculpen, ¿saben dónde está Sheila Morgan? ─Ambas mujeres tardaron unos segundos en reaccionar. Cuando lo hicieron alzaron la voz un poco más de lo normal, llamando la atención de la gente que había más cerca.
─¡Sí, sí! Está en boxes, ahora mismo. Si esperan ahí sentados les llamarán en cuanto puedan pasar. ─Ed inclinó la cabeza a modo de agradecimiento, rodeando los hombros de Anne y llevándola hacia un par de asientos libres. No había mucha gente esperando a ser atendidos ahí fuera, así que supuso que no tardarían demasiado en llamarlos.
Y no se equivocó. Apenas diez minutos después de haber llegado ─minutos que se habían hecho eternos por el silencio y las curiosas miradas que los apuntaban a ambos─, una enfermera de mediana edad, y con pinta de ser bastante estricta, atravesó las puertas que separaban las urgencias de la sala de espera y, tras repasar su carpeta, miró hacia los presentes.
─¿Familiares de Sheila Morgan? ─Anne se levantó como un resorte; incluso casi se tropezó consigo misma al dar el primer paso. Él se levantó detrás, caminando ambos hacia la mujer─. Síganme.
El olor a desinfectante era más intenso de puertas para dentro. Puede que fuera no hubiera mucha gente, pero allí dentro, tumbados en las camillas o sentados a la espera de ser llevados a hacerse pruebas sí que había bastante gente. Las enfermeras y los médicos iban de acá para allá, sin parar un momento. La diferencia entre la tranquilidad de la sala de espera y el ajetreo de allí dentro era abismal. La enfermera se detuvo, por fin, delante de una cortina cerrada. Tras ella pudieron escuchar claramente la voz de Sheila. Y por el tono que usaba, estaba perfectamente.
─¿Quiere dejar que me vaya de una vez? ¡Le he dicho que estoy perfectamente! ─exclamó ella. Cuando la enfermera abrió la cortina, Anne y él pudieron ver como el médico, con cara de circunstancia, intentaba que la policía se quedara tumbada en la camilla. No tenía mal aspecto, pero no le pasó desapercibido que parecía sujetarse el costado con una mano.
─Señora Morgan, ha recibido un balazo y...
─¡Y estoy bien! ¡Si ni siquiera me ha herido! ─se quejó de nuevo. El sonido de la cortina pareció llamar su atención, porque se giró de golpe hacia allí, sonriendo al verlos a los dos. Anne corrió hacia su madre, abrazándose a ella. Él, aliviado de verla con tanta energía, aprovechó para acercarse al doctor.
─¿Qué le ha ocurrido?
─Llegó aquí tras recibir un disparo en el abdomen. Por suerte llevaba el chaleco antibalas y no ha sido nada muy grave ─comenzó a explicar el médico─. Tras el examen preliminar creemos que tiene al menos una costilla rota, pero hasta que no tengamos los resultados de las placas no podremos decirlo.
─Bueno, pues me mandan los resultados a casa y listo ─dijo Sheila, poniendo una mueca de molestia cuando se recolocó en la camilla.
─Señora Morgan, tenemos que saber exactamente lo que tiene para que su hija y su marido estén pendientes de usted. ─¿Marido? Esbozó una media sonrisa, pero no corrigió al doctor. Total, ¿qué más daba lo que fuera? ─. Una costilla rota puede ser muy peligrosa.
─Está bien ─se resignó ella, resoplando. Ed, entre risas, se acercó a ella, tomándola de la mano libre─. Pero en cuanto estén los resultados, me voy para mi casa. No me gustan los hospitales.
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The Black Rose
RomanceAVISO: Esta historia es para mayores de 18 años. La historia puede contener escenas de sexo explícito en algunas de sus partes. A sus 35 años Sheila es una mujer feliz, una gran policía, una mujer independiente y madre de una enérgica adolescente. D...