Capítulo 12 (Parte 2)

2.1K 174 6
                                    

Tal y como había dicho Ed, a las cinco de la tarde sonó el telefonillo de la casa y Anne salió corriendo a cogerlo. Sheila, que estaba sentada en el sofá con Ed viendo una serie, arqueño ambas cejas al ver que su pequeña se había arreglado. Tras la comida, por lo visto, decidió quitarse el vaquero y la camiseta que llevaba para ponerse una de sus faldas escocesas con varias capas de tul y una bonita blusa de color blanca y adornos en rojo, cuyas mangas eran traslúcidas. Estaba muy guapa, la verdad.

─¿No vienen sus amigas? ─preguntó en un susurro a Ed, curiosa.

─Eso me dijo. Aunque a lo mejor viene el chico ese con el que la vi hablando. ¿Sabes esa mirada que se le pone a Leah cuando ve a Joel? Pues tenía la misma. ─Asintió el vocalista, mirando también hacia la puerta donde Anne, con la puerta abierta ya, esperaba nerviosa la llegada de sus compañeros─. Yo creo que el chico le gusta mucho. A ver si va a tener que presentártelo como tu yerno.

─Eres una Marujilla, yogurín. ─Rio ella, agarrándole de la mejilla y tirando un poco de ella para chincharle. Él, entre risas y como broma, giró el rostro para atrapar sus dedos con los dientes, riendo también después.

La primera en entrar por la puerta fue Sara, que tras abrazar a su amiga, entró corriendo a dejar la mochila en una silla y a saludar a Sheila. Ella se levantó, dándole un par de besos a la muchacha.

─Gracias por dejar que estudiemos aquí, Sheila. Prometo que no haremos mucho ruido. ─Con una tímida sonrisa miró a Ed, poniéndose como un tomate. Sheila, que lo vio, rio por lo bajo y le hizo una señal al muchacho para que se levantara.

─Nada, hija, ya sabes que estás en tu casa. Ed, mira, esta es la mejor amiga de Anne. Se llama Sara. ─Cuando Ed se acercó a darle dos besos a la chica, esta no supo bien cómo responder. Tenía delante a su cantante favorito. Y no encima de un escenario o detrás de una mesa firmando, sino de pie, en ropa de estar por casa y con el pelo despeinado. ¡Y aun así estaba guapísimo!

─¡Hola Dani! ─la exclamación de Anne hizo que tanto Ed como Sheila miraran a la puerta automáticamente. Allí, la jovencita sonreía, con un claro rubor en las mejillas, a un muchacho alto y de sonrisa encantadora que se rascaba la nuca mientras contestaba al saludo.

─Hola Anne. Gracias por dejarnos tu casa para el trabajo.

─¡No pasa nada! A mi ma no le importa. Pasa. ─Cuando la chiquilla se apartó, el muchacho entró a la casa, girándose hacia la pareja y su otra compañera al sentirse observado─. Ma, Ed, este es Dani, es un compañero de clase.

─Encantado, señores. Y gracias por acogernos. Esperamos no molestarlos ─dijo educadamente el chico. Sheila, que no estaba acostumbrada a tanta educación por parte de un chiquillo como él, soltó una pequeña risa e hizo un gesto con la mano para restarle importancia.

─Trátame de tú, que aún soy joven. Y nada, tú como en tu casa, de verdad. Podéis poneros ahí en la mesa grande que nosotros no os molestamos ─dijo con una sonrisa. Ed miraba fijamente al muchacho, como si le escudriñara, así que cuando Sheila le vio la cara, tiró de su mejilla con dos deditos, llamando así su atención─. Va, deja de embelesar a la muchacha y siéntate, que tienen tareas que hacer.

─Sí, sí ─asintió─. Si queréis algo me lo pedís, que Sheila no está para muchos trotes.

─¡Oye, que no estoy tan vieja, joder! ─exclamó esta, lo que hizo reír a los tres jovencillos.

─¿Es verdad que te dispararon? ─preguntó Sara tras volver con su amiga y sentarse en su sitio. Sheila, con una pequeña risita, tomó de nuevo asiento en el sofá y asintió.

─Sí, pero llevaba el chaleco, así que no fue nada grave.

─Jo, qué guay es tu madre Anne ─dijo dirigiéndose a su amiga─. De mayor quiero ser policía como ella. O bombera, eso también molaría mucho.

─Pues además de estudiar vas a tener que prepararte físicamente, Sara. Así que ya sabes: ¡a ponerte en forma! ─Sonrió, guiñándole el ojo. La chiquilla, animada, asintió también.

─Ese es el chico que te decía ─dijo Ed una vez se sentaron, mirando de reojo hacia la mesa─. Es con el que estaba hablando. Yo creo que a tu niña le gusta, ¿eh?

─Ed, ¿desde cuándo eres tan cotilla? ─preguntó la policía entre risas, acomodándose cuando él pasó el brazo sobre sus hombros.

─No soy cotilla, solo te informo. Eres su madre, ¿no? Tendrás que saber estas cosas.

─Ay, mejor no sepas cómo era yo a esas edades ─contestó entre risas─. Anne es muy buena chica, y lo suficientemente madura como para saber lo que se hace. ¿Qué le gusta ese chico? De ahí a que salgan hay un mundo, cariño. Y si salen, yo estaré ahí tanto si les va bien como si les va mal. Pero no me parece un chico por el que hacer saltar la alarma.

─Yo era así en mi época de instituto.

─Y mírate ahora: guapo, exitoso, un rompe corazones, yogurín.

─Ese es el problema, Sheila ─dijo completamente serio─. Yo no he sido nunca de tener una pareja estable. Estaba con una chica y, cuando me cansaba, la dejaba y buscaba otra. Y no creo que quieras eso para Anne. Yo no quiero eso para Anne. ─Ella, enternecida, giró el rostro hacia él, alzando una de las manos para acariciar su rostro y obligarle a que la mirase.

─A todos nos han roto el corazón alguna vez y de eso hemos salido. Si la protejo ahora miso contra todo, quizá me odie. Y no solo eso, sino que los golpes del futuro serán peores. Quizá te suene raro, o cruel, pero el sufrimiento es parte de nuestro aprendizaje en la vida. Si no nos caemos al saltar en un banco, no sabremos que una caída desde esa altura nos puede raspar las rodillas. Si no suspendemos un examen, nunca sabremos lo que es no cumplir nuestras expectativas. Y si no nos rompen el corazón, nunca sabremos lo dichoso que se es cuando amamos y somos correspondidos.

─¿De verdad lo ves así? ─preguntó curioso.

─Míralo de este modo: Si no me hubiera casado con George, no hubiera tenido a lo más bonito de mi vida. Y si no hubiera tenido a Anne, no te habría conocido. ¿No crees que han merecido la pena las pequeñas piedras del camino viendo el resultado? ─Él, con una sonrisa, acarició el rostro de la mujer y besó sus labios. Desde luego esa mujer era capaz de sorprenderlo cada día un poco más. Y eso le encantaba.

The Black RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora