Capítulo 2 (Parte 4)

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Por fin había llegado el día y Anne no había parado de correr de un lado a otro de la casa. Había probado varias combinaciones de ropa buscando la mejor para aquel concierto que tanto tiempo llevaba esperando, e incluso le había pedido a su madre que la maquillara para parecer un poco más mayor. Sheila no pudo evitar sonreír ante la petición de su hija, ni pudo negárselo. Ella había sido igual a su edad. De hecho, ver a su pequeña tan nerviosa por ver en directo a su grupo favorito había conseguido despertar viejos recuerdos que jamás revelaría, como el hecho de que mintió a sus padres para poder ir a su primer concierto con dieciséis años. Sus padres se habían enterado, claro estaba, y la habían castigado dos semanas sin salir. Y aunque las había sufrido, habría vuelto a escaparse tan solo para ver a aquellos chicos que conseguían quitarle el hipo en su adolescencia. Y más de una locura había hecho en su juventud.

─¿Así voy bien, ma? ─Se giró hacia su hija y sonrió ampliamente al verla. Se había vestido con una falda escocesa con forro de tul, lo que le daba un poco más de cuerpo, una camiseta negra con cuello de barco, en colores oscuros y con una enorme calavera en el frente, y unas medias negras roídas, lo que le daba un aspecto salvaje y desaliñado. Por suerte, pensó, como calzado había elegido unas botas sin tacón, lo que le ahorraría el dolor de pies. 

─Estás preciosa, cariño. ─Sheila se acercó hacia su hija, sonriendo, acariciando sus mejillas en cuanto llegó hasta ella. Sintió ganas de llorar. ¡Su hija estaba creciendo! Y parecía que hacía horas que la había tenido entre sus brazos, rosadita y rechoncha, berreando de hambre. Sin embargo ahí estaba, con trece años, vestida como una mujercita, esbelta y delgada como un junco, tan alta como ella pero con las curvas menos desarrolladas. En cuanto terminara de desarrollarse, pensaba constantemente, su hija sería una preciosidad. Su carita de niña traviesa, sus mejillas llenas de pecas y sus aviesos ojillos pronto llamarían la atención de más de un muchacho. Si no lo habían conseguido ya.

─¿Tú qué te vas a poner? Porque como te vistas como la mamá de Carla... ─Sheila soltó una carcajada. No era muy dada a los trajes de chaqueta ni a la ropa demasiado formal. La rebelde que dormía en su interior clamaba constantemente por hacerse ver, y aquella no era mala ocasión.

─¿Tú quién te crees que es tu madre? Ay, cariño, espera que no llame yo la atención de uno de esos mozos a los que tanto idolatras en vez de tú.

─¡Ma! ─se quejó Anne, provocando que la mujer volviera a soltar una carcajada.

─Va, péinate y llama a tus amigas que vayan viniendo. Yo estaré lista en nada.


Una hora después Sheila tenía a tres adolescentes cantando a gritos en la parte trasera de su coche. Finalmente había optado por ponerse unos vaqueros negros y un corset de cuero con cuello de camisa y sin mangas que realzaba sus caderas y su pecho. Al contrario que su hija, ella si se había puesto unas botas de tacón alto y se había recogido el pelo en una sencilla cola de caballo. Anne pareció sorprendida al ver así a su madre, pero su aspecto no le desagradó. Posiblemente, pensó, de aquel modo parecía más su hermana mayor que su madre. Ventajas de haberla tenido tan joven.

Las muchachas reían, cantaban y cotilleaban acerca de cuál de los chicos era más guapo y cuál de las chicas vestía mejor. Por lo que pudo escuchar, el tal Joel era más popular, ganando dos a uno a otro chico llamado Ed, mientras que todas coincidían en que Rina tenía un vestuario "más cuqui" que su compañera. Sonrió, observándolas a través del espejo retrovisor. 

─Sheila ─dijo de pronto Sara, la mejor amiga de su hija, apoyándose con el asiento delantero para poder mirarla─. ¿Tú cuál crees que es más guapo de los chicos? ─La mujer paró el coche en el semáforo, mirando a la chiquilla a través del espejo. Había visto varios posters en la habitación de su hija, y alguna que otra vez les había visto por la televisión, pero tampoco se había fijado mucho en ellos. Sabía que había tres chicos, dos muy jovencitos y apuestos y otro bastante más grandote, con más musculatura que su ex marido, además de dos muchachas, las dos muy monas por lo que podía recordar. Pero tampoco podía decir eso a aquel mar de hormonas juveniles.

─Pues... el cantante es muy guapo, ¿eh? Creo que me quedo con él.

─Carla dice que tiene un culito muy bonito ─se burló Anne, entre risas, mientras la otra muchacha comenzaba a ponerse roja como un tomate.

─¡E-eso no es verdad!

─Sí que lo es ─canturreó Sara, comenzando de nuevo el jolgorio en la parte trasera del coche. Sheila rio a carcajadas, volviendo a reanudar la marcha, ya acercándose al Palacio de Deportes de León para aparcar por las cercanías.

─Pues yo estoy con Carla ─dijo finalmente la mujer, echándole un cable a la muchacha─. Ese chico tiene un culo precioso. 

─¡Ma, no digas eso! ─exclamó Anne. Las risas volvieron a sonar en el interior del vehículo, incluida la suya. Estaba segura de que iba a ser una noche muy divertida. Lo que Sheila no sabía aún era que aquella noche sería el principio de una nueva etapa en su vida.


The Black RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora