Nunca había visto a su hija tan nerviosa como aquel día. Se había levantado a las nueve de la mañana y desde entonces no había parado de sacar conjuntos de ropa al salón para ver cuál era el más adecuado para una situación tan especial como aquella. Edward no pasaría a buscarlas hasta las doce, con lo cual Anne tenía unas cuantas horas para decidir qué modelito lucir. Mientras tanto Sheila, que se había visto obligada a madrugar por el jaleo que montaba su pequeña abriendo y cerrando armarios y cajones, aprovechó para darse una larga y relajante ducha antes de vestirse. Ella no necesitaba pensar mucho en lo que se pondría: cogió unos vaqueros negros, una camiseta de cuello de barco gris, de manga larga, con la cabeza de un lobo gris ocupando la mayor parte del frente de la misma y se echó al hombro la cazadora de cuero con tachuelas en el cuello, la cual solo se pondría si se hacía muy tarde para volver.
León había amanecido aquel día con un sol radiante, anunciando ya la subida de temperaturas por la primavera. Aunque no podían relajarse y empezar a sacar la ropa de verano, las frías temperaturas del invierno estaban dando por fin un respiro a los habitantes de la ciudad, dejándoles colgar por fin los gruesos abrigos tras la puerta de sus casas. Sheila dejó la chaqueta sobre el respaldo de una silla en la salita, observando con ambas cejas arqueadas como su hija lanzaba otro conjunto al montón de desechados. De repente la jovencita se giró hacia su madre, con la boca abierta al verla ya preparada.
─¡¿Cómo lo haces?! ─preguntó, entre nerviosa y algo enfadada. Sheila no pudo evitar reír por lo bajo. Verla de aquella guisa hacía que recordara sus años de juventud, aquellas primeras citas con George en las que, como ella, no sabía que ponerse. Pese a haberse conocido en un gimnasio y haberse visto medio despeinados, sudorosos y en chándal, tardó más de cuatro horas en prepararse para su primera cita formal. Sí, desde luego su hija había salido tan coqueta como ella en ese aspecto.
─Con el paso de los años aprendes a combinar casi por instinto ─bromeó. En verdad es que ella ya tenía ciertos conjuntos que nunca cambiaba ya que le gustaba su combinación, así que cuando elegía una prenda, ya sabía lo que iba detrás─. Vamos a ver, ¿te puedo echar una mano, cariño?
─Ay, ma, es que me da vergüenza que me ayudes ─dijo la morenita, mirando hacia otro lado─. No sé, eres mayor, y... y seguro que me buscas algo viejo.
─¿Te parezco tan fuera de onda?
─¡Ya nadie dice eso, ma! ─se quejó la muchachilla, hinchando los mofletes ligeramente. Pero Sheila, lejos de hacerle caso a su hija, se acercó con paso firme hacia donde estaba, comenzando a rebuscar entre toda la ropa que tenía. Desde luego Anne había pasado por muchos estilos en los dos últimos años, posiblemente buscando una identidad con la que sentirse más cómoda. Fue desechando todo aquello que le parecía demasiado oscuro, o con colores demasiado contrastados. Aparto los vaqueros y las camisetas más infantiles, presuponiendo que yendo a conocer a sus artistas favoritos del momento no querría parecer muy infantil.
─Creo que acabo de encontrarlo. ─Con una sonrisa, Sheila alzó un bonito vestido de vuelo negro, con tul bajo la falda para levantarla un poquito más. Iba atado al cuello con un par de tiras de la misma tela del vestido y se ajustaba perfectamente a las formas de la adolescente, remarcando su pecho al llevar escote en forma de corazón─. Tendrás que ponerte una chaqueta encima para salir, pero dentro de la casa seguro que se está bien.
─No había pensado en este vestido ─dijo la muchacha, cogiéndolo entre sus manos.
─Debajo ponte unas medias de rejilla, las que te regalé por el cumpleaños pasado, que no te las has puesto ni una sola vez. Y como calzado los botines con tachuelas. Verás qué bonita vas. ─Anne y Sheila se miraron un instante, hasta que la muchacha, sonriendo, asintió con firmeza, saliendo a la carrera hacia la habitación para buscar las medias. Tan solo necesitaba sentirse segura con un conjunto completo. Posiblemente la pobre se había pasado más de una hora intentando conjuntar camisetas con faldas o pantalones que, al final, no lograban convencerla.
Pocos minutos después de las doce, el timbre de la casa rompió el silencio. Anne, ya preparada del todo, corrió a coger el telefonillo antes de que Sheila pudiera llegar.
─¿Si? ¿Quién es?
─Soy Ed. ¿Estáis listas? ─dijo el muchacho al otro lado del aparato. Anne rio por lo bajo, ligeramente nerviosa, mientras asentía repetidas veces con la cabeza.
─¡Sí! Cogemos las cosas y bajamos enseguida.
─Va, os espero aquí. ─La jovencita colgó, corriendo hacia la silla donde había dejado preparada la chaqueta de punto y su bolso con forma de cabeza de osito, dentro del cual llevaba todos los discos del grupo y su móvil a tope de batería y con la memoria suficiente como para hartarse de hacer fotos si hiciera falta. Se giró hacia su madre con la intención de meterle prisa, pero cuando la vio con la cazadora ya puesta y el bolso colgado del hombro tuvo que cerrar la boca y sonreír.
─Ya ibas a gritarme que no tardara, ¿eh? ─Anne se sonrojó ligeramente, enredando los dedos de ambas manos, cosa que dejó de hacer cuando su madre la abrazó, besando su cabeza suavemente─. Hoy te perdono, pero vas a tener que quitarte la manía de ser tan mandona, que me recuerdas a tu padre con las prisas.
─Perdooooooooona ─dijo ella, riendo luego por lo bajo antes de salir corriendo hacia la puerta, saliendo la primera. El tramo de bajada de las escaleras se le hizo eterno, era como si nunca se acabaran. Pese a haber pasado bastantes horas con Ed el día anterior, aún le costaba asimilar que fuera él, y mucho más que encima fuera a conocer al resto de la banda. Cualquier fan lo daría todo por aquella oportunidad.
Sheila bajó tras ella con paso tranquilo, asegurándose de que la puerta estaba bien cerrada antes de guardar las llaves. Una vez llegó al portal le vio y no pudo evitar esbozar una sonrisa. Para variar, aquel yogurín estaba para comérselo. Los vaqueros desgastados que llevaba le daban un toque rebelde mientras que la camiseta blanca bajo la cazadora remarcaba su musculado torso. Llevaba el pelo despeinado, como de costumbre, y unas grandes gafas de sol que al menos ayudaban a despistar a la mayoría de la gente. Estaba haciendo girar a Anne sobre sí misma, diciéndole lo guapa que iba, cuando alzó la cabeza y sus miradas se cruzaron. Fue como si el corazón se le saltara un latido, como si por un momento su simple mirada la hubiera hecho colapsar. Le dedicó una amplia sonrisa, algo comedida por si acaso, ya que en una calle tan concurrida y a plena luz del día no sabía cómo debía comportarse con él, pero Ed se acercó, estrechando el espacio que los separaba y, tras agarrar su cintura, se lanzó a besar sus labios corta pero intensamente, lo cual la dejó bastante descolocada. ¿Es que no temía que pudieran reconocerlo?
─Hoy estás para comerte, Sheila ─susurró de manera íntima, manteniéndola pegada a él unos instantes más. Sheila rio entonces, negando, antes de robarle un corto beso ella misma antes de separarse de él.
─Como me metas en líos por esto te enteras ─dijo la policía, abriendo la puerta del coche para que Anne pasara a la parte de atrás. Ed soltó una carcajada, mirándola a través de sus gafas de sol y encogiéndose de hombros.
─Si eso pasa ya veremos cómo nos las apañamos, ¿no? ─Y sin decir más se metió en el coche, en el asiento del piloto, mientras ella lo hacía a su lado, poniéndose el cinturón. Sin darse cuenta, aquel joven cantante estaba empezando a trastocar su vida. Y aún no era consciente de cuánto lo haría.
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The Black Rose
RomanceAVISO: Esta historia es para mayores de 18 años. La historia puede contener escenas de sexo explícito en algunas de sus partes. A sus 35 años Sheila es una mujer feliz, una gran policía, una mujer independiente y madre de una enérgica adolescente. D...