No soportaba eso de no poder moverse. Cada vez que hacía cualquier esfuerzo, por mínimo que fuera, el dolor de las costillas era casi insoportable. Y eso que tan solo llevaba un par de días de recuperación. ¡Le quedaban al menos dos semanas! Pese a eso tenía que reconocer que tener en casa a Ed era una delicia. No solo estaba mejorando física y anímicamente gracias a sus comidas ─no podía negar que el chico iba para cocinero─ sino que se dedicaba en cuerpo y alma a cuidar de ella. Un par de veces se preguntó si lo hacía más por compensar todo lo sucedido con Rina o porque realmente estaba preocupado por ella, pero cuando la miraba y le dedicaba una de sus medias sonrisas, o besaba sus labios con pasión, todas sus preguntas se disipaban. ¿Qué más daba?
Ese viernes, después de comer y mientras Anne se echaba la siesta, Sheila decidió intentar darse una ducha ella sola pese a la insistencia del cantante de que no lo hiciera. Aceptaba que la ayudara con ciertas cosas, pero con su higiene prefería que no lo hiciera. ¡Se sentiría como una vieja! Y ella estaba herida, pero seguía siendo toda una mujer de bandera. ¡Y que alguien dijera lo contrario! Aunque al principio fue algo complicado ─y sobre todo molesto─ tener que ducharse sola, no se las apañó tan mal. Pudo lavarse el pelo y el cuerpo sin mucha dificultad y además sentir el agua caliente cayendo sobre su cuerpo la relajó. Sí, desde luego tomarse sola esa ducha era algo que le estaba viniendo de perlas.
En cuanto salió, se puso el albornoz por encima y se cepilló bien el cabello para quitarse mejor los enredos estando mojado. Se quitó el exceso de agua dándose un poco con el secador y, una vez lista, salió del baño. Ed estaba sentado en la cama solo en vaqueros, con las gafas puestas y la vista centrada en una pequeña libreta que tenía sobre el muslo. No pudo evitar sonreír al verle. ¡Si es que era un bombón! Y era su bombón, cosa que le gustaba todavía más. Vamos, más de una compañera ya había dejado caer que era una tía con suerte. Y lo sabía, solo que para ella la suerte de verdad no era tener un novio más joven que ella y tan atractivo y guapo como él, sino tener a alguien que se estaba desviviendo de aquella manera por ella tras unos pocos meses compartiendo su vida. Tenía suerte de tener a alguien que la miraba con esos ojos brillantes que parecían fascinarse con cada movimiento que ella hacía, de tener sus besos, sus susurros, sus canciones para ella. Sí, era muy afortunada.
─¿Ya acabaste? ─La voz de Ed la sacó de sus pensamientos y asintió con un suave movimiento de cabeza─. ¿Te ha molestado mucho o...?
─Tranquilo ─dijo cortándole a la vez que se acercaba hacia la cama, tomando asiento a su lado─, no ha sido para tanto. Me tira bastante, pero puedo ducharme sola con cuidado.
Ed se levantó de la cama, con una sonrisa, y se colocó delante de ella, tirando del cinturón del albornoz para desabrochárselo. Ella, sonriente, arqueó ambas cejas, dejando al muchacho hacer. Sintió sus manos posarse en sus rodillas y ascender lentamente por sus muslos, abriendo a su paso la prenda para descubrir su cuerpo. La piel se le erizó cuando sus dedos rozaron sus costados. Aún tenía el enorme moratón que le había dejado el impacto de bala, pero ni siquiera sintió dolor cuando el muchacho la rozó. El albornoz no tardó en caer sobre la cama, justo en el mismo instante en el que él besaba sus labios con ternura.
─No te muevas ─susurró al separarse. Ella, totalmente embelesada por su trato, siguió en silencio los movimientos de su yogurín, el cual fue directo a los cajones para sacar unas braguitas limpias para ella, unos leggins con agujeros, muy rockeros, que sabía que la policía adoraba, y una camiseta de cuello de barco gris, ancha, y con una calavera con rosas estampadas en la parte frontal. Iba a vestirla.
─¿De verdad? ¿Cómo a los niños? ─se burló ella. Pero él solo sonrió, en silencio, mientras se acercaba a ella.
Cuando se arrodilló y tomó su pie para colarlo por el agujero de las braguitas, ella soltó una pequeña risotada. Sus ojos se posaron en los de él, que la miraba casi con adoración desde su posición. Sus labios se acercaron a su rodilla, la cual besó tiernamente, haciendo lo mismo luego con la otra pierna. Sin dejar de mirarla, comenzó a subir las braguitas lentamente, acompañando su recorrido con suaves besos y traviesos mordiscos que hicieron que su temperatura comenzara a subir. La tela de la ropa provocaba un suave cosquilleo en su piel, mientras que sus besos de Ed arrancaban leves gemidos de sus labios. ¿Cómo podía conseguir una reacción así mientras la estaba vistiendo? ¡La estaba volviendo loca! A medida que él ascendía, ella, inconscientemente, iba echándose hacia atrás, quedando finalmente tumbada y a su merced. Con ternura, el cantante besó su monte de venus y delicadamente le colocó por fin la braguita. Siguió ascendiendo lentamente con sus besos, pasando por su ombligo, de ahí a su estómago y a sus pechos, los cuales beso con devoción y cariño, antes de acabar en sus labios.
Sheila le besó con pasión. Tenía el corazón totalmente desbocado, sentía arder sus entrañas, la humedad creciendo entre sus piernas. La había excitado mientras la vestía. ¡Y eso que tan solo le había puesto las braguitas! Por un segundo estuvo tentada a suplicarle que se las arrancara y que la hiciera suya allí mismo, pero Ed, que parecía leer su mente, soltó una risita entre besos y se separó, acariciando con los dedos su mejilla.
─Cuando te recuperes, preciosa, me aseguraré de que no podamos levantarnos de la cama en dos días. Pienso saciarme de ti hasta morir de placer.
─Joder... ─Se le escapó junto con un gemido. Llevaba varios días conviviendo con él, sin poder hacer nada, y la tentación era muy grande. ¿Por qué tendría que haberla disparado aquel malnacido?
─Guárdate las fuerzas y los gemidos para cuando estés recuperada. Ahora levántate y deja que te ayude a terminar de vestirte. Anne ha dicho que iban a venir unos compañeros a hacer un trabajo y no quiero que algún adolescente salido pose sus ojos en algo que me pertenece. ─Le guiñó el ojo, sonriendo, y ella no pudo evitar reír. Nunca le habían gustado los hombres posesivos, de hecho George nunca lo había sido, pero ese pequeño arrebato casi infantil de Ed había sido de lo más adorable.
─Ya verás cuando me recupere, yogurín. Voy a dejarte seco.
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The Black Rose
RomanceAVISO: Esta historia es para mayores de 18 años. La historia puede contener escenas de sexo explícito en algunas de sus partes. A sus 35 años Sheila es una mujer feliz, una gran policía, una mujer independiente y madre de una enérgica adolescente. D...