Capítulo 4 (Parte 4)

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Era consciente de que Toñi nunca la había tragado, aunque no sabía exactamente por qué. Al principio todo parecía ir muy bien entre ellas, le pareció una compañera la mar de agradable y le gustaba pasar sus descansos con ella y otras tantas enfermeras en la cafetería. Pero poco a poco las cosas cambiaron, y aunque al principio a Leah le parecía que los tajantes cortes que le daba la leonesa eran pura casualidad, a medida que se fueron haciendo más y más constantes fue dándose cuenta de que, por alguna razón, le gustaba humillarla ante las demás. Las contestaciones, los desplantes y la constante manía de intentar quedar por encima de ella hicieron que, finalmente, Leah acabara por descolgarse de aquel grupo, quedándose tan solo con Patricia y otros cuantos compañeros del turno de noche. Pero nunca pensó que pudiera llegar hasta aquel extremo. ¿Tanto la odiaba? Cogió aire lentamente, le dio al botón de borrar las notificaciones en el móvil y lo guardó de nuevo en el bolso. Lo mejor era no darle mucha importancia.

El resto de la mañana pasó como todas las demás. Se centró en su trabajo para no darle vueltas al asunto de las redes, y aunque en un par de ocasiones sintió en su espalda las miradas de algunos compañeros, junto con alguna que otra risita mal disimulada, al menos no escuchó nada que alterara mucho su estado de ánimo. Si conseguía pasar aquel día sin problemas, el resto sería pan comido. Así que cuando llegó la hora de comer cogió su móvil y la cartera de su taquilla, la cerró como siempre y bajó hacia la cafetería donde había quedado con sus amigas.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso de abajo, donde se encontraba la cafetería, pudo ver a Toñi con otras dos compañeras dirigiéndose hacia ella. Cogió todo el aire que le entró en los pulmones y salió hacia el pasillo, intentando mantener la misma seguridad de siempre. Les dedicó un educado saludo y una sonrisa, pasando junto al lado de ellas, esperando que aquel momento incómodo no llegara a más.

─¿Habéis visto cómo se pavonea la diva? ─dijo Toñi, lo suficientemente alto para que Leah pudiera escucharla.

─Claro, como ha cazado un buen partido se pavonea delante de todo el hospital ─dijo otra de sus compañeras, siguiendo con el machaque. Leah apretó los puños, acelerando el paso y aguantándose las ganas de girarse a gritarles de todo a la cara.

─¡Tranquilas, le durará hasta que encuentre a uno con más dinero! ─dijo la tercera, rompiendo las tres a reír a carcajadas a continuación. Leah estaba a punto de echarse a llorar cuando escuchó, justo a su espalda, otra voz que se alzaba, esta vez en su defensa.

─¡¿Tan triste es vuestra vida que tenéis que inventar la de otros?! ¡Compraos un vibrador a ver si se os bajan los humitos! ─Patricia había llegado como un soplo de aire fresco, con aquel genio del que hacía gala. Las tres enfermeras se miraron entre ellas, volvieron a reír y se montaron en el ascensor, dejando atrás a las dos mujeres─. ¿Todo bien, Leah?

─Sí, tranquila... ─mintió, esbozando una leve sonrisa. No quería ser una carga para Patricia. Se giró para abrazarla y besar su mejilla, agradecida, antes de cogerse a su brazo y tirar de ella─. Vamos, quiero presentarte a alguien que conocí en el concierto.

─¿La conoces del concierto y ya quedas a comer y todo con ella? Tía, a ver si va a ser una loca o algo.

─¡Que va! No sé, me dio buenas vibraciones. Por lo que me dio a entender creo que es guardia de seguridad. Ya verás, te va a caer muy bien.

Las dos amigas caminaron hacia la cafetería., intentando dejar atrás aquel desagradable suceso. En cuanto traspasaron la puerta dieron con la figura de Sheila, la cual esperaba de pie en la barra, tomando una cerveza, vestida con el uniforme de policía. Leah se había equivocado, aunque no mucho. Así vestida, pensó, imponía mucho más, y sin duda daba la impresión de ser una mujer fuerte, decidida y con la que era mejor no meterse. En cuanto sus miradas se cruzaron, la policía esbozó una amplia sonrisa y se acercó hacia ella, estrechándola entre sus brazos. Aquel abrazo, más maternal que los de Patricia, le resultó reconfortante.

─Me alegra verte tan bien ─dijo Sheila, soltándola para cogerla de las mejillas y obligarla a mirar sus ojos. Más o menos eran de la misma altura, así que no tenía que levantarle mucho la cabeza─. ¿Todo bien?

─Así que te has enterado...

─Tengo una hija de trece años que babea por tu novio. ¿Tú qué crees?

─¡Coño! ¿Esta lo sabe? ─Las dos se giraron hacia Patricia, que había quedado en un discreto segundo plano apenas unos segundos─. Uy, perdón. Soy Patri, una compañera de Leah.

─Encantada, yo soy Sheila. ─Tras los dos besos de la presentación y un par de frases más de cortesía, las tres tomaron asiento en una de las mesas, dispuestas a comer. Y aunque Leah fue un poco discreta con el tema de las redes sociales, finalmente Sheila puso las cartas sobre la mesa. Quería ayudarla. Sabía a lo que iba a estar expuesta y no estaba de más darle a conocer todas las opciones que tenía a su disposición, sobre todo si a alguien le daba por publicar cosas privadas sobre su vida sin permiso. Aunque lo que más le recalcó Sheila, al igual que hizo Patricia con ella, fue que pasara lo que pasase, ellas estarían allí. Y que no dudara jamás en llamarlas si era necesario. Había entrado en un mundo muy complicado y algo peligroso y aunque esperaban que no fuera así, las tres sabían que en algún momento necesitaría ayuda.

The Black RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora