Antes de que pudiese darse cuenta, el sábado había llegado y Sheila tenía el día libre por fin. Había sido una semana dura, y entre el ataque a la amiga de Ed y un par de avisos sobre robos en las cercanías, había acabado llegando a casa más tarde de lo normal y con un cansancio considerable. Pero ese sábado podía descansar, y dado que Anne solía dormir hasta bien entrada la mañana, ella no tenía que preocuparse de levantarse para hacerle el desayuno. Las horas extra de sueño le venían mejor que bien, así que cuando abrió los ojos y vio que el reloj marcaba las diez de la mañana sonrió, estirándose largamente en la cama. Aún le daba tiempo a ducharse tranquilamente y a desayunar antes de que el torbellino de su hija comenzara a hacer de las suyas. Así que se levantó, se dio una buena ducha y se vistió con unos leggins negros y una camiseta ─tan larga como un vestido corto─ de cuello de barco y manga pirata blanca con estrellas azules, un atuendo casi más típico de una veinteañera pero que a ella le sentaba le lujo.
Y justo mientras estaba terminando de tomarse el café del desayuno, alguien llamó a la puerta de su casa. Se limpió en un trapo, pensando que se trataría de algún vecino que necesitaba alguna cosa, pero cuando miró a través de la mirilla y vio a quien estaba allí delante, se quedó bastante descolocada.
─¿Qué haces aquí? ─preguntó, gratamente sorprendida, tras abrir la puerta. Allí delante estaba Ed, embutido en un jersey de punto, con unas gruesas gafas de sol y un gorro para ocultar lo más posible su identidad. Iba cargado con varias bolsas llenas de comida, o eso pudo adivinar.
─Me dijiste que te sorprendiera, ¿no? ─contestó él, pasando al interior cuando Sheila le dejó paso. Ella no perdió detalle de sus movimientos, y cuando tras dejar las bolsas sobre la mesa, el chico se quitó el jersey, se mordió el labio a la vez que esbozaba una sonrisa. ¿Cómo podía ser tan sexy?
─Y lo has hecho, aunque creo que te olvidaste de algo ─dijo ella, acercándose a él con paso tranquilo. Y antes de que pudiera continuar, Ed la sorprendió tomándola de la cintura don un brazo y de la nuca con la otra mano y besando lenta pero apasionadamente sus labios. Sentir de nuevo sus labios atrapar los propios, su lengua adentrarse en el interior de su boca y su duro y caliente cuerpo pegarse al suyo hizo que se estremeciera, agarrándose ella a la camiseta de Ed para evitar que se separase de ella.
─Joer, ma, podrías hacer esas cosas en tu cuarto. ─La adormilada voz de Anne sonó tras Ed, lo que hizo que ambos parasen aquel beso de golpe. Sheila se separó un poco, lo justo para, tras mirar a Ed a los ojos, poder susurrar.
─A esto me refería. ─Pese a que en un principio Ed se había quedado totalmente quieto, tras suspirar y esbozar una tranquilizadora sonrisa, se giró hacia la muchacha, la cual se quedó de piedra al verle, estática delante de la puerta del pasillo.
─Lo siento, esta vez ha sido culpa mía ─se disculpó él, sonriendo a la sorprendida jovencita. Sheila se llevó la mano al puente de la nariz, masajeándolo, al tiempo que Anne reaccionaba y soltaba un grito de emoción.
─¡Ay! ¡Ay que tú eres...! ¡Ay ma! ¡Que Edward está mi casa! ¿Te puedo dar un abrazo? Bueno, no, fírmame un disco. Bueno, no, ¡tengo que llamar a Sara!
─Anne, hija, coge aire y relájate un poquito, por favor, que le vas a asustar. ─Pero Ed, pese a que al principio había mirado a la jovencita con una expresión casi neutra, acabó por soltar una pequeña risotada, acercándose a ella y posando una mano en su cabeza, lo que hizo que el rubor de las mejillas de Anne subiera rápidamente.
─Te firmaré todo lo que quieras si antes me dejas que guarde lo que he traído. ─Anne asintió sin poder articular palabra.
─No tenías que traer nada, Ed, de verdad.
─Vamos, ayudaste a Jacky con todo lo del ataque, lo menos que podía hacer era compensártelo de algún modo, y como resulta que no se me da nada mal cocinar, pensé que te gustaría que lo hiciera para ti. ─Aquella atmósfera tan íntima que se creó entre los dos, puso en sobre aviso a Anne, que enseguida corrió hacia su madre, tirándola de la mano en cuanto Ed entró a la cocina a dejar las cosas.
─Ma, oye ma, ¿de qué le conoces? ¿Por qué no me lo has presentado? ¿Va a venir Joel? ¿Es tu novio? Porque te estaba pegando un morreoooooo. ─Sheila sonrió, cogiendo a su hija de las mejillas suavemente para que la mirara y se relajara un poquito, que la niña tenía el pulso tan acelerado que parecía estar a punto de explotar.
─A ver, Anne, respira hondo que al final te da algo. Es largo de contar, pero le conocí hace unos días, les ayudé con el incidente de la pelirroja esa tan guapa, ese del que no dejabas de hablar, y bueno, ha tenido el detalle de venir hasta casa para agradecerlo. Así que espero que te portes correctamente.
─Pero ma, que te daba un...
─¿Qué te he dicho? ─La mujer la miró arqueando las cejas y la chiquilla acabó suspirando y asintiendo firmemente. Ya preguntaría en otra ocasión.
─¿Pero puedo preguntarle a él cosas sobre el grupo? Es que me gustaría saber más de Joel ─dijo la chiquilla, mirando hacia otro lado, con las mejillas aún algo sonrojadas, y aquello la hizo sonreír, asintiendo.
─Está bien, pero si hay algo a lo que no quiera responder no le agobiarás, ¿de acuerdo? ─Anne asintió firmemente, con una amplia sonrisa dibujada en sus labios. Iba a ser, desde luego, una comida la mar de extraña.
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The Black Rose
RomanceAVISO: Esta historia es para mayores de 18 años. La historia puede contener escenas de sexo explícito en algunas de sus partes. A sus 35 años Sheila es una mujer feliz, una gran policía, una mujer independiente y madre de una enérgica adolescente. D...