Las semanas pasaron más rápido de lo que habría imaginado. El simple hecho de estar de un lado para otro con firmas, sesiones de fotos, entrevistas en los medios de comunicación y alguna que otra presentación, hizo que los días volaran para el grupo y, cuando quisieron darse cuenta, ya estaban todos metidos en un siete plazas de camino a León. Carlos, que siempre pecaba de previsor, no solo había encontrado un piso espacioso a las afueras de la ciudad, sino que ya había enviado gran parte de las pertenencias de los muchachos hasta allí. Por lo poco que les había contado, pese a estar a varios kilómetros del centro de León, no tendrían problemas con los vecinos y tendrían espacio suficiente para tener cada uno su propio espacio, lo cual suponía que, al menos, habría más de un par de cuartos de baño. O eso esperaba Ed.
El viaje en coche no se estaba haciendo especialmente pesado. Febrero había pasado por fin y los primeros días de marzo habían llegado con un sol más radiante pese a que las temperaturas seguían siendo bajas. Por suerte, pensó Ed, no les había llovido aquel día. Miró por la ventanilla del coche y dejó escapar un suspiro. Había vivido en Madrid desde que tenía memoria, al igual que sus compañeros, así que una parte de él sentía que dejaba mucho atrás: sus padres, sus colegas de toda la vida, su casa,… Pero otra parte de él se sentía relajado y el agobio que le suponía salir por la capital parecía ir desapareciendo a medida que se alejaban. Era consciente que con su popularidad iban a conseguir llamar la atención en cualquier lugar, pero era obvio que en una ciudad más pequeña al menos podrían caminar sin tener una horda de fans intentando arrancarles hasta la ropa. Por no hablar de la prensa, que parecían estar esperando escondidos en los bares cercanos a su antiguo piso para conseguir sacarles alguna fotografía comprometida. Aquello era lo peor. ¿Cómo iba a pasarlo bien sin tenía que estar pendiente de que no le siguieran?
Miró hacia los asientos de delante, donde Toni, al volante, escuchaba las historias que le contaba Jacqueline. Sabía que ellos habían soportado el acoso de la prensa más que el resto desde que se había hecho pública su relación. Buscaban cualquier excusa, cualquier fotografía que hubieran podido conseguir para sacarla de contexto e inventarse una historia acerca de sus problemas como pareja, sus infidelidades y un montón de sandeces más. Los primeros meses, aquellas noticias habían provocado más de una discusión entre ellos dos, más de una noche sin dormir y más de una amenaza por parte del batería de dejar <<toda aquella mierda>> como solía decir. Dejó escapar un largo suspiro. El peor día de todos fue cuando tuvo que salir él mismo a buscar a Jacky por los locales del centro de Madrid. Se la había encontrado en medio de la plaza de Oriente, con más alcohol que sangre en las venas y con una llantina digna de telenovela. La habían fotografiado una noche que había salido con Rina y otras amigas por Madrid, bailando rodeada de varios chicos, quizá más cerca de lo habitual, y la prensa se había cebado con ella ya que, según “fuentes oficiales” la pelirroja había compartido mucho más que un cercano baile con todos ellos. Toni, cegado por los celos de sus primeros meses de relación, había montado en cólera. Aquella noche su compañera decidió, tras echar hasta la primera papilla en un bar cercano, que no iba a volver a salir sola nunca más. Y lo había cumplido.
Giró el rostro hacia Joel, que hablaba animadamente por teléfono con su novia. Solo esperaba que a ellos, a aquella inocente pareja, que más parecía de adolescentes que de adultos, no les ocurriera lo mismo. En cuanto la prensa conociera a Leah y le pusieran cara, iban a tener que aguantar el mismo acoso que sus compañeros. O incluso más debido a la popularidad de Joel con las féminas. Tendrían que aprender a convivir con ella. Él, por suerte, no pensaba en tener pareja. De hecho ni siquiera había tenido nada serio en todos aquellos años, tan solo compañeras de cama, algunas durante más tiempo que otras. Posiblemente con quien más tiempo había compartido había sido con la pelirroja. Cuando se conocieron en el barrio siendo adolescentes, Jacky y él habían mantenido una relación más que cercana: habían sido su primer beso y su primera vez, pero nunca habían formalizado nada. Ninguno se veía viviendo con el otro hasta el fin de sus días.
─¡Ostia, como mola! ─Toni parecía emocionado. Bajaron del coche en cuanto llegaron a la dirección que Carlos les había dado. Él ya les esperaba allí, delante de la puerta del chalet que había comprado para ellos. Sin duda, al no tener vecinos pegados a ellos pared con pared, podrían ensayar sin miedo a que les dijeran nada. Subieron a la acera, saludando a su agente nada más verle. La parte frontal del terreno estaba protegido por un alto muro de piedra, abierto tan solo por una ventana enrejada y una inmaculada puerta blanca. Al lado había otra entrada de metal más grande que, supuso, daba al garaje.
─Bienvenidos a vuestra nueva casa. Esta vez no me diréis que no he pensado en todo, ¿no? ─bromeó Carlos, sacando las llaves del bolsillo─. Vamos, os lo enseñaré todo. Las cajas están en el comedor para que vosotros lo organiceis todo como queráis. Hay un mapa de la zona y algo de comida en la nevera, pero vais a tener que bajar a la ciudad a comprar algún que otro mueble, que apenas tiene lo básico.
─Eso lo hacemos luego. Tú abre, que tengo que echar un meo ─dijo Toni con un gruñido, pero esbozando una amplia sonrisa. Carlos asintió y, sin decir más, abrió la puerta, dejando que los chicos pasaran delante.
─¡Qué pasada! ─exclamó Jacky en cuanto entró. Toda la fachada de la casa era de color amarillo, lo cual contrastaba perfectamente con las tejas marrones del tejado. La puerta de madera lacada, de un tono ocre oscuro, conjuntaba con los bordes metálicos de las ventanas, los cuales habían tintado precisamente para dar la sensación de armonía. Justo a la puerta de entrada había un precioso porche con un sofá balancín y un par de sillas, amplio y bien resguardado para las noches de lluvia. Toda la zona que rodeaba el gran chalet estaba cubierto por un verde césped a excepción de un camino de piedras que llevaba directamente a la parte trasera. Jacky se giró hacia su representante, agarrándose de su brazo mientras sus ojos brillaban de emoción─. ¡¿Hay piscina?! ─Carlos sonrió a la pelirroja, enarcando una ceja en un gesto entre burlón y divertido.
─¿No te dije que había pensado en todo?
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The Black Rose
RomanceAVISO: Esta historia es para mayores de 18 años. La historia puede contener escenas de sexo explícito en algunas de sus partes. A sus 35 años Sheila es una mujer feliz, una gran policía, una mujer independiente y madre de una enérgica adolescente. D...