23 - ¿Estás ahí?

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Kyojuro.

Abrió los ojos lentamente ante el llamado.

"¿Dónde estoy?"

Había fuego por todos lados. El cielo estaba nublado por todo el humo que salía de las llamas. Aunque había pequeños fragmentos que permitían ver que el cielo era azul.

Parecía ser un lugar sofocante, pero extrañamente para él, no lo era.

Giró en su lugar, buscando algo a su alrededor que pudiera explicar qué era lo que estaba pasando. Y de pronto lo vio.

Era una figura. Como si fuera una sombra de él mismo, pero cubierta por una especie de humo rojo en todo su cuerpo. En su rostro había marcas negras que le rodeaban las mejillas y las sienes. Sus ojos eran amarillos con tintes anaranjados que lo miraban de una forma tan agresiva.

Sonreía de forma fanfarrona, como si lo estuviera subestimando.

—¿Quién eres tú?

No obtuvo una respuesta. Al contrario, aquella figura se echó al ataque, con toda la intención de matarlo.

Rápidamente hizo todo lo que pudo para defenderse.

Aquella sombra tenía garras, pero por algún motivo, no las utilizaba. Todos sus ataques eran a base de puñetazos y patadas.

No entendía lo que sucedía, pero estaba teniendo dificultades para seguirle el paso.

Aceptó que no iba a obtener respuestas. No al menos hasta que lo venciera.

...

—¿Entonces no ha despertado?—. La firme voz del antiguo Pilar resonó con fuerza en todo el lugar.

A diferencia de lo que Fumiko se había imaginado que se encontraría, la prisión estaba demasiado silenciosa. Ella se había imaginado que Kyojuro no dejaría de batallar por liberarse, justo como en el momento en que se había transformado. Pero de algún modo, escuchar tanto silencio no la tranquilizó en lo absoluto.

—No- no estamos muy seguros, mi señor—. Balbuceó nervioso uno de los guardias, inclinándose a un lado de Shinjuro. —Ni siquiera sabemos si sigue dormido. Simplemente no se ha movido desde que llegó aquí.

Fumiko, Senjuro y Shinjuro se encontraban asomados desde el balcón del primer piso, viendo un cubo de barrotes en el centro de la planta baja. Al medio se encontraba Kyojuro hincado. Tenía una gruesa cuerda cubriendo su boca; su torso y brazos estaban rodeados por un grillete que lo encadenaba a las cuatro esquinas de su jaula. Sus manos y pies también estaban atadas por gruesas esposas.

Tal como lo había dicho aquel hombre, Kyojuro estaba inmóvil, ni siquiera parecía que estuviera respirando, y ya que tenía la cabeza colgando, era imposible ver si tenía los ojos abiertos. Todavía llevaba puesta la capa blanca con terminaciones en figuras de llamas, aún sucia por el combate previo a transformarse. Gracias a eso, no se podía ver el agujero que debía tener su uniforme.

El miedo y el nerviosismo se incrementaron cuando Fumiko divisó a su mentor. Desde donde estaba, tuvo destellos de la misma postura en la que él había muerto.

Convenciéndose a ella misma que había tomado la decisión correcta, ella se dirigió con uno de los guardias.

—Quiero bajar a verlo. Dénme una de sus armas—. Ordenó fríamente.

Fumiko odiaba ser tan seca con personas que no le habían hecho nada, pero todo el sentimiento que llevaba consigo le impedía ser ella misma.

De pronto sintió la mano del patriarca sobre su hombro. —No tienes que hacer esto, Nakamura-san—. Le dijo una vez que ella se había girado lo suficiente para verlo. —Iré yo primero, tú todavía sigues herida.

El calor de tu sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora