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—Quedó hermoso—habló el italiano, observando el resultado final. Dejó el pincel a un lado y tanto él como Imperio Japonés sonrieron. Menuda maravilla acababan de hacer. El japonés agarró su móvil y le hizo una foto al alemán.

—No pienso borrar esta foto en mi vida—habló, mientras observaba la imagen y luego dejaba el móvil de lado. 

—¿Sabes qué es lo mejor?—Preguntó Italia Fascista, mientras se levantaba de la cama con una sonrisa malvada y se dirigía hasta el interruptor de la habitación. El japonés le miró con cara de no entender nada y alzó una ceja.

—¿El qué?

—Mira, mira—el italiano apagó la luz, dejando la habitación completamente a oscuras. Soltó  una de sus risas explosivas en cuanto lo hizo. Imperio Japonés soltó una carcajada también al mirar la escena.

La pintura era fluorescente y brillaba en la oscuridad.

(...)

—Papá, he tenido una idea—dijo Rusia, mientras se sentaba en el sofá, con Alfredito en brazos. URSS se puso pálido al ver al oso y se levantó de inmediato, resoplando. Acababa de salir de su habitación por primera vez en cuatro horas y ya iba a volver a ella. 

Rusia le detuvo agarrándole del brazo y le obligó a sentarse otra vez. El más mayor puso los ojos en blanco. Tuvo que apartar a Alfredito porque el oso había puesto una de sus patas sobre su regazo y ya veía las oscuras intenciones del animal. 

—¿Me vas a obligar a adoptar otro oso?—Luego se hizo el sorprendido.—¡Vaya, qué sorpresa!

—¿¿Podemos??—Pidió Rusia. URSS miró a su hijo completamente blanco. Rezó para que la idea de su hijo no fuera esa de verdad.

—No. Y no empieces a pedírmelo porque con dos animales de estos ya tenemos suficiente—le dijo, sin ni siquiera mirar a los ojos al menor. Rusia le miró con confianza y acarició a Alfredito.

—No es esa mi idea.—Hizo una pausa, mirando al oso de color marrón con emoción.—¿Y si vestimos a los osos?

URSS giró la cabeza de inmediato y miró a su hijo, mientras le daban varios tics en el ojo. Se quedó callado varios segundos, sin creerse lo que acababa de oír. Respiró hondo y por fin se atrevió a hablar.

— Rusia, hijo—hizo una pausa.—¿Cómo vas a vestir a los osos? ¿De dónde vas a sacar ropa de su talla?

Tenía la intención de que Rusia se diera cuenta por fin de lo estúpida que era su idea, pero a su hijo mediano se le seguía viendo emocionado, con un brillo de emoción en sus ojos. 

—¿Y quién dice que vayamos a comprarla? Podemos tejerla nosotros mismos.—Le respondió, como si aquello fuera lo más fácil del mundo. URSS se masajeó las sienes con paciencia. Había que ver lo estúpidos que habían salido todos y cada uno de sus hijos:

El mayor, Ucrania, se pasaba el día jugando con la espuma de la lavadora a pesar de tener veintiséis años, y guardaba en un álbum todo tipo de fotos e información sobre todos y cada uno de los países que conocía, tipo FBI. 

Uno de los medianos, Rusia, se pasaba mañana, tarde y noche bailando ballet con los osos y con los gatos, por no decir que, por alguna extraña razón, URSS había descubierto en su armario una tiara de princesa Disney para niñas pequeñas, una muñeca Barbie y una falda parecida a un tutú con millones de colores favoritos.

Al otro mediano, Prusia, sólo hacía falta observarle para saber que no era normal. Se pasaba semanas enteras sin salir de su habitación, con la única compañía de su gato negro, Katze, y de un bloc de dibujo, junto con un simple lápiz y una goma de borrar. 

Por último, Bielorrusia era la más pequeña. Se podía decir que era la más normal de todos, pues tenía seis años. A pesar de ello, URSS se iba a asegurar de estar en algún lugar lejano para cuando su hija fuera adolescente. 

—Bueno—dijo URSS, al fin. Le hizo un gesto para que se marchara.—El gay de tu hermano mayor sabe coser, ve a fastidiarle la existencia a él. 

A Rusia le brillaron los ojos aún más en cuanto se enteró de eso. Se levantó de golpe del sofá y agarró también a Leopoldo II, quien estaba muy tranquilo durmiendo en el suelo hasta que el ruso lo agarró y lo puso encima de Alfredito, quien le olisqueó y le dio unos golpecitos cariñosos en la mejilla al otro animal. 

Rusia subió las escaleras a toda velocidad y abrió con fuerza la puerta de la habitación de Ucrania, quien miraba el móvil. Este levantó la cabeza y dejó el teléfono de lado.

—Ucrania—llamó, con una sonrisa.—Necesito tu ayuda para darle a estos osos el estilo que se merecen.

(...)

—Alemania, suéltame—pidió por tercera vez Italia Fascista, pues Alemania ahora estaba con él y con Imperio Japonés, y había vuelto a abrazar al italiano como si fuera un oso de peluche. El alemán menor negó con la cabeza, sonriente. 

—Eso te pasa por abrazarle tanto cuando era pequeño—se rio el japonés, mientras le hacía una foto a su pareja y a Alemania. 

—¿Es necesario que hagas una foto cada vez que ves algo que te gusta o que te hace gracia?—Preguntó el italiano, molesto, pues seguramente la galería de Imperio Japonés estaría llena de él en sus momentos más raros o incómodos. 

—Sí—respondió, mientras acariciaba a Blondi, quien estaba tumbada en la cama, dejándose acariciar por el asiático. Luego observó a Benito, quien estaba sentado al lado de Third Reich lavándose. El japonés maulló como un gato que era. Benito levantó la cabeza de inmediato y le miró varios segundos, completamente quieto. El animal maulló varias veces seguidas, estableciendo una conversación basada en maullidos con Imperio Japonés. 

Italia Fascista alzó una ceja, confundido y sin entender nada. 

El japonés maulló por última vez, finalizando la conversación. Benito continuó lavándose hasta que terminó, medio minuto después. Se relamió y miró a Third Reich, que continuaba dormido.

Lo siguiente que hizo fue olisquear su mano y luego empezar a lavarla como si él también fuese un gato. Cuando terminó con su mano, se subió encima de su pecho y empezó a lamerle la cara y el cuello. 

El cachorro llevaba poco más de un minuto así, cuando Third  Reich fue despertado por los lametones del animal. Benito se detuvo al ver cómo su dueño abría los ojos y se secaba las mejillas. El gato maulló, bastante molesto. Tanto tiempo y esfuerzo para lavar a su dueño, y ahora él lo arruinaba todo de esa forma. 

El alemán abrió los ojos por completo, y lo primero que hizo fue acariciar a su mascota, y luego bajarla de su pecho, para incorporarse y mirar a sus dos aliados. 

—Anda, Reich, qué guapo estás hoy—le dijo Italia Fascista, tratando de no reírse, mientras observaba su cara pintada con todo tipo de colores fluorescentes. El alemán bostezó y se levantó de la cama, sin darse cuenta de que Benito tenía sus uñas clavadas en su uniforme militar y casi mataba al gato al levantarse.

—Yo siempre estoy guapo, es vuestro problema que no seáis capaces de verlo.—Respondió, mientras caminaba hasta el baño, con Benito trepando por su pecho. El alemán desapareció al entrar al baño. La voz de Third Reich no tardó en sonar desde el baño.

—¡¡Italia!!—Gritó, enfadado. Ambos aliados supusieron que había visto su reflejo en el espejo. El italiano le respondió, ofendido.

—¡¿Por qué me echas la culpa a mí?!

—¡¡Porque las ideas malas siempre se te ocurren a ti!!

Imperio Japonés ya no podía contener la risa. Italia Fascista inspiró hondo, indignado y ofendido, listo para montar drama. Trató de calmar las cosas como pudo.

—No te enfades y mira el lado bueno.—Hizo una pausa, con una sonrisa.—Ahora eres un poste de luz. Un poste de luz un poco bajito, pero la intención es lo que cuenta.

Rusia y su único pretendiente ☆ ❀ CountryHumans ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora