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Third Reich trató de no mirar aquella cabaña que no echaba de menos en absoluto. No obstante, esta quedó a la vista de forma inevitable en cuanto aparcaron el coche en el claro donde esta se encontraba.

Alemania fue el primero en salir del coche, emocionado, seguido de Blondi, quien, obviamente, nunca había estado allí. Luego agarró el transportín de Benito y lo sacó del coche. Third Reich fue el último en salir.

Blondi, en seguida, comenzó a corretear por todos lados, feliz, mientras Alemania comenzaba a acercarse a la puerta de la cabaña, junto a su padre. Third Reich avanzaba a pesar de que su instinto le decía con todas sus fuerzas que se detuviera. Tuvo que reprimir el impulso de salir corriendo de allí. 

Sacó la  llave y se detuvieron enfrente de la puerta. Inspiró hondo, tratando de relajarse, y giró la llave, abriendo así  la puerta de la casa. Third Reich fue el primero en entrar en ella. Estaba todo oscuro y olía a cerrado. 

Había pasado días enteros tratando de escapar de allí, y ahora quería volver a entrar.

Alemania encendió las luces del salón y subió las persianas, dejando entrar la luz natural. Luego, subió corriendo hasta el piso de arriba y encendió las luces también allí. Observó, maravillado, la que iba a ser su habitación. Tenía dos camas, pues hace muchísimos años, aquella habitación había sido para su padre y para su tío. 

Observó los dibujos de cuando estos últimos eran pequeños, que seguían pegados en la pared desde el primer momento. Parecían nuevos, como si acabaran de ser colgados.

—¡Mira, papá!—Llamó Alemania, con un tono de voz alegre, para que el mayor subiera con él al piso de arriba y pudiera ver los dibujos en la pared. 

Third Reich tan sólo era capaz de observar, paralizado, las escaleras de caracol que llevaban al sótano. Tuvo que acordarse de respirar, con náuseas.

—Tierra llamando a Papá—Llamó Alemania, desde lo alto de las escaleras, observando a su padre, quien ni siquiera parecía poder escuchar nada.

El alemán mayor, entonces, volvió al mundo real y miró a Alemania en el piso de arriba. Este último sonrió de nuevo y le hizo un gesto.

—¡Mira, papá! ¡Los dibujos de cuando el tío y tú erais pequeños siguen estando en mi habitación!—Dijo, emocionado, mientras Third Reich comenzaba a subir las escaleras, fingiendo que todo estaba bien. Sonrió mientras acompañaba a su hijo, sólo para no preocuparle.

Observó los papeles que estaban pegado en las paredes. Se acordaba de la tarde en la que hizo esos dibujos junto a su hermano como si hubiera sido ayer. 

(...)

Los alemanes ya estaban instalados. Third Reich se encontraba en el salón, tratando de convencerse a sí mismo de que las cosas no tenían por qué salir mal. No estaba solo. Tenía a Blondi, a Benito, a Alemania, a sus aliados, e incluso estaba seguro de que podría contar con Rusia si lo necesitara.

Les había pedido a sus aliados, Imperio Japonés e Italia Fascista, que se quedaran en algún hotel o posada cerca de su cabaña, para poder acudir rápido si necesitaba su ayuda. Pudo confirmar que los dos se encontraban en una posada, en aquel mismo bosque, a unos diez minutos de su cabaña. Aquello le tranquilizó un poco. 

De pronto, sonó el timbre de la casa, sorprendiendo mucho al mayor. Un escalofrío le recorrió entero. ¿Y si era URSS?

Cuando se quiso dar cuenta, ya estaba demasiado asustado como para abrir la puerta. Pasaron varios segundos y el timbre volvió a sonar. Respiró hondo y trató de pensar que seguramente no sería el ruso.

Aunque, ¿Quién iba a llamar a la puerta de su casa si no era él?

Al final decidió ser valiente y levantarse del sofá para dirigirse a la puerta. Suspiró y tiró del pomo, abriéndola. Allí se encontró con una de las personas que menos esperaba ver en el mundo: Prusia.

El chico le abrazó en cuanto abrió la puerta. Le recordó a Alemania, siempre abrazándole con fuerza durante media hora. 

Third Reich se quedó muy confuso. ¿Qué hacía Prusia allí? ¿Y por qué se había presentado en su casa a abrazarle sin más?

Cuando el prusiano se separó de él, el alemán pudo ver que estaba triste por alguna razón. Decidió preguntarle.

—¿Prusia, qué ocurre?—Preguntó el mayor, mientras veía cómo el mellizo de Rusia agarraba a su gato negro, Katze. El prusiano tardó un poco en contestar.

—No soporto a mi padre.

—Es normal. Nadie lo soporta.

—No, en serio. Ni siquiera tengo cama donde dormir en mi casa. Si tengo que estar soportando a mi familia con sus tonterías y estupideces todo el tiempo, y ni siquiera son capaces de darme una cama donde dormir... Prefiero irme.—Explicó Prusia, con la vista baja, a pesar de que sus ojos no se veían, por lo que Third Reich no lo percibió. El alemán supo de inmediato cuál era la intención de su amigo, y por qué se había presentado precisamente en su casa.

—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras en mi casa, no hace falta que regreses si no te sientes cómodo.—Hizo una pausa, y miró hacia atrás, hacia el salón.—¿Te dan miedo los perros? Lo digo porque...

Prusia le interrumpió.

—¿Qué si me dan miedo? Reich, mi familia convive con dos osos. 

Third Reich se rio al recordarlo. Al final URSS había terminado por quedarse a Leopoldo II. Le encantaba saber que había logrado su objetivo. Se hizo a un lado para dejar pasar a Prusia, quien lo hizo de inmediato, cerrando la puerta tras él. Dejó a Katze en el suelo, quien empezó a olisquear de inmediato todos los muebles, además de las paredes y suelos. Maulló cuando vio que Benito se le acercaba.

El cachorro le respondió con otro maullido. Ambos gatos negros comenzaron a olerse el uno al otro. Luego Benito comenzó a frotar su cuerpo contra el de Katze, pues le encantaba que el gato, además de ser más grande que él, tuviera tantísimo pelo. Era muy suave.

Algo interrumpió la conversación entre el prusiano y el alemán...

Era el móvil de Prusia sonando.

Rusia y su único pretendiente ☆ ❀ CountryHumans ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora